¡Cuánto tiempo y energía gastamos, Señor,
en hablar de los defectos del hermano!
Y necesitamos encontrarle fallos,
para así poder soportar los nuestro propios…
¡Somos tan frágiles, Dios nuestro!
Somos como niños malcriados,
celosos, inseguros, necesitados de aprobación.
Gracias por hacernos caer en la cuenta
de nuestra fragilidad. Eso nos hace grandes,
porque caemos en la cuenta de que eres Tú
quien nos magnifica, partiendo
de nuestra pequeñez.
No nos permitas malgastar palabras
en desamor,
no nos dejes hablar mal de nadie,
enséñanos a decir el Amor,
a expresar la ternura y el cariño,
a elegir las palabras más dulces
y generadoras de fraternidad.
Haznos constructores
de la gran familia humana,
siendo hermanos de todas las personas,
creando calidez alrededor
y calor de mesa camilla en el trabajo,
en la calle, en la familia y en la sociedad.
Esta es la revolución del Evangelio
que Tú nos propones
y nos invitas a inventar.
En ello queremos gastar la vida, Señor.
Mari Patxi Ayerra
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