Primera lectura: (Eclesiástico 27,5-8)
Marco: Es una serie de proverbios que tienen como tema común las cualidades del hombre, y que pretenden mostrar la imagen perfecta del sabio.
Reflexiones
1ª) ¡Las palabras revelan la interioridad del hombre!
La palabra del hombre descubre su corazón. La sabiduría en Israel fluye de dos fuentes inagotables: la experiencia humana, maestra de prudencia y sensatez para conducir adecuadamente la vida, y la inspiración divina, para conducir la vida según el temor de Dios, norma suprema del comportamiento humano. El temor de Dios entraña conocimiento práctico de su voluntad, reconocimiento de su autoridad y síntesis de las virtudes humanas que aseguran una vida en la rectitud. La sabiduría alcanza al corazón* y desde la intimidad se conduce la vida. El conjunto constituye un crisol en el que se templa la conducta del hombre. La sabiduría no es una cuestión de conocimiento abstracto, sino de conocimiento práctico, es decir, saborear la verdad para traducirla en la vida. En nuestro lenguaje actual podríamos decir que un sabio es aquel que busca, encuentra y realiza el equilibrio entre sus convicciones y sus actitudes y, todo el conjunto, iluminado por la palabra de Dios y apoyado por una experiencia madura y reflexiva. La coherencia es la palabra clave para definir la figura de un sabio. Quizá esto es lo que buscan los hombres actuales en los discípulos de Jesús. En realidad sólo desde la coherencia entre convicciones y comportamiento se hace creíble la verdad del Evangelio.
2ª) ¡Es necesario buscar siempre lo que es justo!
Si buscas lo que es justo, lo encontrarás y será para ti como túnica de gloria. La Escritura entiende por justicia de un modo singular. Es justo el que mantiene una relación con Dios guiada por los mandamientos de la Ley: reconocerle como único Señor de su vida y de la historia, rindiéndole un culto íntimo y verdadero, obedeciendo a su voluntad. Es justo el que cumple y realiza también escrupulosamente los mandamientos de la segunda tabla que se refieren a las relaciones con todos los demás. Es justo, por tanto, el que se ajusta a la voluntad de Dios en todos los ámbitos de la vida y en todas sus dimensiones. Desborda, enriquece y amplía nuestro concepto actual de justicia. Un hombre justo, según la Escritura, es un hombre cabal y perfecto en todos los ámbitos de la vida: religioso, familiar, social, económico, etc. La inspiración que procede de la Escritura para dirigir la vida del hombre abarca todos los ámbitos de la vida. Descuella, entre otras cualidades, la sinceridad de vida, la honradez en el comportamiento, la piedad para con Dios y para con los suyos, la laboriosidad, la rectitud en todas las manifestaciones de la vida, el temor de Dios. Por eso esta Palabra de Dios sigue gozando de actualidad en la vida humana.
Segunda lectura: (1Corintios 15,54-58)
Marco: seguimos en el capítulo 15 de la Primera Carta a los Corintios.
Reflexiones
1ª) ¡Victoria de la vida sobre la muerte!
La muerte ha sido absorbida en la victoria. La pregunta sobre la vida y la muerte, la responde Pablo a partir de un acontecimiento: la muerte y la resurrección de Jesús. En Jesús, realmente, la muerte ha sido absorbida por la vida. Con estas afirmaciones alcanzamos el proyecto original de Dios, que fue de vida y no de muerte. En medio del paraíso estaba el árbol de la vida, símbolo de la perennidad de la vida. Sabemos que en Palestina los árboles son símbolos de la vida, porque como quiera que llueve durante seis meses y durante los otros seis apenas llueve (en Jerusalén principalmente), las flores y vegetación menor se secan al cesar las lluvias. Pero los árboles, que tienen raíces más profundas, siguen vivos y superan siempre el periodo seco o en el que no llueve. Pues bien, el Dios creador, al colocar en el paraíso el árbol de la vida, expresa y revela que es un Dios de la vida y para la vida. Esta realidad tiene aquí presente Pablo cuando afirma que la victoria final corresponderá al Dios de la vida. Ciertamente el hombre ha perdido el derecho a la vida (porque ha traspasado el límite establecido), pero como Dios no se desdice de sus proyectos ofrece de nuevo a los hombres la posibilidad de resurrección y de vida en la muerte y resurrección de su Hijo Jesús. Esta segura promesa y esta fidelidad inquebrantable de Dios, porque es Dios y no un hombre, fundamenta y asegura la esperanza del hombre.
2ª) ¡En el camino hacia la vida es necesaria la constancia y la laboriosidad!
Trabajad siempre por el Señor... La esperanza cristiana, recuerda Pablo, no nos exime de la responsabilidad, de la laboriosidad y del esfuerzo. Una espera de la vuelta del Señor, al estilo de la que proponían los entusiastas de Corinto, no es posible, no es coherente con la esperanza cristiana. La segunda venida del Señor es segura y firme, pero hay que volver a la tierra y entregarse a la tarea propia de cada día. En el momento de la ascensión, los mensajeros celestes dicen a los apóstoles que han de volver a Jerusalén y desde allí emprender el camino de la evangelización por todo el mundo (Hch 1,9ss). Lucas nos recuerda a lo largo de su obra que el Señor volverá con toda seguridad, pero más tarde; mientras tanto es necesario el aguante, la paciencia y la generosa constancia. Todo esto tiene su recompensa. Este mensaje es necesario porque los creyentes ven y observan que los éxitos en el campo de la evangelización y de la experiencia del evangelio no son tan esplendorosos como muchos desearían. Pero esto no nos exime, al contrario, nos urge a derrochar generosidad, invertir a fondo perdido (que nunca será perdido). Hay que cultivar la laboriosidad como si todo dependiera de nosotros, hay que poner en Dios la esperanza como si todo dependiera de Él. No se pueden eludir las responsabilidades en la etapa temporal del reino. Los verdaderos creyentes en la resurrección deben entregarse sin reservas al servicio del evangelio y de los hermanos en cuantas empresas contribuyan a la humanización del mundo en todas sus esferas.
Evangelio: (Lucas 6, 39-45)
Marco: Seguimos proclamando el sermón de la montaña en la versión de Lucas.
Reflexiones
1ª) ¡El discípulo aprende e imita a su maestro!
Un discípulo no es más que su maestro... Para llegar a ser maestro era necesario un tiempo largo de aprendizaje. Comenzaban aprendiendo a leer en el mismo texto sagrado. Después de bastantes años en este ejercicio pasaban a un segundo nivel en el que aprendían la tradición de los mayores e interpretaban los textos sagrados. Sólo a la edad de 40 años eran reconocidos como maestros autónomos capaces de decidir en los tribunales y en cuestiones teológicas por sí mismos. Para ello habían de darse algunas condiciones: todo el currículo de aprendizaje, ser ordenado mediante la imposición de manos del cuerpo de rabinos y recibir la túnica talar que les distinguía. A partir de ese momento tenían el derecho a ser llamados rabino o maestro, a recibir el honor correspondiente y a enseñar con autoridad. Jesús recuerda que, en la etapa de aprendizaje, el discípulo es inferior al maestro, pero cuando la ha terminado felizmente pasa a engrosar el grupo de los maestros y se equipara a ellos en los derechos y en los deberes. Pero estas afirmaciones las recoge Jesús para indicar que el destino que le espera a Él es el destino de los que se enrolen en su seguimiento, en su escuela. Además, en el mundo en que vivió Jesús se daba otra característica consistente en que el discípulo no solo aprendía de su maestro las cuestiones jurídicas y teológicas, sino que imitaba todos sus gestos y actitudes; compartía, en cierto modo, su destino. Sólo así el aprendizaje es completo. Para dirigir la vida de los demás con solvencia es necesario haberse ejercitado en los aspectos doctrinales y prácticos. Así se comprende mejor la pregunta: ¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? Hoy como ayer, Jesús sigue advirtiendo a sus discípulos que necesitan conocer la verdad y ponerse en camino de su cumplimiento para poder enseñar con autoridad a los demás. La verdad es más creíble y aceptable si su exposición y presentación va acompañada de una coherencia de vida.
2ª) ¡Examínese cada cual antes de juzgar a los demás!
Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano. La verdad proclamada en el sermón de la montaña es única, universal y un punto de referencia para todos. El lector es invitado a dirigir la atención hacia su interioridad, que es el terreno propio del sermón de la montaña. La verdad interpela, en primer lugar, al que la escucha. Es necesario, enseña Jesús, ejercitarse en la autocrítica. Este ejercicio no es nada fácil. Y, sin embargo, el Maestro nos advierte, a través de san Juan, que la verdad nos hará libres (Jn 8,31ss). Con estas advertencias, Jesús sale al encuentro de una tendencia innata a cargar sobre el otro la responsabilidad de lo defectuoso, equivocado y erróneo. Según el relato bíblico, esto arranca de los orígenes (Gn 3) donde leemos que ni Adán ni Eva asumen su propia responsabilidad, sino que se la cargan al otro. El camino de la verdad ha de arrancar, como punto de partida, de una apertura a la verdad desde la intimidad propia. La Escritura nos conduce al convencimiento de que frente a la verdad habría que seguir este proceso: cada uno debe dejarse iluminar y empapar de la verdad, que procede de Dios, sin cortapisas ni condiciones; decirme la verdad a mí mismo sin condiciones ni paliativos; dejar que los otros me digan la verdad; y, finalmente, decir la verdad a los otros. Este itinerario de la verdad nos capacita para conseguir la libertad y los modos más aptos para decir la verdad.
3ª) ¡Por los frutos los conoceréis!
Cada árbol se conoce por su fruto: porque no se cosechan higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos. El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien..., lo que rebosa del corazón, lo habla la boca. Vuelve a utilizar las imágenes del mundo vegetal, tan queridas y tan solicitadas por los autores bíblicos. Es la prueba definitiva: la calidad de un árbol se refleja por sus frutos. La conducta humana, en todos sus aspectos, es la expresión y la manifestación refleja de la intimidad del propio hombre. Si ha logrado la liberación que procede de la verdad aceptada, asumida y realizada, con toda seguridad los frutos estarán en coherencia con ella. Todo el conjunto de la liturgia de la Palabra de este domingo insiste, desde todos los ángulos, en la necesidad de una coherencia de vida iluminada por la Palabra de Dios que es la verdad y que conduce al bien (St 2,18).
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