La gozosa alegría de la salvación
Así describe el profeta Sofonías en la primera lectura, con acentos de especial ternura, la experiencia de Dios en medio de su pueblo como signo de esperanza salvadora. Es la alegría y júbilo de un pueblo pobre y humilde,el pequeño resto de los fieles a la alianza que confían en Dios a pesar del generalizado entorno en que viven de despreocupación religiosa, involucrado incluso en la idolatría y en toda suerte de injusticias. Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel.Ya no cabe temor alguno, pues Yahvé está en medio de ti como poderoso guerrero salvador; ha revocado su condena, te ha perdonado.
Nuestras alegrías, al llevar con frecuencia el sello de lo frágil y perecedero, comportan el consiguiente temor de lo que perece y muere, no satisfacen plenamente el profundo deseo innato de eternidad al que aspira el ser humano. Sin embargo, la alegría de la fe, sin renunciar a ese substrato antropológico, añade un plus cualitativo que sella de forma peculiar e inconfundible la experiencia religiosa. Creado a imagen de Dios, el hombre encuentra su fuente originaria de vida y de gozo en la comunión con Él.
Es así como este profeta del s. VII a.C. se eleva como testigo del Dios de los humildes y los sencillos, a los que nunca abandona como desconocidos. El pequeño grupo adherido a su fe religiosa constituye para el profeta el mejor símbolo y estandarte de la presencia del Señor en medio de su pueblo, dispuesto a reivindicar su justicia salvadora para con los más indefensos. ¿Cómo no alzar la voz para prorrumpir en un grito esperanzado de júbilo y de alegría? La salvación de Dios hunde sus raíces en su amor imperecedero a la humanidad.
Probada en el aquí y ahora
¿Qué debemos hacer?, preguntaban los presentes al Bautista. Su respuesta, adaptada a la realidad concreta de cada grupo, resulta clara y contundente: a la gente, le pide solidaridad con los necesitados; a los cobradores de impuestos y a los soldados, que sean leales y honestos en el desempeño justo del servicio para el que han sido constituidos. Son otros tantos ejemplos sencillos y plásticos de aquel entonces que contraponen el comportamiento evangélico a la actitud inhumana de quienes sólo viven para medrar a costa de los demás.
La alegría de la fe no la reserva el Señor para el futuro. El Dios de la historia la quiere ya desde ahora, aunque aparezca entretejida de gozos y de tristezas. Como la vivió Jesús, manso y humilde de corazón, encarnando en la ambigüedad de este mundo la justicia del Reino. ¡Nada hay más ajeno a la alegría que la evasión y el repliegue sobre uno mismo!
Es cierto que estamos salvados en esperanza(Rm 8,24), pues solo Dios tiene las riendas de nuestro destino. Pero no es menos cierto que la esperanza se cultiva en las pruebas de una convivencia despierta y solícita, reflejo de la armonía de la creación. Es ahí donde saboreamos la verdadera alegría de los hijos de Dios poniendo en primer término los derechos más fundamentales de las personas.
Compartida en la vida comunitaria
La exhortación comunitaria de Pablo en este bello fragmento no se contenta con una invitación al gozo en el Señor. Va más allá, hasta convertirse en un doble e insistente imperativo: estad siempre alegres en el Señor; os repito, estad alegres. Resuena el eco de aquel alégratedel anuncio del ángel Gabriel a María, ensimismada en la presencia del Señor (Lc 1,28), la pobre y humilde mujer nazarena en la que culmina el mensaje profético de Sofonías.
Esta alegría en el Señor, que impregna toda la carta, la quiere también el Apóstol como actitud referente y tonificante en la vida de su comunidad predilecta llevando a gala el trato afable y exquisito con los demás. Actitud presidida por un criterio claro de actuación: Tomad en consideración todo lo que hay de verdadero, de noble, de justo, de limpio, de amable, de laudable, de virtuoso y de encomiable(texto llamado por algunos “la Carta Magna del humanismo cristiano”). ¿No está respondiendo Pablo, aunque de otro modo, a las mismas preguntas que le dirigían al Bautista? Son las situaciones y circunstancia concretas las que dibujan el marco de la actuación responsable de cada uno.
Jesús quería para los discípulos, sus amigos, la alegría completa (Jn 15,11). El gozo de saberse queridos, como él, por el Padre Dios. Una alegría no sustentada en vanas y pasajeras satisfacciones personales, sino edificada sobre la misma flaqueza y debilidad humana. Y es que la alegría del Espíritu entra en el corazón que se abre por la fe al misterio pascual de la Vida en la muerte. La fiesta puede organizarse, la alegría no. Es un Don de Dios en el que ya no cabe temor alguno.
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