16 octubre 2021

XXIX DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)

 La liturgia de este domingo, nos recuerda que la lógica de Dios es diferente a la lógica del mundo. Nos invita a prescindir de nuestros proyectos personales de poder y de grandeza y a hacer de nuestra vida un servicio a los hermanos.

La 1ª lectura del profeta Isaías nos presenta la figura de un “Siervo de Dios”, insignificante y despreciado por los hombres, pero a través del cual se revela la vida y la salvación de Dios.

Los valores de Dios y los valores de los hombres son diferentes. En la lógica de los hombres, los vencedores son aquellos que toman el mundo al asalto con su poder, con su dinero, con su ansia de triunfo y de dominio, con su capacidad de imponer sus ideas o su visión del mundo; son aquellos que impresionan por la forma como visten, por su belleza, por su inteligencia, por sus brillantes cualidades humanas.

En la lógica de Dios, los vencedores son aquellos que, aun viviendo en el olvido, en la humildad, en la sencillez, saben hacer de la propia vida un don de amor a los hermanos; son aquellos que, con sus actitudes de servicio y de entrega, aportan al mundo un mayor valor de vida, de liberación y de esperanza.

No nos dejemos engañar: Dios no está en aquello que brilla, seductor, majestuoso, espectacular; Dios está en la sencillez del amor que se hace don, servicio entrega humilde a los hermanos.

La carta a los Hebreos, nos habla de un Dios que ama al hombre con un amor sin límites y que, por eso, está dispuesto a asumir la fragilidad de los hombres, a descender a su nivel, a compartir su condición. Él no se esconde detrás de su poder y de su omnipotencia, sino que va al encuentro de los hombres para ofrecerles su amor.

Los seguidores de Cristo estamos invitados a asumir su ejemplo. Así como Cristo, por amor, se vistió con nuestra fragilidad y vino a nuestro encuentro, también nosotros debemos, despojándonos de nuestro egoísmo, de nuestra comodidad, de nuestra flojera, de nuestra indiferencia, ir al encuentro de nuestros hermanos, vestirnos con sus dolores y fragilidades, hacernos solidarios con ellos, compartir sus dramas, lágrimas, sufrimientos, alegrías y esperanzas.

En el Evangelio de san Marcos, con motivo de la petición de los dos discípulos de “sentarse uno a su derecha y otro a su izquierda”, hemos leído unas palabras de Jesús sobre el poder.

El deseo de poder es una de las grandes pasiones del hombre.  Todos de alguna manera queremos ejercer alguna forma de poder.  Imponemos muchas veces nuestra manera de ver las cosas; queremos decir siempre la última palabra; incluso las simples conversaciones normales son con frecuencia más una lucha que un diálogo sereno y respetuoso.

El evangelio de hoy, encontramos una descripción muy clara de los problemas del poder: “Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen”. 

Jesús habla en contra del dominio, la explotación, la usurpación del poder.  San Lucas llega a hablar de una manera irónica diciendo: “y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores”.

Jesús nos propone un camino: “No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos”.  Estas palabras son el programa cristiano ante el carácter, a veces injusto, del poder.

“el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir”.  Con su palabra y con su vida Jesús condena como inhumanos la opresión y el dominio de unos seres sobre otros.

“No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor” Jesús sabe que habla en un mundo que piensa y vive al revés, que consideran primero a quien está en lo alto de la escala social.  El mensaje de Jesús es: hay que cambiar las categorías, hay que empezar a servir abandonando las ganas de dominar y ser servido.

El error más grande es querer mandar para ser el primero y que nos sirvan.  Hay que ser como el Hijo de Dios; Él es el verdadero hombre, Él es el que se coloca al lado de los demás hombres, de todos, en actitud de acogida y de servicio, sea quien sea.

Nosotros vivimos en un mundo movido por hombres, como también nosotros, por mil intereses.  Hay que amar hasta servir.  Cuando sabemos servir entregando incluso trozos de vida, entenderemos la verdadera grandeza del Evangelio.

Hay que crear hombres nuevos según el Evangelio, ésta debe ser la repuesta cristiana.

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