31 agosto 2021

Pautas para la homilía del domingo 5 septiembre

 El ministerio profético es una de las realidades más características, y hasta conmovedora, de la experiencia religiosa en el pueblo de Israel. En muchas ocasiones vemos al profeta denunciando con fuerza y valentía admirables el olvido de la Alianza por parte del pueblo, acarreando con ello múltiples desprecios e injusticias a los más desvalidos a quienes el profeta pretender devolver a los ámbitos de la dignidad.

En otras ocasiones, con sentimientos de ternura y compasión, el profeta anuncia consuelo y esperanza ante el abatimiento de sus contemporáneos.

En la liturgia de la Palabra de hoy, la segunda lectura, tomada de la Carta de Santiago (2, 1-5), contiene ciertos ecos de denuncia profética:

“No juntéis la fe en nuestro Señor Jesucristo glorioso con el favoritismo!”

No siempre es fácil, ni ayer ni hoy, vernos libres de la acepción de personas, de cierta tendencia al favoritismo de los mejor “situados” en diversos contextos sociales. La carta de Santiago denuncia como impropias de la fe cristiana estas prácticas. Puede también acecharnos a nosotros esta misma tentación. Hace ya años, decadas, escuché decir a un buen cristiano, con cierto sentido del humor, la recomendación que desde siempre le había hecho su madre: “¡Tú, hijo, siempre con corbata; que, como te ven, te tratan!”.

Cuando nosotros nos veamos, cuando nosotros nos miremos, no veamos solo corbatas, ni captemos solo olor a dinero, veamos y captemos, más allá de cualquier apariencia, a hijas e hijos de Dios. No en vano, la propia carta de Satiago apunta, y nos alerta: “¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe?”. Que este sea siempre para nosotros el bien más preciado: el tesoro de la fe; muy por encima de cualquier otra consideración.

El texto de la primera lectura, del profeta Isaías (35, 4-7a), es un magnífico y elocuente ejemplo del profetismo de anuncio, consuelo y esperanza:

“Sed fuertes, no temáis... Vuestro Dios viene en persona y os salvará”

Vemos cumplido este anuncio y esta promesa en el Evangelio del Señor Jesucristo. Su paso por el mundo haciendo el bien, su vida entregada por amor hasta la dramática muerte en cruz, su resurgimiento Vivo, Glorioso y Resucitado del poder de la muerte, son señal y realidad del cumplimiento de la promesa.

El texto del Evangelio que hoy se nos ofrece (Mc 7, 31-37), transcurre por estos mismos derroteros de amor y salvación arrancando la admiración de los testigos:

“Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos”

Este bien hacer del Señor Jesucristo viene a nuestro encuentro e interroga nuestra vida de discípulos y seguidores suyos. ¿Estamos siendo una buena noticia para alguien? ¿Lo estamos siendo, particularmente, para los acallados por las circunstancias adversas de la vida, para los que se han quedado sin vista de horizontes de futuro?

Llevamos largos meses de vida sobresaltada, anómala, por la situación pandémica que asola al mundo, y está provocando tanto sufrimiento. Abatidos, nos vemos caminar y deambular cabizbajos, un tanto desorientados, con la amarga pregunta de: “¿Hasta cuándo?”. A veces, incluso podemos tener la impresión de que la esperanza se desvaneció de nuestro corazón. Diversos temores nos circundan.

Y sin embargo la Palabra de Dios ha sido proclamada por nosotros y para nosotros. ¡Hasta el salmista alaba, confía, espera! Sabe que el Señor reina eternamente.

¡Somos testigos y portadores de esta esperanza!

Muchas realidades se han tambaleado a nuestros pies. Pero Él, el que porta Vida y Amor, está siempre ahí. Lo está hoy, en su Día, en medio de su Asamblea, y nos grita a cada uno de nosotros: “Effetá. Ábrete”: a la alegría, a la esperanza, a la dicha de ser justo, al esfuerzo siempre renovado de construir un mundo mejor, al susurro de todas las aspiraciones para hacer el bien, al gozo de ver en cualquier rostro una hermana o un hermano.

“Effetá. Ábrete”: a la luz suave y acariciadora de quien en medio de cualquier realidad de destrucción y muerte, se sabe y se siente llamado a la Vida-por-siempre-duradera.

Fr. César Valero Bajo O.P.
Convento de Santa Sabina (Roma)

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