Tema general: Dios quiere que todo el hombre se salve y disfrute de los dones que le hacen feliz, por eso cuida solícitamente tanto del espíritu como del cuerpo de sus hijos que somos los hombres.
Primera lectura: Isaías 35,4-7a.
Marco: Los capítulos 34 y 35 de Isaías reciben el nombre de “pequeño Apocalipsis”. Esto ya nos da una clave para su comprensión. Estos capítulos están estrechamente relacionados con el Libro de la Consolación (40-55). Subrayan el contraste entre la destrucción de las naciones y la gloria y la victoria del pueblo de Israel, oprimido y maltratado por las naciones.
Reflexiones:
1ª: ¡Una invitación a la confianza y seguridad porque Dios anda por en medio!
Decid a los cobardes de corazón: sed fuertes, no temáis. Vuestro Dios viene en persona y os salvará.
El clima de estas afirmaciones está intensamente dominado por la esperanza. Es una de las características de los textos apocalípticos: en medio de las dificultades y persecuciones está siempre encendida la lámpara de la seguridad que Dios ofrece al hombre. La victoria es siempre de Dios porque es omnipotente, fiel y misericordioso. El exilio del pueblo de Dios es una etapa de purificación y de reflexión. Es necesario recuperar el ritmo de fidelidad a la alianza. Ahí radica la posibilidad de restauración. Este texto que proclamamos hoy está también alentado por la seguridad de una restauración del pueblo obra de Dios. Dios está en medio de su pueblo, también en el exilio. Porque es Dios y no un hombre, santo en medio de su pueblo. Y la santidad se traduce, sobre todo, en fidelidad. La apocalíptica trata de salir al encuentro del hombre que experimenta la desesperanza, la finitud, la situación de quien vive perseguido y sin horizonte. No ofrecen una respuesta que no se encarne en la realidad humana. Pero hay un camino abierto siempre: el de la esperanza que cuenta con las dificultades pero se apoya en un Dios que se ha comprometido y puede realizar su proyecto.Segunda lectura: Santiago 2,1-5.
Marco: podría titularse este fragmento de un modo crudo pero realista: discriminación, incluso en las asambleas litúrgicas, entre los hermanos. La fe está en contra de toda discriminación. La comunión en la fe (y en la misma naturaleza humana) debe expresarse en signos convincentes de la fe que profesamos.
Reflexiones:
1ª: ¡Es imposible la coexistencia de la acepción de personas con la fe cristiana!
No juntéis la fe en Nuestro Señor Jesucristo glorioso con la acepción de personas. Una de las características más claras de esta Carta es su sentido concreto y directo. Podría resumirse en una afirmación de la misma carta: Tú tienes fe, yo tengo obras; muéstrame tu fe sin las obras, que yo por las obras te haré ver mi fe (2,18). La fe sin las obra es estéril. Santiago es uno de los símbolos, como lo fueron los profetas, de la urgencia en el compromiso visible de la fe. Estas afirmaciones son indiscutiblemente revolucionarias. Los hombres de siempre establecemos nuestros varemos de relaciones. No es fácil la coherencia con la fe. Pero Santiago no es lo que podríamos llamar un revolucionario social; sus convicciones arrancan de otra parte: de la fe en Jesús que vivió cercano a los rechazados, alejados, despreciados de la sociedad. Santiago sabe que la fe no es una adhesión fría a algunas verdades. La fe es entrar en comunión personal con un Dios que se ha hecho presente en medio de los hombres y que derribó todos lo muros de separación. Nos recordaba el Concilio Vaticano II que una de las más importantes causas del ateísmo actual en el mundo se debe a que los cristianos no ofrecemos un testimonio convincente y visible de la fe que profesamos. Estar cerca de todos no es privilegio de nadie, sino que es tarea de todos. Santiago escribe a todos sin distinción. Es urgente en medio de nuestro mundo actual que los creyentes se comprometan en serio con estas advertencias de Santiago, pero con la alegría de compartir con los demás.
Evangelio: Marcos 7,31-37.
Marco: este fragmento pertenece a la tercera sección de la primera parte del evangelio que se define como el camino del Hijo del hombre que se abre al mundo y que actúa en Galilea. Expresa las convicciones de Marcos: Jesús es a la vez verdadero Dios y verdadero hombre.
Reflexiones:
1ª: Jesús dijo en alta voz: ¡Ábrete!
2ª: ¡Todo lo ha hecho bien!
En el colmo del asombro decían: Todo lo ha hecho bien. Sabemos que uno de los mayores y más lacerantes enigmas que tiene el hombre sobre sus espaldas y sobre su destino es la pregunta por el después: ¿Después, qué? Pero hay otro enigma no menos lacerante y es cómo explicar la presencia del mal, del sufrimiento y de la finitud débil de nuestra naturaleza. El evangelio, y Jesús que es el centro del mismo, no son una teoría. Son una respuesta para el hombre. Cuando Jesús alcanza, con su actuación, al hombre en su globalidad está ofreciendo un camino creíble. Es todo el hombre el que necesita la solución. Y escuchar una palabra tan breve y tan honda: “todo lo ha hecho bien”, es necesario proclamarlo en medio del mundo. Todo lo ha hecho bien “porque cargó sobre sus espaldas nuestras debilidades y limitaciones!. Todo lo ha hecho bien porque ha entrado en el mundo por la puerta estrecha del sufrimiento, de la pobreza y de la marginación. Lo ha hecho bien todo porque puede hacer hablar a los mudos y oír a los sordos. Todo lo ha hecho bien porque en aquella humanidad tan cercana y envuelta en debilidades (menos en el pecado) estaba oculto, pero actuando, el Hijo de Dios. Pero, sobre todo, porque aceptó la humillación de la cruz que es donde se revela la gloria de Jesús y porque es presencia visible y tangible del Dios del amor. Del Dios que ama al hombre para que sea feliz en medio de sus perplejidades, enigmas e interrogantes. Es necesario proclamar en el mundo de hoy que Dios en Jesús y en su Espíritu lo hace todo bien y lo hace todo bien para todos sin acepción de personas, raza, lengua o nación.
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