17 noviembre 2020

TODOS LOS CAMINOS CONDUCEN A ROMA: 22 noviembre

 La expresión "todos los caminos conducen a Roma", proviene de la época del Imperio donde se construyeron más de 400 vías unos 70.000 kilómetros para comunicar la capital, Roma, considerada el centro donde convergía el poder del imperio, con las provincias más alejadas. En muchas ocasiones estos caminos fueron creados de forma espontánea por las propias legiones.

1. La fiesta de Cristo Rey, es el lugar donde converge todo aquello que hemos vivido, celebrado, escuchado y sentido como creyentes durante el año.

-¿Ha conducido nuestra oración al conocimiento de Cristo?

-¿Nos ha llevado la eucaristía a un mayor arraigo en Jesús?

-¿Hemos sentido, en propias carnes, la llamada del Señor a ser colaboradores de su Reino?

Si así ha sido, podemos decir que todo ha sido por Cristo, en Cristo y con Cristo. ¡Toda la misión de la Iglesia arranca y nos lleva a Cristo!

Desgraciadamente, no todos los caminos, conducen ni a Roma ni a Cristo. A nuestro paso se abren muchos atajos por los que, queriendo o sin querer, buscamos nuestros peculiares reinos (sin demasiadas exigencias) y lo efímero (porque nos cuesta o dudamos en buscar y luchar por lo eterno).

2. “Dime de qué presumes, que yo te diré de qué careces” ¿Cuáles son los valores por los que nos empleamos a fondo? ¿Llevan el color del cielo o tan sólo el de la tierra? ¿Están impregnados de santidad o de mediocridad? ¿Proclaman la verdad y la vida o, tal vez, se dejan eclipsar por el engaño y la muerte?

Sigamos al gran Rey. Un Rey que nos presenta un Reino donde, la cruz, se convierte en trono de prueba para aquellos que le siguen. Un Reino, donde la corona de espinas, nos recuerda que el amor y el servicio son tarjetas de presentación imprescindibles para entrar a formar parte del grupo de los vasallos de Jesús. Un Reino en el que, la alegría de corazón, tiene prioridad sobre otras sonrisas fingidas, forzadas o compradas por los poderosos del mundo.

¿Qué puestos añoramos? ¿Los del servicio o los del ser servidos?

¿Cómo llevamos las espinas que salen a nuestro encuentro por defender la causa de Cristo? ¿Estamos alegres e ilusionados por ese Reino que fue la obsesión, la locura y el vivir en un sin vivir de Jesús?

3. Lo dijo ya un escritor: “Cuando el amor es rey, no necesita palacio” (José Narosky). Y, qué bien refleja esta sentencia la solemnidad que hoy celebramos: el reinado de Jesús. El palacio de Jesús fue el amor y, sus habitaciones, los corazones de la humanidad.

¿Cómo descubrir a un rey debajo de un rostro humillado? ¿Dónde su grandeza en un cuerpo abatido? ¿Es en la cruz donde hemos de encontrar acaso su trono? ¡Así es! ¡El amor es el rey y el secreto del gran Rey que es Cristo!

Santa Teresa, contemplando al Señor, llegó a dejarnos esta bonita perla: “Parezcámonos en algo a nuestro Rey, que no tuvo casa, sino en el portal de Belén donde nació y la cruz donde murió”.

4.- Al celebrar esta festividad meditamos todo lo que hemos descubierto respecto a Jesús con su Palabra, desde la caridad, la eucaristía o caminando como peregrinos ayudados y animados por la gran familia que somos toda la Iglesia que, en medio de vicisitudes pero con claridad, proclama: ¡TU, SEÑOR, ERES NUESTRO REY! Por Ti y para Ti nuestro esfuerzo, nuestra alabanza, nuestro seguimiento y nuestra vida, nuestra fe y nuestra entrega.

Sí, Señor, hoy más que nunca… ¡VENGA TU REINO! ¡VEN, SEÑOR, Y NO TARDES MÁS!

 

Javier Leoz

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