30 noviembre 2020

II Domingo de Adviento: Comentario a las lecturas

 Pedro Sáez. Presbítero

El domingo pasado la Sagrada Escritura nos orientaba sobre el modo de llevar a cabo en el terreno de lo práctico la venida de Jesús al mundo. De la mano del Papa recordábamos que era imprescindible una REFORMA MORAL DE NUESTRAS COSTUMBRES.
“Toda pretensión de mejorar el mundo, decía el Papa, supone
1º.- cambios profundos en los estilos de vida, (pasar del individualismo a la solidaridad)
2º.- cambio en los modelos de producción y consumo, (Frente a la explotación brutal del hombre y la naturaleza, el respeto a la persona y a la naturaleza)
3º.- cambio en las estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad. (Frente al despotismo de los gobernantes, el servicio cercano a los ciudadanos) El auténtico desarrollo humano posee un CARÁCTER MORAL y supone el pleno respeto a la persona humana” (nº. 5)
A pesar de lo urgente del cambio y de su absoluta necesidad veíamos también que “la cosa” no era fácil.
Hoy los textos que hemos escuchado nos dan a entender que con “eso” ya contaba Dios en el momento de hacernos su oferta.


EN LA PRIMERA DE LAS LECTURAS (Is. 40, 1-5, 9-11) nos encontramos las siguientes ideas:
1º.- NOS garantiza un perdón inicial diciendo que por su parte estaría perdonado nuestro pecado anterior.
Dios, como siempre, nos convoca a un futuro mejor, no a lamentarnos en un pasado desastroso.
2º.- NOS advierte de lo arduo de la misión, no es una tarea fácil
Hay que hacer un gran esfuerzo para que los valles se eleven, las montañas y colinas se abajen, los caminos tortuosos se hagan rectos y los escabrosos llanos.
Pasar a casos concretos de allanamiento: en mi vida familiar, en mi comportamiento social, en mi actividad política, en el ejercicio de mi profesión, en los esfuerzos del estudio, en los momentos de diversión suponen una fuerte dosis de coraje, tras un serio planteamiento de cómo concretamente allanar, rectificar, sustituir, lo malo por lo bueno.
3º.- NOS ofrece su ayuda. Dios viene con potencia; pero no para avasallar sino para salvar, como un pastor que apacienta su rebaño.

LA SEGUNDA LECTURA (2ª Pe. 3, 8-14) nos brinda cuatro grandes aportaciones:
La primera es que Dios tiene paciencia. Sabe de lo cansino del obrar humano y por eso sabe esperar.
La segunda es que la paciencia de Dios no hemos de aprovecharla para no esforzarnos sino para no desesperarnos en la espera del cambio.
La tercera es que para transformar el mundo los “transformadores” deben llevar una vida santa y religiosa
La cuarta es un chispazo de esperanza: nosotros esperamos unos Cielos nuevos y una tierra nueva, en los que reinará la justicia.

LA TERCERA LECTURA recoge dos importantes momentos de todo esto:
Uno, que debemos arrepentirnos como punto de partida para emprender la renovación del mundo. Recordamos las palabras del Papa: cualquier cambio en el mundo exige una conversión moral.
Los cambios que pedía el profeta Isaías en nombre de Dios no eran un recurso literario sino una llamada a un tremendo esfuerzo personal de conversión.
Posturas de endiosamiento personal manifestadas con soberbia, actitudes violentas de venganza y resentimiento, empeños egoístas de centrarlo todo en torno al yo, comportamientos imprudentes sin previa suficiente reflexión, utilizaciones de los demás en el sexo, en su capacidad productiva, en su deseo de progresar sin ningún respeto a la dignidad de la persona, frialdad en las relaciones con los demás, insensibilidad ante los problemas de los otros, etc. etc. exigen esfuerzos comparables a los de que los valles se eleven, las montañas y colinas se abajen, los caminos tortuosos se hagan rectos y los escabrosos llanos.
No lo olvidemos: no habrá ningún cambio en el mundo sin que se produzca una transformación moral de los que lo integramos.
El segundo punto de la tercera lectura nos convocaba a realizar hoy en nuestros ambientes la misma misión del Bautista: anunciar que lo que en estas fiestas celebramos es que Jesús viene y que viene para empaparnos de “Espíritu” que nos impulse a lo que nos decía San Pedro: instaurar unos cielos nuevos y una tierra nueva, en los que reine la justicia.
La gran fiesta de la Navidad no es SOLO una fiesta familiar y civil. Es la fiesta que celebramos por la VENIDA de Jesús al mundo, a nosotros. Es la venida del Señor lo que nos alegra y compromete esa entrañable noche de la “Nochebuena”.
Entrañable y alegre porque Jesús se nos ofrece como el patrón que sabe el rumbo de la nave de nuestra vida y la dirige a puerto. Nada menos que Séneca decía que “No hay viento favorable para quien no sabe a dónde va”. Jesús vino a decirnos a dónde vamos. Y por donde podemos ir: por Él, que se nos ofreció como el camino que lleva al Padre.
Vamos a continuar la Eucaristía. Vivámosla intensamente para tener la fuerza necesaria para hacer realidad todo ese formidable proyecto de Dios sobre cada uno de nosotros, anunciado en LA NAVIDAD. AMÉN. 

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