10 noviembre 2020

Homilía – Domingo XXXIII de Tiempo Ordinario

 1.- Para saber trabajar en la espera (Prov 31, 10-13. 19-20. 30-31)

Un canto al trabajo honrado y bien hecho. Se concreta en el ejemplo de una mujer hacendosa y con gracejo. Una cascada de alabanzas que vienen a terminar en un verdadero canto «por el éxito de su trabajo».

Ese canto al trabajo resuena en la primera lectura de la liturgia de este domingo. La espera en la venida del Señor nunca podrá convertirse en una esperanza pasiva Para una esperanza activa, esta mirada a la exaltación de trabajo en el Antiguo Testamento.

Más allá de la referencia utilitarista que la mujer trabajadora reporta a su marido, hay en el texto afirmaciones hermosas sobre el trabajo, concretado en este ejemplo de una mujer hacendosa.

Es un trabajo que da a la persona más valor que las perlas. Y es de más consistencia que el gracejo y la hermosura. Es fruto del temor de Dios, y da lugar para poder compartir: «Abre sus manos al necesitado y extiende el brazo al pobre». Es causa de la mejor pública alabanza de la gente: «Sus obras se alaban en la plaza».

Retenemos este valor del trabajo con el que el ser humano (hombre/mujer) multiplica los bienes recibidos para ser administrados, los comparte y, por su gran actividad, recibe la alabanza.

 

2.- Como un ladrón en la noche (1Tes 5, 1-6)

Las especulaciones sobre la venida gloriosa del Señor hacían las delicias de muchos en la Iglesia primitiva (…y la siguen haciendo en grupos religiosos cristianos de cuño apocalíptico). Tesalónica fue testigo de muchas de estas especulaciones. El anuncio de una llegada inminente del Señor desactiva la esperanza activa. Introduce al creyente o a la entera comunidad en una pasividad perezosa y culpable.

Pablo apela a lo que los tesalonicenses «saben perfectamente». Él lo habría repetido con frecuencia: «Que el día del Señor llegará como un ladrón en la noche». Y saca las consecuencias: será un día repentino y de improviso. Es inútil hacer cálculos. Y a muchos los sorprenderá desprevenidos…

Pero hay otro tipo de espera: quien no vive en la noche ni en las tinieblas no debe temer nada… Para ese, no hay sorpresas de los ladrones nocturnos, porque ha hecho toda su vida una experiencia del día. Y en el día ha establecido su existencia. Una permanente vigilia con una preparación que nunca el sueño interrumpe. Así lo recuerda nuestro soneto: «Alejado de necias fantasías/ realiza tu deber aquí y ahora/ como si al sol de la siguiente aurora/ fuera a ocurrir la vuelta del Mesías».

3.- La encomienda de un trabajo permanente (Mt 25, 14-30)

La parábola de los talentos cierra el pequeño ciclo de los últimos domingos del tiempo ordinario. Y nos fija la mirada en el compromiso con la tierra. Son domingos de sabor escatológico. Pero, bien lo sabemos ya, la escatología no nos saca de la historia.

No importa lo que hayamos recibido. Lo que importa es recibirlo «con gratitud» y trabajarlo «con empeño». Nuestros bienes no son nuestros. Nos han sido encomendados. Pero están en nuestras manos. No para ser cautelosamente guardados; lo están para ser multiplicados; y aumentados en un serio compromiso, ser de nuevo devueltos a las manos que los dieron.

¡Que no podemos ser en la vida «empleados negligentes y holgazanes»! Quedarnos sin realizar la tarea significa no llenar nuestra existencia de la obediencia a la herencia y al mandato: «Llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes». Nos viene a la memoria el encargo del cuidado de la tierra que, al principio, hizo Dios a los humanos… Y la espera se nos llena así de un empeño permanente en devolver al Señor los bienes multiplicados.

Negociar los talentos

¡Vendrá el Señor! No gastes energías
especulando el cómo, el día o la hora…
Vendrá sin adelanto ni demora.
¡Negocia los talentos y los días!

Alejado de necias fantasías,
realiza tu deber aquí y ahora
como si al sol de la siguiente aurora
fuera a ocurrir la vuelta del Mesías.

Teme al Señor y sigue su camino:
te nutrirá, sabroso el pan y el vino
de tu trabajo y de su Eucaristía.

Medrarás en los hijos…, y tu esposa
será parra fecunda y vigorosa
en al cálido hogar de la alegría.

Pedro Jaramillo

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