EL REPARTO DE LOS PANES
1.- Partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Si leemos atentamente el relato sobre la llamada multiplicación de los panes, tal como nos lo cuenta hoy en su evangelio el evangelista Mateo, vemos que en ningún momento se habla de multiplicación de panes, sino de reparto de panes. Por supuesto que del mismo relato se deduce que los panes debieron de multiplicarse, ya que con cinco panes no comen más de cinco mil personas y encima sobran doce cestos llenos de panes. Pero, sin meternos ahora en problemas de exégesis bíblica, el hecho de que el texto evangélico nos hable de reparto y no de multiplicación puede darnos a nosotros motivo para reflexionar sobre la ausencia de pan que padecen hoy en nuestro mundo millones de personas.
El problema del hambre en el mundo de hoy no es la necesidad de multiplicar el pan, sino de repartirlo mejor. Dicen los que saben de esto que en el mundo se produce hoy suficiente pan para alimentar a todos los que lo necesitan; el problema no es que no haya pan, sino que el pan que hay está mal repartido. Basta pensar en un dato repetido hoy cientos de veces: más de la mitad del primer mundo tiene como principal problema el exceso de peso y la sobrealimentación, mientras que la mayor parte del tercero y cuarto mundo tienen como principal problema encontrar un trozo de pan para llevarse a la boca. La consecuencia es fácil de deducir: si los que tienen de más le dan lo que les sobra a los que tienen menos se arreglaría el problema. Desgraciadamente, el problema no es nuevo; ni el problema, ni la posible solución. Ya San Ambrosio y San Agustín se cansaron de repetir, en el siglo cuarto y quinto, que el pan que sobra a algunos es el pan que necesitan otros. El pan que sobra a los ricos pertenece a los pobres, por tanto si los ricos no dan a los pobres el pan que les sobra están comiendo un pan robado, un pan injusto: “No es parte de tus bienes lo que tú das al pobre, porque lo que le das le pertenece, porque lo que ha sido creado para uso de todos, tú te lo apropias”. En el mismo documento del Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, se dice: “Alimenta al que muere de hambre, porque, si no lo alimentas, lo matas”. ¡A ver si ahora resulta que la solución a la crisis económica actual de la que tanto hablamos está ya escrita en los evangelios y no nos hemos enterado!2.- Se acercaron los discípulos a decirle: despide a la multitud… Jesús les replicó: no hace falta que vayan, dadles vosotros de comer. También este texto podemos aplicarlo a los tiempos actuales y a la actual crisis económica y de valores que padecemos. Los discípulos le dicen al maestro que para solucionar el grave problema que se les ha planteado, lo mejor es despedir a la gente. Si Jesús despide a la gente, automáticamente se libra de la responsabilidad de tener que darles de comer. Pero a Jesús lo que más le preocupa no es el problema de lo que cuesta la comida, sino el problema de la gente. Si despide a la gente, esta gente va a tener graves problemas para poder llegar a casa, sin desmayarse por el camino. Lo más cómodo es despedir a la gente, evidentemente, pero esa solución no está de acuerdo con lo que él está predicando todos los días en su evangelio. Este problema, desgraciadamente, está hoy muy de moda en nuestras empresas y negocios. Cuando la empresa no gana todo lo que los dirigentes quieren ganar, la práctica habitual es despedir a parte de los empleados, la reducción de personal. Jesús les habría dicho a estos dirigentes: no despidáis a nadie, repartid mejor el trabajo de la empresa y el dinero que vosotros ganáis. Pero si la empresa mira antes al dinero que ellos quieren ganar, que la necesidad de la gente a la que despiden, entonces es claro que lo mejor es despedir a las personas. Es lo mejor para los que ya tienen suficiente, pero es lo peor para los que no tienen ni siquiera lo que necesitan. Vamos que, con el evangelio en la mano, está muy clara la solución de la crisis; pero, ¿quién se atreve hoy a dirigir una empresa con el evangelio en la mano?
Gabriel González del Estal
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