Por Gabriel González del Estal
1.- Cristo se hizo hombre para salvar a los hombres, es decir, a todo el género humano. No vino como turista, para ver y contemplar nuestras grandezas y nuestras miserias, vino para salvarnos, es decir, para librarnos de nuestras esclavitudes, espirituales y sociales, y para enseñarnos a vivir como auténticos hijos de Dios. Pues bien, con esa misma intención debemos también nosotros celebrar la Navidad. Así como María, por gracia del Espíritu Santo, formó a Cristo en su seno, así también cada uno de nosotros debemos formar a Cristo en nuestro corazón, debemos vivir de tal manera que nuestra vida aparezca y sea una imagen viva de Cristo. Nuestra vida en sociedad debe hacer visible la vida de Cristo en nuestra sociedad. Esto es dar a luz a Cristo, hacer que Cristo nazca entre nosotros. Si somos de verdad cristianos, no podemos ser espiritualmente estériles, tenemos que ser fértiles alumbrando a Cristo. Esto debemos hacerlo siempre, pero especialmente y con una especial intensidad en estos días de Navidad. La celebración de la Navidad no puede ser para nosotros un acontecimiento preferentemente pasivo, de ver y contemplar, sino activo, haciendo que en nuestro corazón nazca y crezca cada día el cuerpo de Cristo. Si en estos días de Navidad no hacemos nacer a Cristo en nuestras vidas, no celebramos cristianamente la Navidad. Por supuesto que para nosotros todos los días deben ser Navidad, pero en estos días litúrgicamente navideños debemos renovar con más fuerza nuestro particular propósito de hacer visible a Cristo en nuestras vidas. Si ser cristiano supone siempre el propósito de vivir como vivió Cristo, en este día solemne de la Navidad debemos hacer un propósito solemne de ser seguidores de Cristo, imágenes vivas de Él, nacer y crecer cada día como Cristos vivos.
2.- Pero la Navidad cristiana nunca podrá ser una Navidad egoísta y egocéntrica. Cristo no vino al mundo para salvarse a sí mismo; vino para salvar a los demás, para salvarnos a nosotros. Cristo, mientras vivió con nosotros, luchó con todas sus fuerzas contra el mal. Curó a los enfermos, defendió a los marginados, dio de comer a los pobres, gritó contra los corruptos, acogió a los pecadores y se revolvió contra los gobernantes tiranos que oprimían al pueblo con leyes injustas e interesadas. Ahora debemos ser nosotros, los cristianos, los que ayudemos a los pobres, gritemos contra los corruptos, convirtamos a los pecadores, aliviemos a los enfermos y, en fin, luchemos con todas nuestras fuerzas contra el mal. Ser cristiano en estos días de Navidad, en los que celebramos el nacimiento de un Dios pobre y humilde, es pensar especialmente en los miembros más pobres y humildes del cuerpo de Cristo. San Agustín llama cariñosamente a los pobres “los pies de Cristo” y les dice a sus fieles que no atender a los pobres es como acercarse a besar el rostro de Cristo, pisándole los pies. En estos tiempos de crisis económica y de crisis de valores los cristianos debemos vivir la Navidad con auténtico espíritu cristiano, siendo cristianamente sobrios, generosos y solidarios con los miembros más pobres y necesitados del cuerpo de Cristo. Así parece decírnoslo desde el pesebre el Niño del portal.
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