Comenzamos un nuevo tiempo litúrgico, el Adviento, y con él un nuevo año litúrgico. Como cada año, antes de celebrar el comienzo de nuestra salvación, el nacimiento del Hijo de Dios hecho hombre, la Iglesia nos propone estas cuatro semanas de Adviento como un tiempo precioso de espera y de esperanza, un tiempo en el que estamos llamados a caminar en la luz del Señor que viene.
1. El Adviento: espera y esperanza. En este tiempo de Adviento, la Iglesia recuerda por un lado la primera venida de Cristo, que tuvo lugar en Belén, con el nacimiento de Cristo, Dios hecho hombre. Lo celebraremos en Navidad. Por eso, en este tiempo de Adviento, nos preparamos para celebrar con gozo y con alegría ese acontecimiento que ya sucedió en la historia hace más de dos mil años. Pero también recordamos la segunda venida de Cristo, que está por venir.
El mismo Señor prometió durante su vida terrena que volvería al final de los tiempos. Por eso, el Adviento es tiempo de espera, de preparación. Nos preparamos para celebrar la primera venida de Cristo en la Navidad, pero nos preparamos también para la segunda venida de Cristo, al final de los tiempos. La liturgia, especialmente al comienzo del Adviento, nos recordará que hemos de estar preparados, que hemos de velar, por el Señor viene el día que menos le pensemos. Pero es también un tiempo de esperanza. La esperanza que trajo al mundo el nacimiento del Salvador, el príncipe de la paz que nació hecho un niño pequeño en Belén. La esperanza de la salvación que nos trajo Cristo al venir a este mundo. Y también la esperanza de una gloria futura, que Dios nos ha prometido, y que alcanzaremos al final de los tiempos cuando Cristo venga de nuevo en su gloria. Por ello hemos de estar preparados, sin dormirnos.
2. Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro señor. Este es el grito de este primer domingo de Adviento. No podemos dormirnos, como nos indica san Pablo en la segunda lectura. El que duerme no se entera de lo que pasa a su alrededor, y se le puede pasar un acontecimiento importante si no se despierta a tiempo. Así podemos estar también nosotros en nuestra fe y en nuestra esperanza, dormidos. Cristo ha prometido que vendrá en plenitud y en gloria al final de los tiempos. Cuando venga Cristo, los justos serán glorificados con Él y el mundo entero será restaurado. Es la nueva Jerusalén, la patria del Cielo que vislumbra el profeta Isaías en la primera lectura, en la que los hombres viviremos para siempre junto a Dios. El mismo Dios que vino hace dos mil años al mundo para llamarnos a seguirle, vendrá al final de la historia a llevar con Él a aquellos que tomaron en serio su llamada. Por eso Jesús nos dice en el Evangelio que hemos de estar vigilantes, en vela. No sabemos cuándo vendrá el Señor de nuevo, por ello hemos de estar alerta. Pero esta vigilancia no ha de ser pasiva no se trata de quedarnos quietos, a la espera de la venida del Señor. Más bien, se trata de una vigilia activa, en la que hemos de prepararnos, para que cuando llegue el Señor nos encuentre en disposición de seguirle a la patria celestial.
3. Caminemos como en pleno día. Esta vigilancia encuentra un simbolismo en el camino de la luz, que aparece tanto en la primera lectura como en la segunda. Isaías, que es el profeta que nos acompañará a lo largo de todo el Adviento, nos lanza esta invitación: “Venid, caminemos a la luz del Señor”. Y por s parte, san Pablo nos anima a salir de las tinieblas y a ponernos las armas de la luz para caminar como en pleno día. Las tinieblas son signo del pecado. Caminar en tinieblas es vivir alejados de Dios, que es la luz plena. Por ello, caminar en la luz es vivir con Dios y desde Dios. Así, la vigilancia a la que nos invita la palabra de Dios en este primer domingo de Adviento es a vivir en Dios, en la plena luz, no en las tinieblas del pecado y de la muerte. Esa luz plena la encontraremos en Navidad, con el nacimiento del Niño Dios, la luz que nace en las tinieblas, la luz que vio el pueblo que caminaba en tinieblas. Y esa luz es también la claridad de la gloria a la que estamos llamados y la que hemos de ir preparando a lo largo de nuestra vida. El Adviento, por tanto, es un tiempo de espera y de esperanza, y es también un tiempo de luz, la luz de Cristo que desea brillar en nosotros. Salgamos pues de las tinieblas y comencemos a caminar con la luz de Cristo.
Este camino no lo haremos solos. Nos acompaña siempre María, que es la mujer del Adviento. Con ella nos preparamos en este Adviento, llenos de esperanza, al nacimiento de Cristo Salvador, y caminamos en vela, despiertos, entre las tinieblas del mundo, hacia la luz gloriosa de Cristo que ha de venir.
Francisco Javier Colomina Campos
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