25 de agosto 2019 (XXI Domingo del Tiempo Ordinario)
Una persona se quejaba: “Hemos estado de vacaciones en un hotel. Las instalaciones muy bien, pero muchos niños corrían y gritaban sin control por el comedor y otras zonas, hacían el bruto en la piscina… Mientras tanto, los padres y madres repantigados en la tumbona sin decirles nada, y cuando alguien llamó la atención a los críos, entonces se pusieron como furias diciéndole que no era nadie para corregir a sus hijos”. Seguro que hemos sufrido situaciones similares en diferentes ámbitos. Muchos padres y madres dejan que sus hijos se comporten como quieran, aunque estén molestando a otras personas; unas veces lo hacen porque los mismos padres y madres carecen de educación; otras veces porque les resulta más cómodo no decirles nada, y otras veces se justifican diciendo que “son niños, no hay que reprimirles”, pensando que eso es mejor para ellos.
La 2ª lectura hacía una pregunta: ¿Qué padre no corrige a sus hijos? En general, hemos pasado de un excesivo autoritarismo a una postura excesivamente permisiva. Se piensa que se es mejor padre “haciéndose amigo” de los hijos, y para esto se renuncia a hacer valer la propia autoridad. (Como dice el Juez Calatayud, “los dejamos huérfanos”). Sin embargo, corregir a los hijos es un signo de amor porque se quiere lo mejor para ellos. Cuando los padres y madres renuncian a corregir a sus hijos y les dejan hacer, están provocando que éstos vayan creciendo sin tener criterios claros de conducta, ni dónde están los límites que no hay que sobrepasar, ni cuáles son las consecuencias de sus actos.
Y esto no se queda sólo en la infancia y juventud: también los adultos nos dejamos llevar por “que cada uno haga lo que quiera”. Como decíamos hace unos domingos, en general se percibe que lo que hasta hace unos años se conocía como “urbanidad y buenos modales” ha desaparecido y la gente “va a la suya”, sin tener en cuenta a los demás. Y lo mismo en lo referente a la fe: pretendemos vivir la fe “a nuestra manera”, adaptándola a nuestros gustos y comodidades, y no aceptamos que se nos diga que eso no es lo correcto. Al final, no hay criterios claros de conducta para nada, ni límites, parece que todo vale y todo tiene el mismo valor. Pero no es así.
De ahí lo que afirmaba la 2ª lectura: No rechaces la corrección del Señor, ni te desanimes por su reprensión… Ninguna corrección resulta agradable, en el momento, sino que duele; pero luego produce fruto… Por supuesto, no hay que identificar “corrección” con amenazas, agresividad o violencia, sino como un instrumento educativo para hacer personas responsables, conscientes de sus actos y de la repercusión de los mismos, tanto en lo más íntimo y familiar como en cualquier ámbito social.
Y así, también el Señor nos recordaba en el Evangelio: Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Puede parecer más cómodo y más gratificante “que cada uno haga lo que quiera” sin ceñirnos a normas ni correcciones en ninguna etapa de nuestra vida, ni en lo personal, ni en lo familiar, ni en lo social… pero esta conducta acarrea consecuencias, a veces muy graves, que luego lamentamos.
Si de verdad queremos ser cristianos, el Señor nos invita a cambiar de mentalidad, a ser humildes y aceptar la corrección, porque eso significa que Dios os trata como a hijos. La corrección no es castigo, no es represión: Dios, como Padre Bueno, quiere lo mejor para nosotros, y nos corrige para que podamos producir fruto en todas las áreas de nuestra vida, para que en medio del relativismo que nos rodea, se nos note que, por ser de verdad hijos de Dios, tenemos criterios claros de conducta.
Si de verdad queremos ser cristianos, el Señor nos invita a cambiar de mentalidad, a ser humildes y aceptar la corrección, porque eso significa que Dios os trata como a hijos. La corrección no es castigo, no es represión: Dios, como Padre Bueno, quiere lo mejor para nosotros, y nos corrige para que podamos producir fruto en todas las áreas de nuestra vida, para que en medio del relativismo que nos rodea, se nos note que, por ser de verdad hijos de Dios, tenemos criterios claros de conducta.
¿En alguna ocasión he tenido que sufrir situaciones provocadas porque los padres no corrigen a sus hijos? Si tengo hijos, ¿he sabido corregirles, o he sido autoritario? ¿Acepto que me corrijan, aunque ya sea adulto? ¿Y en lo referente a la fe? ¿Qué “puertas estrechas” encuentro, y por las que debería esforzarme en pasar? ¿Por qué encuentro esas dificultades? ¿Los demás notan que por mi fe tengo criterios claros de conducta y límites que sé que no hay que traspasar?
La fe, para ser realmente cristiana, debe repercutir en todas las dimensiones de nuestra vida. No nos dejemos atrapar por el relativismo, esforcémonos en entrar por la puerta estrecha de la corrección: así el pie cojo, no se retuerce, sino que se cura, y la misión evangelizadora dará como fruto personas fuertes y seguras, con puntos de referencia válidos para guiar sus acciones hacia el bien.
La fe, para ser realmente cristiana, debe repercutir en todas las dimensiones de nuestra vida. No nos dejemos atrapar por el relativismo, esforcémonos en entrar por la puerta estrecha de la corrección: así el pie cojo, no se retuerce, sino que se cura, y la misión evangelizadora dará como fruto personas fuertes y seguras, con puntos de referencia válidos para guiar sus acciones hacia el bien.
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