Por Ángel Gómez Escorial
1. - La humildad es una virtud rara, porque pocos son los humanos que la asumen sincera y completamente. La soberbia es lo contrario de la humildad y es uno de los mayores motivos de separación de Dios. La soberbia nace precisamente en personas que, tal vez, llevan un camino aceptable de perfección, pero que un exceso de autoestima los lleva a desvariar. Sería el caso del fariseo que rezaba en el lugar más importante del templo agradeciendo a Dios lo que bueno que era él mismo, cuando "el único bueno es Dios". La soberbia impide ejercitar el perdón de las ofensas y son frecuentes tremendos enfrentamientos entre familiares que llevan incluso a la destrucción de las familias. No es ocioso pedir a Dios todos los días para que nos libre de caer en las redes demoníacas de la soberbia.
2.- Hay, no obstante, situaciones de vanagloria menos graves que tampoco son útiles para el cristiano. Una conformidad permanente con nuestra forma de ser o de actuar nos impedirá profundizar en los fallos personales y en errores nuestros en el trato con los hermanos. Se da mucho en gente religiosa que se siente feliz de no ser "malos como los otros" y, sin embargo, lo que están haciendo es aproximarse al fariseo del relato evangélico. Si adoramos a Dios, si aceptamos todos los días su grandeza y misericordia, vamos a entender rápidamente nuestra poquedad y de ahí nacerá el reconocimiento de que somos poca cosa. Si miramos a nuestro alrededor podemos encontrarnos con gentes ejemplares que desde una vida consagrada a Cristo estén trabajando al servicio de los más pobres, de enfermos de difícil trato o de peor aspecto. Y que, sin embargo, el "milagro" reside en que esas personas no se envanezcan íntimamente y sean capaces de pensar que el trabajo de un padre de familia para sacar adelante a su gente sea más importante que el suyo. En el reconocimiento de lo limitado de nuestra misión --y, además, poner nuestros ojos en la grandeza de Dios-- aparecerá un buen camino de humildad para nuestra vida.
3. - La suprema humildad es cuando Dios –la Segunda Persona de la Trinidad— se anonadó hasta encarnarse en un hombre que terminó muriendo en la Cruz en unas condiciones terribles. No hay humildad mayor que esa. El camino hacia el Gólgota es un ejemplo completo de humildad y entrega. Jesús, no obstante, con su notable capacidad de maestro trazó enseñanzas concretas y afectas a la vida cotidiana para que lo entendiéramos mejor. Él era –ciertamente— el mejor ejemplo de humildad, pero no era cuestión –sin, además, haberse completado su misión en la Tierra— de ponerse de ejemplo. Los ejemplos de puestos principales en banquetes, bodas y celebraciones son muy habituales.
4.- Digamos mejor: siguen siendo habituales. Lo eran en tiempos de Jesús y lo siguen siendo. La gente lucha por significarse, porque le vean en el mejor puesto. Y la mayoría de las veces dicha significación vale poco. Pero no hay que ignorar algo más que hay en las palabras que Jesús nos dirige esta semana. Y es que al invitar a los pobres, a los cojos y a los lisiados señala una línea de conducta: no debemos gastar dinero en celebraciones sociales y derrochar mientras que los pobres no comen. No podemos jugar a los honores –rodeados de belleza, de celebrities,— mientras que los lisiados, los cojos, los ciegos y muchas otras personas alejadas de la belleza por las marcas de la enfermedad, no tienen quien les visite o les ayude. Pero para llegar a prescindir de los fastos de la vida social --o a las lisonjas de la adulación-- hay que ser previamente humilde. Ahí, el Señor nos marca otro camino más para elegir la "puerta estrecha" – tal como nos decía el domingo pasado-- que nos conduzca a la salvación definitiva.
5. - Y en esa humildad –y en la austeridad correspondiente que deja inundar nuestras relaciones, todas, con los hermanos— reside una condición fundamental del cristiano. No construyamos una religión a nuestra medida rodeada de actos sociales llenos de vanagloria, adulación y mentira, aunque tengan lugar en el interior de una iglesia. Merece la pena leer –y releer— con mucha atención el breve fragmento del Libro del Eclesiástico presente en las lecturas de este domingo. "Dios revela sus secretos a los humildes" ¿Podemos pedir más? En la Carta a los Hebreos --el último texto que se lee de ella en este Tiempo Ordinario-- es también una muy especial incitación a reflexionar sobre la "nueva humildad". Dios, a partir de la presencia de Jesús en la Tierra, no va a necesitar de sus atributos magnificentes y terribles. En el monte santo ya no hay fuego, ni tormenta, ni nubarrones. Hay paz. Por eso también nosotros no debemos pedir a Dios signos maravillosos, ni milagros portentosos. Debemos esperar humildemente la presencia permanente --un día-- en nuestros corazones de Dios, en la cercanía con el Espíritu Santo. Y en esa cercanía hay que orar para pedir aun mucha más humildad.
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