05 julio 2019

LA PALABRA Y EL REINO DE DIOS

Por Ángel Gómez Escorial
1.- El Evangelio de este Decimocuarto Domingo del Tiempo Ordinario me da pie para entrar en el trabajo ineludible de la propagación de la Palabra de Dios. Jesús nos dio un mandamiento claro: llevar su mensaje hasta los confines del mundo y del universo. Jesús ha enviado a los setenta y dos a evangelizar Palestina. Y ellos volvieron contentos de los prodigios que hicieron. Los dos alimentos fundamentales del cristiano en la Santa Eucaristía y la Palabra de Dios. La Comunión es, sin duda, materia de templo. La propagación de la Palabra es asunto de las plazas, de los foros, de los medios de comunicación, de Internet. En la Misa de los Domingos –cuya divulgación es el gran objetivo de Betania—se unen las dos cosas. Se recibe la Santa Comunión en el Altar, frente al Sagrario; se oye la Palabra, también, desde el Altar y junto al Sagrario. Después habrá que salir a la Plaza Pública para comunicar a todos el Evangelio.

2.- Existe –como decía— una responsabilidad indudable de todos los cristianos en transmitir la Palabra de Dios. Es cierto que hay muchos dones y, verdaderamente, la entrega incondicional a los hermanos es emocionante y maravillosa. Todos aquellos que dedican sus vidas a atender a los más pobres, a los más enfermos, a los más débiles tienen algo entre sus manos que les acerca a Dios directamente. También, aquellos que gastan su vida retirados y en continuada oración por los demás van a recibir el consuelo de la vida eterna en este trozo de existencia temporal. Pero, asimismo, quienes se han dedicado al máximo servicio de Dios y de los hermanos, un día tuvieron que recibir la Palabra que les impulsó a esa obligación y sacrificio. Evangelizar es una obligación primera que no se puede abandonar si alguno de nosotros ha entendido que ese es su camino. Los setenta y dos transmitían la cercanía del Reino de Dios mediante la transmisión de la palabra. Ellos, sin duda, sintieron la alegría que les proporcionaba el poder compartido de curar y expulsar demonios, pero Jesús les recomendó que sintieran la alegría máxima por "estar sus nombres inscritos en el cielo"
3. - Pero entremos en las lecturas. El profeta Isaías ofrece paz, concordia y felicidad para los últimos tiempos. En su profecía de hoy nos presenta a una Jerusalén como centro de un gran acontecimiento pacífico y feliz. San Pablo en el final la Epístola a los Gálatas narra, también, otro final en una concreción de toda su doctrina. El Apóstol solo se enorgullece de la Cruz de Cristo y de su efecto en él mismo y en el resto de los fieles. La comunión de Pablo con Jesús hace que presuma, incluso, de llevar sus marcas. En el texto precedente de la misma Epístola es un impresionante cántico a la libertad de los seguidores de Cristo y el epílogo es una unión total mediante la "confraternización" de la Cruz. Y ya se sabe en el lenguaje de tiempos de Cristo cruz era también sinónimo de yugo: es el yugo suave que ofrece Jesús. También incidíamos en esto la semana pasada.
4. - El Evangelio contiene uno de los episodios más interesantes de la narración de la Buena Noticia. Manda a setenta y dos a evangelizar. Y significa que los hay. Muchas veces nos parece que Jesús pasó su vida pública en compañía de unos pocos, de los Doce y unas cuantas mujeres. Si dispuso de 72 discípulos con posibilidades de explicar la doctrina del Reino de Dios es que, obviamente, había muchos más. El movimiento en torno a Jesucristo debió ser –sin duda—multitudinario y de ahí vendría la alarma de los estamentos oficiales de la religión judía ante la influencia creciente. Es obvio que si sólo hubieran sido un par de docenas de fieles no se habría producido el enfrentamiento. En cuanto al análisis histórico de la vida de Jesús ese hecho es importante.
5. - Nos interesa hoy especialmente, como decía más arriba, el camino de predicación de la llegada del Reino de Dios y el camino de "pobreza evangélica" de los protagonistas de ese peregrinaje activo. No necesitan ni dinero, ni provisiones. Se las proporcionarían, de buen grado, las gentes de los pueblos y a las aldeas visitadas. Aparece, además, un golpe radical contra aquellos que no reciban a los enviados de Jesús: la comparación con la ruina de Sodoma es muy grave en su, también, contexto histórico, ya que la ciudad fue calcinada por fuego caído del cielo y era un ejemplo frecuente para demostrar la ira de Dios. Los enviados comunican su alegría por haber tenido poder para curar y expulsar demonios. Jesús les anticipa que es más importante llegar al momento final en el que sus nombres estén inscritos en el cielo. Hay, asimismo, alegría enorme porque parece que el Reino de Dios está cerca y que la predicación ha sido muy productiva.

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