05 julio 2019

LA LITURGIA DE ESTE DOMINGO NOS INVITA A SER PERSONAS DE PAZ Y MENSAJEROS DE LA PAZ

Por Gabriel González del Estal
1.- Mirad que os envío como cordero en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias y no saludéis a nadie por el camino. Cuando entréis en una casa, decid primero; “paz a esta casa”. Y si hay allí gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. Empecemos por analizar qué puede significar hoy predicar en medio de lobos. Necesariamente, tenemos que referirlo hoy a lo difícil que nos puede resultar hoy predicar el evangelio en nuestra sociedad muy agnóstica e indiferente a lodo o religioso. No nos van a atacar como lobos, por supuesto, pero tanto los políticos, como los empresarios, y la demás gente pública tenderá a pasar fácilmente de nosotros. Como cristianos y como discípulos de Jesús debemos predicar nuestra fe con amor y con ardor, peri sin esperar recompensar y premios personales. Y, por supuesto, para predicar la paz evangélica, lo primero que debemos hacer nosotros es ser gente de paz, en nuestra vida diaria y en el desempeño de nuestras actividades públicas. Ser gente de paz no quiere decir en ningún caso que tengamos que ser personas que nos mostremos de acuerdo con todos los demás. Cristo no estuvo de acuerdo frecuentemente, ni con las autoridades civiles de su tiempo, ni con las autoridades religiosas. Fue un hombre paz y predicador de la paz, sabiendo llevar la contraria a unos y otros. Lo importante era predicar siempre y hacer la voluntad de su padre.
A sí debemos hacer también nosotros. Otro de los aspectos que nos recomienda hoy el relato evangélico, según san Lucas, es la sobriedad y austeridad que debemos tener en nuestra predicación y en nuestro modo de vivir en general. En fin, podríamos decir bastantes más cosas, sobre la paz, sobre predicar la paz y sobre el ser personas de paz. Pero que cada uno lo medite por su cuenta y que llegue a las conclusiones que debe de llegar.
2.- Así dice el Señor: “Yo haré derivar hacia ella, como un río la paz”. El profeta Isaías es el cantor por excelencia, entre todos los profetas, de la esperanza y de la paz mesiánica. En este texto se refiere a la paz que tendrá Jerusalén después del destierro. Todos nosotros, los cristianos, debemos ser personas llenos de esperanza en la salvación última, en nuestra salvación final. Esta esperanza debe llenarnos de paz interior y de paz personal, en general. Sin esperanza cristiana y sin paz cristiana, no existiría el cristianismo. Esta vida está llena de problemas y contrariedades; sólo una fe y una esperanza en una vida futura puede alimentar nuestro diario vivir y llenarnos de paz. Naturalmente, nuestra esperanza no se basa en nuestros propios méritos, sino en los méritos de nuestro Señor Jesucristo. Por supuesto que, aunque nuestra salvación sea gratuita, es necesaria nuestra colaboración personal y nuestro esfuerzo, porque Dios nos ha hecho libres para decir sí o no a la gracia de Dios.
3..- Lo que cuenta no es la circuncisión o incircuncisión, sino la mueva criatura La paz y la misericordia de Dios vengan sobre todos los que se ajustan a esta norma. Que san Pablo fue una nueva criatura desde el momento mismo de su conversión lo dice toda su nueva vida y obras. Desde el momento mismo de su conversión lo único importante para él fue Cristo, ya no vivía él por sí mismo, sino que para él la vida fue Cristo, el Cristo resucitado y redentor. A partir de su misma conversión fue un hombre nuevo, lleno de la paz y de la misericordia de Cristo. Así debemos ser todos los cristianos, personas llenas de la paz y de la misericordia de Cristo, de la paz y de la misericordia de Dios. Debemos ser personas que prediquemos siempre la paz y la misericordia, naturalmente una paz y una misericordia cristiana, que en muchos caso será mucho más que la paz y la misericordia social y política.

3.- DIOS NOS LLAMA PARA SER MISIONEROS
Por Francisco Javier Colomina Campos
Si el domingo pasado escuchábamos una llamada de Jesús a seguirle, y éramos invitados a responder con valentía a esa llamada, hoy la liturgia de la palabra nos habla de envío. Y es que Dios nos llama para ser misioneros, para llevar a todo el mundo la buena noticia del Evangelio. La idea que recorre todas las lecturas de este domingo es la universalidad de la salvación. Dios quiere que todos se salven, y por eso cuenta con nosotros para que llevemos esta gran noticia a todos los rincones de la tierra.
1. “Yo haré derivar hacia Jerusalén, como un rio, la paz”. La primera lectura, del libro del profeta Isaías, es un texto lleno de esperanza y de consuelo. La ciudad de Jerusalén había quedado devastada tras el exilio de Babilonia, escucha ahora de labios del profeta una promesa de parte de Dios: restaurará la ciudad, la llenará de vida y de alegría. Isaías utiliza expresiones tomadas de la ternura de una madre que lleva en brazos a sus criaturas, que las acaricia sobre sus rodillas. Y el motivo de tanta esperanza es que Dios traerá a la ciudad la ansiada paz. Este es el motivo de tanta alegría. La ciudad de Jerusalén es símbolo de la Iglesia, la nueva Jerusalén. La primera lectura de hoy nos invita a contemplar nuestra Iglesia, que también se encuentra necesitada de esperanza. Hoy vemos a nuestra querida Iglesia que pasa por tantas dificultades. Muchas veces nos quejamos de que no viene la gente a la Iglesia, de que siempre somos los mismos… Vemos nuestro mundo y descubrimos en él una gran indiferencia hacia todo lo que suene a religión o a cristianismo. Los problemas dentro de la misma Iglesia, las divisiones, el antitestimonio por parte de muchos eclesiásticos, todo ello nos entristece. Pero en medio de esta tristeza hoy vuelve a resonar el canto de esperanza y de consuelo del profeta Isaías. Dios nos dará la paz abundantemente.
2. “Descansará sobre ellos vuestra paz”. En el Evangelio de hoy escuchamos la continuación del pasaje del domingo pasado. Después de hablar sobre la radicalidad del seguimiento de Jesús, mientras va de camino hacia Jerusalén, el mismo Jesús envía a setenta y dos de sus discípulos para que vayan a las aldeas a donde pensaba ir Él. Los envía de dos en dos con una misión muy concreta: llevar la paz allí donde vayan. Jesús comienza el envío recordando que la mies es mucha y los obreros son pocos. Esto mismo sigue sucediendo hoy en día. La mies es el mundo, especialmente aquellos que no conocen a Cristo o que, conociéndolo, se mantienen indiferentes ante su mensaje de salvación. Jesús envía a estos discípulos con instrucciones de ir de prisa, sin detenerse, pues es urgente el anuncio del mensaje del Evangelio. El pasaje del Evangelio concluye con la vuelta de los discípulos, que relatan a Jesús el éxito de su misión: “Hasta los demonios se nos sometían en tu nombre”. El mansaje de la paz lleva consigo una lucha contra el mal, contra el demonio. No puede haber paz allí donde el demonio campa a sus anchas creando división. Por ello, la misión que Jesús encomienda a sus discípulos, y también hoy a nosotros, es la de luchar contra el mal haciendo el bien.
3. “Yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús”. En la segunda lectura, san Pablo nos da testimonio de cómo ha de ser un verdadero discípulo de Cristo. En su carta a los Gálatas asegura que el mundo está crucificado para él, pues si se ha de gloriar no es en otra cosa sino en la cruz de Cristo. Y esto es lo que traerá la paz verdadera y la misericordia de Dios sobre Israel y sobre el mundo entero. Jesús, por medio de su entrega en la cruz, ha vencido al mal. El mismo Cristo, cuando aparece resucitado después de haber triunfado sobre la muerte con su resurrección, al aparecerse a sus discípulos, les saluda con la paz. Esta paz, que no es sólo ausencia de guerra, sino la vida misma vivida desde el amor y desde el perdón, sólo nos la puede dar Cristo, que la ha alcanzado con su muerte y resurrección. Por ello, como nos enseña hoy san Pablo, si queremos ser también nosotros apóstoles que, como él y como los setenta y dos discípulos, anunciemos la buena noticia del Evangelio de Jesús, lo hemos de hacer con nuestra propia vida, luchando contra el mal con el amor, con el perdón y la misericordia. De este modo, no sólo la ciudad de Jerusalén, sino también toda la Iglesia y el mundo entero se llenarán de la verdadera paz que el profeta Isaías anuncia hoy en la primera lectura.
En la Eucaristía, como hacemos cada día, después de rezar el Padrenuestro, nos daremos la paz. Es un signo bien sencillo, que lamentablemente hemos convertido muchas veces en un momento para saludarnos unos a otros. Es en realidad un gesto por el cual deseamos que la paz de Cristo habite en los demás y reine en el mundo entero. Hoy, el Señor nos llama y nos envía como a los setenta y dos discípulos, para que seamos mensajeros de esa paz en medio de nuestro mundo. Vivamos cada día según este mismo espíritu, luchando contra el mal a base de hacer el bien. Así seremos mensajeros auténticos de una paz que sólo Dios puede dar y que el mundo tanto necesita.

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