05 julio 2019

DIOS NOS LLAMA PARA SER MISIONEROS

Por Antonio García-Moreno
1.- SENTIR CON LA IGLESIA. - Jerusalén, capital del antiguo reino de Israel, ciudad codiciada por su historia, por su honda tradición religiosa. Disputada aún hoy por árabes y judíos, siendo su posesión un punto que los hebreos no quieren ni siquiera mencionar. En la Biblia Jerusalén queda constituida como símbolo de la Iglesia de Cristo, prototipo de la ciudad de Dios. Desde este ángulo tenemos que interpretar los cristianos cuanto se dice en los libros sagrados acerca de Jerusalén. Hoy nos invita el profeta Isaías a exultar con ella, a llenarnos de gozo cuantos la amamos, todos cuantos somos ciudadanos de esta gran ciudad... Mas para gozar con la Jerusalén victoriosa, es necesario haber sufrido con la Jerusalén oprimida. Es preciso llorar con la Iglesia cuando la Iglesia llora, sufrir cuando ella sufre. Hay que sentir con la Iglesia, latir al unísono con su corazón de madre.

He aquí, dice el Señor, que voy a derramar sobre Jerusalén la paz como un río, la gloria de las naciones como un torrente desbordado. Dios llenará de consuelo a cuantos se encuentren en el recinto de la Iglesia. Como cuando a uno le consuela su madre, dice el Señor, así os consolaré yo a vosotros. Como consuela una madre. No pudo el Señor buscar una comparación más entrañable, más cercana al corazón huérfano del hombre. Como una madre, de la misma forma, con la misma ternura, con el mismo cariño.
Y vosotros lo veréis, sigue diciendo el profeta, y latirá de gozo vuestro corazón, y vuestros huesos reverdecerán como la hierba... Nuevos brotes en estos sarmientos respaldos por el paso del tiempo. Nuevos sueños, nuevas ilusiones, un nuevo despertar a la vida de tus ojos, tan apagados ya por los años y las lágrimas.
2.- LA MIES ES MUCHA. - Dios que nos creó sin necesidad de nuestra colaboración, pudo salvarnos también sin que nosotros interviniéramos. Sin embargo, no ha sido así. En la nueva creación que supone nuestra redención, el Señor ha querido que fuéramos colaboradores suyos, que tuviéramos una parte, e importante, en la tarea de nuestra salvación y en la de todos los hombres. En efecto, como dice san Agustín, Dios que nos creó sin nosotros no nos salvará sin nosotros. Cuando Jesucristo redime al hombre, le llama a una vida sobrenatural que implica una respuesta y un compromiso. Así Dios toma la iniciativa en la llamada, pero el encuentro salvador no se realiza sin la respuesta del hombre.
Además de esta participación en la propia salvación, los hombres, porque Dios lo ha querido, tenemos también una participación en la salvación de los demás. En primer lugar llamó a los doce apóstoles para que predicaran el Evangelio, pero también llamó a otros setenta y dos para que fueran delante de Él anunciando su llegada a la gente, preparándolos para recibir al Señor. Aquello no fue más que el principio de una larga historia que se prolonga a lo largo de los siglos. Hoy, de modo particular, se insiste en la responsabilidad de todos, también de los laicos, en la obra de la salvación por medio de la predicación del Evangelio. Así se ha hablado mucho de la llegada a la edad madura de todo aquel que ha sido bautizado.
Se ha profundizado en la responsabilidad personal e intransferible que tiene cada creyente en difundir el mensaje de Cristo, según su propio estado y condición. Es cierto que el modo de predicar el Evangelio en el caso de los seglares no ha de consistir en predicar en las iglesias, o en subirse al ambón a leer una de las lecturas de la misa. Eso está bien -si se hace bien-, pero la responsabilidad de predicar el Evangelio tiene un alcance mucho mayor, una repercusión más comprometida y costosa. Se trata de predicar sobre todo con el ejemplo, dando un testimonio sincero de vida cristiana y dando la cara cuando sea preciso por la doctrina de Cristo.
Las palabras de Jesús siguen teniendo vigencia. También hoy es mucha la mies y pocos los obreros. Hay que reconocer que en el mundo que vivimos es mucha la tarea y escaso el número de los que son responsables, con seriedad, en esta empresa de transformar el mundo, según la mente de Cristo. De ahí que hayamos de rogar, una y otra vez, al dueño de la mies para que envíe obreros a su mies, para que despierte la conciencia dormida de tantos como se dicen cristianos y no lo son a la hora de dar la cara por Cristo, en esos momentos en los que hay que ir contra corriente y defender a la Iglesia y al Papa, confesar sin ambages, con obras sobre todo, nuestra condición de cristianos.

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