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08 marzo 2019

PENITENCIA CUARESMAL

Por Francisco Javier Colomina Campos
La Cuaresma es el camino que nos llevará hasta la Pascua, hasta la gran noche de la Vigilia Pascual. En esa noche, todos los cristianos renovaremos las promesas de nuestro Bautismo. Por ello, la Cuaresma nos ayuda a profundizar en nuestra vida cristiana, en las renuncias y en la profesión de fe que renovaremos en la noche de Pascua. En este primer domingo, las lecturas nos invitan a tomarnos en serio la penitencia cuaresmal y a recordar nuestra profesión de fe.
1. La profesión de fe. En la primera lectura hemos escuchado la profesión de fe de los israelitas antes de entrar en la Tierra Prometida. Los Israelitas recordaban que su historia, la historia de salvación, es obra de Dios. Fue Dios quien eligió al Pueblo, quien lo sacó de la esclavitud de Egipto al escuchar su lamento, quien lo guió a través del desierto hasta llegar a la tierra que Dios había prometido a sus padres, una tierra rica que mana leche y miel. Al recordar su historia, el Pueblo de Israel daba gracias a Dios por su acción poderosa, por la misericordia que tuvo con ellos. También en la segunda lectura escuchamos una profesión de fe, en esta ocasión de mano de san Pablo. El Apóstol de las gentes nos recuerda que la palabra de Dios está en nuestros labios y en nuestro corazón, y que es el reconocimiento de Jesús como Señor y la fe en la resurrección de Cristo lo que nos salva. En este primer domingo de Cuaresma, es bueno que cada uno de nosotros recordemos nuestra fe. También nosotros hemos experimentado la acción de Dios en nuestras vidas, hemos visto y hemos oído cómo Dios ha actuado siempre en nuestra vida, sacándonos de la esclavitud que ya no se encuentra en Egipto, sino en el pecado que se alberga en nuestro corazón a causa del pecado original. Pero reconocemos que es Cristo quien nos salva. Es Él quien actúa en nosotros, pues Él es el Señor. Nosotros hemos puesto nuestra confianza y nuestra esperanza en Él. Por eso, a lo largo de esta Cuaresma, es necesario que nos acerquemos más al Señor, que su palabra esté en nuestros labios y en nuestro corazón.

2. El Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo. En el Evangelio de este primer domingo de Cuaresma escuchamos el pasaje estremecedor de las tentaciones de Jesús en el desierto. Después de su bautismo, una vez que el Espíritu Santo bajó sobre Él, Jesús fue empujado por Éste al desierto, y allí fue tentado. Si queremos tomarnos en serio nuestra vida de bautizados, si queremos prepararnos de verdad para renovar en la Pascua las promesas bautismales, sabemos que no van a faltar en nuestra vida las tentaciones. El mismo Jesús fue también tentado. Las tentaciones de Jesús durante los cuarenta días que pasó en el desierto, como las tentaciones del Pueblo de Israel a lo largo de los cuarenta años que anduvo por el desierto tras salir de Egipto, como las tentaciones de Adán y Eva en el Paraíso, son las mismas tentaciones que tenemos tantas veces nosotros, los cristianos. La tentación de convertir las piedras en pan, en la tentación de los israelitas de volver al alimento de Egipto, o la tentación de comer del fruto prohibido. Es la tentación de la carne, de satisfacer nuestros deseos, aún a riesgo de olvidarnos de Dios, el único que puede saciar de verdad nuestra hambre. Esta tentación se combate con el ayuno. La tentación de poder y de la gloria a precio de arrodillarse ante el demonio, es la tentación de los israelitas de volver a las riquezas de Egipto, es la tentación de Adán y Eva de ser como dioses y tener el conocimiento del bien y del mal. Es la tentación del dominio sobre los demás, del afán de riquezas, de poder y autoridad. Esta tentación de combate con la limosna, que nos hace desprendernos de nosotros mismos para darnos a los demás. Y finalmente la tentación de arrojarse del templo, prescindiendo de Dios y confiando únicamente en nosotros, es la tentación de los israelitas en el desierto al adorar el becerro de oro, olvidándose de Dios que estaba haciendo la Alianza con Moisés, es la tentación de Adán y Eva de ser como dioses. Es la tentación de la negación de Dios, de la soberbia de la vida, del confiar sólo en nosotros mismos sin contar con Dios. Esta tentación se vence con la oración y la adoración a Dios.
En esta Cuaresma recién comenzada, estemos dispuestos a caminar por el desierto, poniendo nuestra confianza y nuestra esperanza en el Señor. Hoy nuestra profesión de fe es reconocer que Cristo es el Señor de nuestra vida y de nuestra historia, que en Él está nuestra salvación. Cojámonos a Él en este tiempo de lucha contra la tentación, apoyados en su palabra, y así iremos preparando paso a paso la Pascua, el triunfo de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte. No hay victoria si no es en la cruz de Jesús.

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