31 enero 2019

Domingo 3 febrero: CADA CRISTIANO PARTICIPA EN LA MISIÓN PROFÉTICA DE CRISTO

Por Antonio García-Moreno

1.- LA VOZ ROTA DE JEREMÍAS. - "En los días de Josías, recibí esta palabra del Señor: Antes de formarte en el vientre te escogí, antes de que salieras del seno materno te consagré; te nombré profeta de los gentiles" (Jr 1, 4-5). Y Yahvé extendió su mano, tocó mi boca y me dijo: He aquí que yo pongo mis palabras en tu boca. Mira, en este día te constituyo sobre las naciones y sobre los reinos, para arrancar y destruir, para edificar y plantar... Dios ha escogido a Jeremías. Desde siempre había pensado en él, antes incluso de ser concebido. Ahora ha llegado el momento de llamarle, de ungirle, de enviarle. Será profeta de los gentiles, será portavoz del mensaje de Yahvé, plañirá atormentado ante su pueblo, porque el enemigo está cerca, a punto de caer furiosamente sobre Jerusalén. Pero su llanto cae en el vacío, su lamento quedará perdido, sus palabras no serán atendidas. El profeta tendrá que ver, entre la desesperación y la fe desnuda, que su pueblo no teme el castigo de Dios, que sus lamentaciones y elegías no sirven para nada.


Profetas de Dios, hombres que habéis sido consagrados y enviados a predicar. Seguid hablando, seguid gritando. No os canséis de llamar. No os desalentéis ante tanta sordera, ante tanta indiferencia, ante tanto desprecio. Vuestras palabras no son baldías, no se quedarán sin encontrar eco, sin obtener una respuesta. No os importe el aparente silencio. Al final, cuando sea, donde sea, vuestra palabra, como esas semillas que lleva el viento, encontrará un poco de tierra buena donde echar raíces. Nacerá la hierba, brotará la flor, granará la espiga. Seguid hablando de ese Dios que nos ama, de ese Dios que perdona, de ese Dios que por amor castiga. En algún corazón prenderá su palabra. Está seguro y sigue, sin desaliento, tú siembra, aunque sea con la voz rota.

"Tú, cíñete los lomos…” (Jr 1, 17). Estas palabras indican que el profeta ha de ajustarse la túnica y ponerse en pie. Es la actitud de quien se dispone a caminar, del que comienza la lucha. Palabras imperiosas que vencen la resistencia del profeta. No le valió su objeción: ¡Ay, que no sé hablar! ¡Ay, que soy demasiado joven! Nos les tengas miedo, respondió Yahvé, que si no, yo te meteré miedo de ellos. Jeremías se quejará después: Tú me sedujiste yo me dejé seducir. Maldito el día en que nací... Mas en medio de su miedo y de sus luchas, seguirá hablando con valentía, con audacia, con claridad. Se cumplió lo que Dios le prometió: Mira, yo te convierto hoy en plaza fuerte, en columna de hierro, en muralla de bronce frente a todo el país... Lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte.

Cada cristiano participa en la misión profética de Cristo. Todos y cada uno tenemos la obligación perentoria de proclamar, con hechos y con palabras, el mensaje de amor que trajo Jesús a la tierra. Y los sacerdotes porque especialmente participan del sacerdocio eterno y único de Cristo... Nos da miedo de hablar, tenemos reparo de presentarnos como cristianos, como sacerdotes. Ayúdanos, Señor, a sacudir nuestra cobardía. Conviértenos hoy en plaza fuerte, en columna de hierro, en muralla de bronce frente a todo el país.

2.- VISIÓN DE FE. - La actuación de Jesús en la sinagoga de Nazaret levantó murmullos de asombro en la concurrencia. No podían comprender cómo aquel humilde artesano, el hijo de José el carpintero, hablara en aquellos términos y que se aplicara, además, a sí mismo las palabras del profeta Isaías. Esta exclamación nos pone de manifiesto la relación de intimidad que el santo patriarca tuvo que tener con el Señor. Son palabras que expresan la grandeza de ese hombre, varón justo, que supo seguir con fidelidad los planes de Dios. Denotan, por otra parte, la condición sencilla que quiso asumir el que es el Redentor del mundo y Rey del universo. El Hijo de Dios no desdeña el que lo tomen como hijo de un carpintero de la oscura aldea de Nazaret. Así nos enseña la grandeza que se puede ocultar detrás de unas apariencias oscuras y hasta despreciables a los ojos del mundo.

Las palabras de los habitantes nazaretanos son rebatidas con valentía por el Señor. Él se da cuenta de que en aquellos comentarios se encierra una profunda incredulidad. Jesús adivina sus pensamientos y les recuerda que sólo en su patria es despreciado un profeta. Habla de la viuda de Sarepta y del general sirio, que obtuvieron de Dios favores que no consiguieron otras muchas viudas o leprosos, que pertenecían al pueblo elegido. Al oír esto se llenan de indignación y tratan de arrojar a Jesús por el barranco del monte sobre el que se alzaba Nazaret. Es el primer momento de peligro para el joven Rabí, un presagio de ese otro terrible momento cuando las turbas, azuzadas por los enemigos del Señor, pidan a gritos su muerte en la cruz. Pero en este momento que refiere hoy san Lucas era aún demasiado pronto, según los planes de Dios. Jesús los mira, y esto es suficiente para que aquella chusma le abra paso y él pase sereno por en medio de ellos. Termina el texto diciendo que entonces Jesús se alejó.

También nosotros, como los paisanos de Jesucristo, vemos a menudo las cosas de Dios con ojos carnales, consideramos los acontecimientos de tejas abajo, hablamos de cuestiones referentes a la Iglesia con una mentalidad ramplona y chata. Con esta actitud quedamos incapacitados para comprender el hondo sentido de esos acontecimientos que intentamos juzgar. Es cierto que, como Jesús, también la Iglesia y los que la gobiernan presentan a veces un aspecto externo demasiado humano, poco divino. Pero eso no puede ser óbice para que nosotros sepamos, por la fuerza de la fe, elevar nuestro punto de mira y juzgar con visión sobrenatural. Sólo así será posible una correcta visión de las cosas que se refieren a Dios y a nuestra salvación eterna.

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