Por Francisco Javier Colomina Campos
Durante este tiempo de Adviento en el que nos encontramos, la Iglesia mira hoy de forma especial a María. Nueve meses antes de la celebración de la Natividad de la Virgen el 8 de septiembre, hoy la Iglesia entera celebra su Concepción Inmaculada. Es hermoso que durante el Adviento, tiempo de espera del Señor que viene, nos cojamos hoy de la mano de María y con Ella esperemos con gozo la venida del Señor.
1. Algunos apuntes históricos. Los orígenes de esta fiesta que hoy celebramos se remontan al siglo VII en Oriente, y poco a poco fue introduciéndose en Occidente. A lo largo de la historia fue discutido por algunos teólogos este misterio de María, hasta que finalmente el 8 de diciembre de 1854 el papa Pío IX proclamaba solemnemente en la bula Ineffabilis Deus: “la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original desde el primer instante de su concepción, por singular privilegio y gracia de Dios Omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano”. María, porque había sido escogida por Dios para ser la Madre del Salvador, fue preservada del pecado original con el que nacemos todos los hombres, pues como escuchamos en el prefacio del día de hoy, “Purísima había de ser la Virgen que nos diera al Cordero inocente que quita el pecado del mundo. Purísima la que, entre todos los hombres, es abogada y ejemplo de santidad”. Desde entonces, la Iglesia celebra con gozo cada año en este día la solemnidad de María Inmaculada, llena de gracia, limpia de pecado. De forma especial celebramos nosotros esta fiesta, pues la Inmaculada es la patrona de España.
2. El pecado original. Para poder entender el verdadero sentido de esta fiesta, es necesario recurrir al pasaje del libro del Génesis que leemos en la primera lectura de hoy, y adentrarnos en primer lugar en el misterio del pecado original. El relato del Génesis nos presenta un árbol, el del bien y el mal, un fruto prohibido, y una desobediencia por parte del ser humano. En el origen, Dios crea al hombre y le da plena libertad. Tan sólo le pone una prohibición: no puede comer del fruto del árbol del bien y del mal. El hombre aparece al principio como un amigo de Dios, pues Dios bajaba cada día al Paraíso para encontrarse con él. Pero junto al árbol del bien y del mal, aparece también el Tentador, representado en forma de serpiente. La tentación hace que veamos como bueno un mal, disfraza la maldad con apariencia de bien. Por eso, al dialogar con Eva, la serpiente le dice que Dios les ha prohibido comer del fruto de ese árbol porque sabe que si comen serán como Él. Y en ese instante, aquello que Dios había prohibido, se vuelve apetecible al hombre. El ser humano no se conforma con ser lo que es, sencillamente humano, y desea ser como Dios. Éste es el origen del pecado, el primer pecado de todos, el original: el hombre, en su afán de ser dios, desobedece a su Creador y come del fruto que le había sido prohibido. Este hecho hace que se rompa la armonía entre el hombre y Dios, pues el hombre se esconde de su presencia, y rompe también la armonía del hombre consigo mismo y con la mujer, pues sienten vergüenza al darse cuenta de que están desnudos y cubren su desnudez. Esto conllevará la salida del Paraíso, pues ya no puede estar en presencia de Dios quien ha pecado contra Él, quien ha faltado al mandato que Dios había establecido.
3. María, nueva Eva. Pero Dios no se conforma con el pecado del hombre, y por eso decide actuar enviando un Salvador. Así, donde hubo pecado, sobreabundó la gracia, como dirá san Pablo. Y si de un árbol, un fruto y una desobediencia vino el pecado, de otro árbol, otro fruto y una obediencia vendrá la salvación. Este nuevo árbol es la cruz, el nuevo fruto es Cristo que pende de ella, y la obediencia es la del Hijo de Dios que acepta el cáliz que ha de beber: dar la vida por nosotros. Pero para que este “nuevo Adán” que es Cristo pudiese venir a la tierra y salvar al hombre, necesitaba del sí de una mujer, una nueva Eva. De modo que la desobediencia de la primera mujer es vencida por la obediencia de María, nueva Eva, que acepta lo que Dios le pidió en la Anunciación: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Dios había preparado ya desde el principio a María librándola del pecado original con el que todos los seres humanos nacemos. Se cumple así lo anunciado por Dios en el mismo relato de Génesis, cuando dice a la serpiente que la mujer le herirá en la cabeza cuando ella la hiera en el talón. El seno inmaculado de María, libre de toda mancha de pecado, se convierte así en la morada donde Dios viene a nacer hecho hombre para salvar al hombre, como celebraremos pronto en la Navidad.
María, la Virgen Inmaculada, es para nosotros un motivo de esperanza, pues nos dice que allí donde hay pecado Dios actúa con la salvación. Ella fue librada del pecado original. Nosotros acudimos a Ella para suplicarle por nosotros que vivimos todavía en este valle de lágrimas, esperando que su Hijo Jesús nos lleve un día al gozo de su Reino.
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