Por Ángel Gómez Escorial
1.- Es lógico. La mujer que iba a llevar en su seno al Salvador, en todo igual a los humanos salvo en el pecado, no podía tener pecado. Por eso es del todo lógico pensar que la herencia del pecado original no podía estar en ella. En Oriente, de especial devoción por la Virgen, ya tenía presente la inmaculada concepción de María desde, por lo menos, el siglo VIII. Y en Occidente fue el pueblo llano el que comenzó a tenerlo presente, sin que, oficialmente se asimilara rápidamente.
2.- España fue adelantada de esa devoción porque ya en el siglo XVI y XVII estaba muy presente en el pueblo. La jaculatoria con respuesta de “Ave María Purísima- Sin Pecado Concebida”, es de esos tiempos. Por fin el Papa Pío IX, el 8 de diciembre de 1854, declaró dogma de fe que –como dice el Misal— “María por especial privilegio, fue preservada de toda mancha de pecado original”. Y, en fin, esto es lo que celebramos hoy. Es una fiesta mariana entrañable, situada en medio del Adviento y que, es sin duda, una forma de agasajar a la Virgen que espera la llegada del Salvador, su Hijo.
3.- Uno, que la ha leído con especial atención ese libro –ya con muchos años de ser editado— de Joseph Ratzinger que trata sobre Iglesia y Democracia – y aun siendo demócrata hasta el fondo del corazón--, pues entiende que la Iglesia no puede ser asamblearia, y que el Magisterio de la Iglesia y la autoridad del Pontificado son ingredientes importantes. Pero tampoco se puede negar el peso del pueblo en, por ejemplo, las canonizaciones de los santos, lo cual nos llega hasta hoy como puede ser en los ejemplos de la Madre Teresa y del Papa Juan Pablo II. Por eso creo que yo que, en su origen la solemnidad de la Inmaculada tiene mucho de compartido y de solidario. Y en el milagro de Dios de la concepción sin pecado de María es, por supuesto, un privilegio hacia ella, pero es también un “golpe” de coherencia divina, que, sin duda, relaciona a María con la redención del género humano. María, además, supo interpretar muy bien el privilegio divino con una vida de humildad y reflexión –“lo meditaba todo dentro de su corazón— que desde luego contrasta a veces con los excesos devocionales de algunos, pero eso es harina de otro costal.
4.- Las lecturas de hoy nos enfrentan a la actitud de Eva y de María. Eva fue engañada por el Maligno e inauguró el imperio del pecado en el género humano, que fue creado por Dios libre de culpa. El recuerdo del fragmento del Libro del Génesis nos sitúa perfectamente la frustración humana ante ese pecado y marca la nueva exigencia de Dios para Anda y Eva fuera del Edén. Lo que iba a venir después se parece a nuestra vida de cada día, a las obligaciones y realidades del género humano. Y claro está que dicho texto del Génesis contrasta con el bellísimo pasaje de la Anunciación en el texto de Lucas –uno de los fragmentos más bellos del Evangelio— donde, precisamente, se anuncia la salvación de las criaturas predilectas de Dios –“los hiciste poco inferior a los ángeles— que por su ambición imposible se apartaron del camino trazado en principio por Dios.
5.- El fragmento de la Carta a los Efesios contiene una de las ideas más claras de San Pablo que repite en varias ocasiones en sus escritos. Es la referencia clarísima de que nosotros estamos elegidos por Dios, en la persona de Cristo, antes de crear el mundo. La sabiduría eterna de Dios –y, por tanto, intemporal— supo ver la traición de sus criaturas, pero también preparó la solución del problema. Desde antes de la creación se perfilaba la Redención con la naturaleza humana, en todas sus consecuencias, del Hijo de Dios. Y en ese plan, por supuesto, ya aparecía María. Asimismo estas palabras de Pablo de Tarso forman parte de un himno litúrgico de extraordinaria belleza, que repetimos en muchas ocasiones.
5.- Festejamos y honramos a María en medio del Adviento. Y nuestra veneración es un buen ejercicio para mejor construir nuestro tiempo de espera. En la gruta de Belén, María dio a luz la salvación del mundo. Y en la espera a los días del Nacimiento del Hijo de Dios, hemos de dar una especial relevancia a la figura de la Madre Virgen. Relevancia interior y exterior, pero ambas, siempre, dotadas de la humildad y entrega sin condiciones que María imprimió a todos los actos de su vida.
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