Por Antonio García-Moreno
1.- LO GRANDE DE LO PEQUEÑO. "Jerusalén, despójate de tu vestido de luto y aflicción y viste las galas perpetuas de la gloria que Dios te da” (Ba 5, 1). Todo tiene fin en esta vida, también los dolores y los sufrimientos. Jerusalén era como viuda llena de tristeza, afligida, enlutada. Fueron descuajados sus cimientos de gran ciudad asentada sobre el monte Sión, el monte de Dios donde se recostaba vestida de vistosos mármoles. Sus moradores han sido deportados lejos, allá junto a los ríos de Babilonia. Pero ya está todo para terminar.
El profeta exulta de gozo y grita con voz urgente: "Jerusalén, despójate de tu vestido de luto y de aflicción y viste las galas perpetuas de la gloria que Dios te da; envuélvete en el manto de la justicia de Dios y ponte en la cabeza la diadema de la gloria perpetua, porque Dios mostrará tu esplendor a cuantos viven bajo el cielo...".
"Ponte en pie, Jerusalén, sube a la altura, mira hacia Oriente y contempla a tus hijos...". Por los anchos caminos de los aires, de los mares y las tierras siguen marchando los enviados de Dios, los misioneros de la verdad, del amor y de la paz, de la justicia. El Oriente, lejano y misterioso, se ha llenado una vez más con la abundante semilla de la palabra de Dios. Y Occidente, el viejo padre de la cultura y la ciencia se siente esperanzado en medio de las mil negras noticias que surcan las ondas del espacio...
Y nosotros, los hijos de la nueva Jerusalén, la Iglesia de Cristo, queremos contribuir a esa siembra de esperanza con nuestra vida pequeña de siempre, pero grande y hermosa si la vivimos con fe, muy unidos a Cristo.
"Dios ha mandado abajarse a todos los montes elevados, a todas las colinas encumbradas..." (Ba 5, 7). Un espectáculo grandioso: se han abierto nuevos caminos en la tierra. Dios ha intervenido y por medio de los montes las aguas han pasado. Para que Israel –también nosotros los cristianos- caminemos con seguridad, con paso decidido y firme, con la cabeza alta y el corazón lleno de canciones.
El trabajo, la lucha por la subsistencia, el afán de progreso y desarrollo, el angustioso pluriempleo, la absorbente familia, el juego azaroso y rudo de la política... Todo puede y debe servir para llegar a Dios. Él ha señalado la ruta, la ha marcado con su propio caminar, cruzando muchas veces durante treinta años ese itinerario humano que se ha hecho divino. Guíanos, Señor, con tu luz y con tu fuerza. Para que sepamos descubrir el sentido extraordinario de nuestra vida ordinaria, el valor grande y divino de todo lo pequeño y humano.
2.- SEMBRAR ENTRE LÁGRIMAS. - "El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres" (Sal 125, 3).En varias ocasiones este salmo sirve como canto interleccional para la liturgia de la Santa Misa. Esto no es óbice para que siempre nos traiga luces de lo alto sobre nuestra vida de cada día. Las mismas palabras adquieren el sabor de lo nuevo, cuando quien las considera con espíritu de fe tiene el alma enamorada, y nosotros, los cristianos, hemos de ser hombres con el corazón siempre encendido en amor hacia Dios nuestro Señor, y hacia todas sus criaturas.
Renovemos, pues, esos sentimientos de gozo que el salmo nos sugiere. Ahora, durante el Adviento, el motivo de esa alegría profunda y serena ha de ser el recuerdo de que Jesús vino a salvarnos, a colmar con su venida los anhelos de cuantos a lo largo de los siglos le esperaban con ansiedad. Avivemos, por tanto, una vez más la esperanza, tengamos la certeza de que el Señor vendrá a salvarnos también a nosotros. Así podremos cantar como aquellos israelitas: Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar: la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares...
"Los que sembraban con lágrimas, cosechan entre cantares” (Sal 125, 5). El Adviento, estos cuatro domingos que preceden a la Navidad, son también tiempo de contrición y de penitencia, de arrepentimiento y conversión sincera hacia Dios. Y el primer paso de una conversión auténtica es el arrepentimiento, es decir, el reconocimiento humilde y pesaroso de nuestras propias faltas y pecados, reconocimiento que nos ha de llevar al dolor de amor, a la compunción de un corazón contrito y humillado, a las lágrimas por haber ofendido, nosotros, a este Jesús del alma, que nació en una noche fría de Belén, y murió crucificado por nuestra salvación en una cruz.
Además de ese dolor de corazón, hemos de tener deseos de expiar nuestros pecados con obras de penitencia, hacer pequeñas o grandes mortificaciones, castigar nuestro cuerpo tan rebelde a veces. Todo eso será como esa siembra entre lágrimas de que habla el salmo, como el llevar la semilla con esfuerzo y empeño. Sólo de este modo podremos luego cosechar entre cantares, volver alegres y cargados de gavillas de trigo bueno, pletóricos de amor y de gozo.
3.- MOTIVO DE GOZO. "Tengo confianza de que el que comenzó en vosotros la buena obra la llevará a cabo..." (Fl 1, 6). San Pablo está encarcelado. Y lo está sólo por confesar su fe en Cristo y proclamarla con fidelidad. No ha sido una acusación de los romanos que entonces dominaban, sino una calumnia de aquellos judíos que le acusaron de ir contra la ley de Moisés, y de alborotar al pueblo. Mentiras semejantes a las que inventaron cuando dijeron que Jesús iba contra el César, a pesar de que bien claro dejó el Señor que estaba al margen de toda intriga contra el poder constituido.
Desde su prisión Pablo escribe gozoso a los cristianos de Filipos. Y les dice que tiene confianza en que el Señor llevará a buen término la obra que él comenzó con su predicación. Eso es lo que le preocupa, eso lo que intenta. Por eso al saber que los filipenses se mantienen firmes en la fe, su corazón de apóstol rebosa de júbilo tal, que parece olvidarse de las cadenas que le sujetan al cepo en la prisión.
Vamos hoy a pedir al Señor que todos seamos constantes en vivir nuestra fe, unidos siempre al Papa y a los obispos, perseverantes en medio de las dificultades que se puedan presentar. Seamos para nuestros pastores motivo de gozo, motivo de consuelo. Que sus corazones, tantas veces angustiados por la grave carga que llevan, se llenen de alegría como se llenó el corazón de Pablo.
"Testigo me es Dios de cuánto os amo a todos en las entrañas de Cristo Jesús" (Fl 1, 8) Amor profundo y sincero de san Pablo por los cristianos que ha convertido con su predicación. Amor grande y auténtico que brilla ante Dios y ante los hombres. Amor semejante, por no decir idéntico, al de Cristo mismo. De hecho, Pablo dirá que los ama en las entrañas de Cristo. Está tan unido al Señor que su corazón se llena del mismo amor que late en el corazón de Jesús. Ojalá sepamos también nosotros amar de la misma forma, ojalá lleguemos a una unión tal con Dios, que la vida divina sea nuestra vida, sin dejar por eso de ser nosotros mismos.
"Y por esto os ruego -sigue el Apóstol- que vuestra caridad crezca más y más en conocimiento y en toda discreción, para que sepáis discernir lo mejor y seáis puros e irreprensibles para el día de Cristo, llenos de frutos de santidad por Jesucristo para gloria y alabanza de Dios...". Palabras estas que constituyen todo un programa de vida. Palabras que hemos de plasmar en la realidad concreta de cada día, sin desaliento, sin descanso, con esfuerzo, con empeño continuo. Hacer de nuestra existencia ordinaria una maravillosa sinfonía que cante gozosa la gloria de Dios.
4.- VERACIDAD HISTÓRICA. "En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea..." (Lc 3, 1) Todos los evangelistas nos transcriben los hechos ocurridos con fidelidad, sin faltar en lo más mínimo a la verdad. La historicidad de los Evangelios es una doctrina que siempre ha sostenido la Iglesia, a pesar de los ataques que a lo largo de los siglos se ha venido haciendo contra los textos sagrados. En el pasaje de este domingo tenemos una prueba suficientemente clara de esa preocupación por narrar los acontecimientos, tal como ocurrieron.
Es cierto que los autores inspirados trataban ante todo de despertar la fe en sus lectores y oyentes, exhortarles para que creyesen en Jesucristo, mejorasen sus vidas y alcanzaran así la salvación. Por eso precisamente los primeros evangelizadores expusieron lo que ocurrió como testigos directos que sabían que era verdad cuanto contaban. Y cuando el que narra los hechos sobre la vida de Jesús no era un testigo presencial, como en el caso de san Lucas, trata de informarse cuidadosamente indagando y preguntando a los que vivieron con el Señor. En efecto, así nos lo dice con toda claridad el evangelista en el prólogo de su evangelio. Y así lo vemos en este pasaje que contemplamos, en el que da una serie de datos concernientes al tiempo preciso en que el Bautista comienza su predicación.
Los personajes que nombra, el emperador Tiberio, el gobernador de Judea Poncio Pilato, los tetrarcas o virreyes Herodes Antipas, Filipo o Felipe y Lisanias o Lisanio, son todos personajes que existieron y que fueron coetáneos a Jesucristo. De este modo, el hecho de la Redención se sitúa con exactitud en el tiempo, haciéndonos entender la veracidad histórica del Evangelio.
También el Bautista es un personaje que, lo mismo que los anteriores, está atestiguado por otros autores ajenos al cristianismo. Así Flavio Josefo nos refiere el ministerio del Precursor y la veneración de que fue objeto por parte del pueblo judío de entonces. Un dato más que nos ha de confirmar y fortalecer en nuestra fe acerca de cuanto nos narran los Evangelios. Al mismo tiempo, esas palabras que nos permiten conocer mejor a Jesucristo han de despertar en nosotros un amor más profundo y comprometido, una fidelidad cada día más delicada en el cumplimiento de la voluntad divina.
Eso es, en último término, lo que interesa: conocer mejor a Dios y amarle sinceramente con una entrega total y gozosa a sus planes de salvación. Recordemos que estamos en Adviento, con una actitud de espera activa que se esfuerza por tenerlo todo a punto para cuando llegue el Señor. Es tiempo de purificación en el que hemos de intensificar el espíritu de oración y penitencia. Supliquemos, por tanto, a Dios que nos envíe al que ha de venir y que abra de nuevo el cielo y descienda hasta nosotros el Salvador.
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