17 noviembre 2018

SOMOS ETERNOS EN CUANTO PARTICIPAMOS DE LA DIVINIDAD DE DIOS.

Por Gabriel González del Estal
1.- Dijo Jesús a sus discípulos: El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán, aunque el día y la hora nadie lo sabe. Tanto el lenguaje del libro de Daniel (primera lectura) como el lenguaje del relato evangélico, según san Marcos, que leemos este domingo, es un lenguaje apocalíptico, escatológico, un lenguaje que hoy no usa nuestra teología actual. Yo me limitaré aquí a comentar el mensaje principal que debe tener hoy para nosotros este texto del evangelio, según san Marcos. Todos los seres humanos tenemos un cuerpo terreno, que pasará, morirá, como pasará la tierra en la que vivimos. Pero, gracias a Dios, las personas humanas no somos sólo cuerpo terreno; somos también espíritu, que, como todo lo divino, es eterno. No somos lo divino, porque lo divino por antonomasia, en sí mismo, sólo es Dios; nosotros somos divinos en tanto en cuanto participamos de la divinidad de Dios. El poder participar de la divinidad de Dios es un privilegio que el mismo Dios ha querido conceder a los seres humanos, al hacernos hijos suyos. Pero, para que, real y vivencialmente, vivamos como hijos de Dios, libre y voluntariamente, debemos colaborar nosotros con Dios, porque para eso nos ha hecho libres y responsables de nuestros actos. Y aquí es donde yo quería llegar: el cielo y la tierra pasarán, pero nosotros no pasaremos en tanto en cuanto vivamos espiritualmente en comunión con Dios, en comunión con su hijo Jesucristo. Vivir en comunión con Cristo es tratar de identificarnos con él, aceptarle como nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida. Es el espíritu, el espíritu de Cristo, el que debe vivir dentro de nosotros, dirigiendo y gobernando todo nuestro ser y todo nuestro obrar. La persona que vive en comunión con Cristo, aunque pase su cuerpo terreno y mortal, él, la persona humana en cuanto tal, no pasará porque su espíritu participa del espíritu de Cristo, del espíritu de Dios, que es eterno en sí mismo. Tratemos, pues, de vivir siempre según el espíritu de Cristo y así nosotros seremos también eternos, como es eterno el mismo Cristo, el mismo Dios.

2.- Muchos de los que duermen en el polvo despertarán: unos para la vida eterna, otros para la ignominia perpetua…Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad. Este texto del libro de Daniel habla, en lenguaje apocalíptico, de la resurrección de los muertos, algo poco frecuente en el Antiguo Testamento. Nosotros, los cristianos, somos hijos del Nuevo Testamento y creemos, porque Jesús, con su vida, muerte y resurrección, así nos lo prometió, que también resucitaremos. Pero para eso debemos esforzarnos en ser sabios y justos, es decir, ajustar nuestra vida a la vida de Cristo y practicar la justicia. Nuestra justicia consiste fundamentalmente en dar a Dios lo que es de Dios, dar al prójimo lo que es del prójimo y darnos a nosotros mismos lo que nos corresponde. Es muy difícil en esta vida ser sabios y justos, pero esa es nuestra tarea y nuestro empeño. Vivir en este mundo, que es muchas veces tan injusto y tan necio, como sabios y justos, debe ser la aspiración de toda persona y más especialmente si somos cristianos. Esforcémonos en conseguirlo.
3.- Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio… Con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados. Ya hemos comentado en domingos anteriores esta idea del sacerdocio único de Cristo y nuestra participación, por el bautismo, de este sumo sacerdocio de Cristo. Tratemos de vivir como auténticos discípulos de Cristo y, viviendo como cristianos, participaremos también de la divinidad de Cristo, de la divinidad de Dios. Y para conseguir esto digamos con el salmo responsorial: protégeme; Dios mío, que me refugio en ti… Porque no me entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel conocer la corrección.

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