15 noviembre 2018

¿Qué me lleva?

La necesidad de acudir a la ayuda espiritual nace casi siempre de la inquietud, y por esa razón es necesario que las preocupaciones encuentren un hueco en la charla espiritual. Lo tienen. Pero no son lo primero y ni lo prioritario. Es la chispa que enciende la necesidad de un auxilio espiritual, y conduce a una conversación que va mucho más allá de esta preocupación primera.
«Por eso os digo: no estéis agobiados por vuestra vida pensando qué vais a comer, ni por vuestro cuerpo pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad los pájaros del cielo: no siembran, ni siegan y, sin embargo, vuestro padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos?» (Mt6, 25-26).
Haber escuchado el mensaje evangélico no es garantía de tenerlo perfectamente integrado en la conducta. Sabemos que el Señor nos exhorta a abandonar toda ansiedad, a confiar en Él… y seguimos, no obstante, llenos de desasosiegos. Lo hemos oído muchas veces, e incluso hemos experimentado otras tantas cuán verdadero es. «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré» (Mt 11, 28), dice el Señor en otro lugar. El apóstol Pedro exhorta a descargar en Él nuestras preocupaciones, porque Él se preocupa por nosotros (cfr. 1P 5, 7). Lo llamativo es que el conjunto de estas afirmaciones no basta para sofocar la zozobra íntima que, en mayor o menor grado, atrapa a todo corazón. Nos preocupa la salud de nuestros hijos, la estabilidad de una relación, el futuro del trabajo, la convivencia con los familiares y mil cosas más.

Si sabemos de la bondad de Dios, ¿a qué tantos desvelos? Una causa tiene que ver con que ponemos demasiado empeño en evitar lo que nos hace daño, y acabamos causando un mal mayor. A veces tememos tanto las mañas noticias y aborrecemos en tal medida lo desagradable que se desencadena en nosotros el natural mecanismo de autodefensa. La inteligencia y la imaginación, junto con la voluntad, se ponen al servicio de evitar el mal que viene o que ya estamos padeciendo, y eso nos hace daño, y acabamos causando un mal mayor. A veces tememos tanto las malas noticias y aborrecemos en tal medida lo desagradable que se desencadena en nosotros el natural mecanismo de autodefensa. La inteligencia y la imaginación, junto con la voluntad, se ponen al servicio de evitar el mal que viene o que ya estamos padeciendo, y eso nos hace sufrir incluso más que padecerlo realmente. Estamos cansados mentalmente de pensar cómo evitar lo que nos pasa, y al no conseguir la meta, nos desanimamos. El daño corporal se torna espiritual: la fe y la esperanza disminuyen, y aumenta la tristeza. «En hombres preocupados los sufrimientos de angustia son mucho mayores que los causados por el daño cuando realmente llega a suceder» (D. von Hildebrand, p. 141).
Cuando vamos a nuestro encuentro de dirección espiritual, es inútil dejar a un lado lo que en ese momento nos ronda la cabeza. Sea o no importante, son nuestras preocupaciones. Sea o no grande, es mío. Es verdad, puede que la gente padezca unas injusticias enormes o unos sufrimientos extraordinarios: pero no son míos. «Mi “ser yo” es para mí lo obvio, lo primero, el núcleo de todo lo demás», anota Romano Guardini, «Todo se refiere a ese yo» (R. Guardini, p. 20).
¿Qué ando pensando? ¿Qué ocupa mi mente ahora? ¿Qué proyectos me hacen ilusión y cuáles me asustan pavorosamente? ¿Qué me lleva? Si preocupan tales o cuales cosas, se deben contar al director espiritual, pero no como quien va a un orientador profesional o a un especialista de la mente. Interesa, sobre todo, ver qué pinta Dios en todo eso. ¿Qué opina Dios de esas preocupaciones, de esos proyectos o de esas decepciones?
El universo de nuestros intereses son relevantes para la conversación espiritual por lo que Dios tiene que decir en cada uno de ellos. Sobre todo, tienen interés en la medida en que son examinados con perspectiva de fe. Si me preocupa la salud de mi hijo, ¿qué escucho decir a Dios al respecto? Si temo por mi futuro profesional, ¿dónde queda mi fe en Dios? Si ando ordinariamente inquieto, ¿qué me sugiere el Espíritu Santo dentro de mí?
Solo podremos liberarnos del hechizo de la preocupación, la angustia o la tristeza «si nos sumergimos en Dios, si confrontamos con Dios aquel daño que tanto tememos, si lo considereamos a la luz de nuestro destino eterno, exclamando: “Si es posible, aparta de mí este cáliz, no según yo quiera, sino según tu voluntad” (Mt 26, 39)» (D. von Hildebrand, p. 141).
Preguntarme qué me lleva, que tira de mí, desde una perspectiva sobrenatural, es cuestionarme sobre tres aspectos fundamentales de la vida espiritual, que conforman los tres primeros núcleos de la conversación espiritual: mi fe concreta, mi oración concreta, mi lucha concreta, y subrayo concreta para evitar generalizaciones propias de una fe vaga, una oración poco íntima y una lucha, a la sazón, inexistente.

Cuenta conmigo, Fulgencio Espa

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu comentario