Por Pedrojosé Ynaraja
Sí, exigente. No consecuencia de personal sentimentalismo o de campañas que recuerdan situaciones injustas, a las que hay que responder por ciudadana corrección.
1.- Vosotros sabéis, mis queridos jóvenes lectores, que una de las realidades que pasarán a los manuales de historia respecto a nuestro tiempo, será la creación de las ONG. Hace pocos años que se “inventaron”. Recuerdo que me había encontrado unas cuantas veces con la sigla, sin saber qué significaba. Me invitaron a colaborar con una de ellas y al solicitar yo el sentido que tenía la palabra y decirme “Organización No Gubernamental” de inmediato dije: pues, así lo que yo hago es una ONG. No, me advirtieron, se trata de entidades reconocidas por las leyes y con atributos propios, que nos permiten ayudar venciendo obstáculos y atravesando fronteras, que de otra manera, tal vez, no nos lo permitirían, o exigirían pagar elevadas tasas aduaneras. Cooperé con ella y posteriormente lo hago con otras. Alguna hasta te entrega un carnet de colaborador, otras favorecen desgravaciones a quienes hacen declaración de renta. Quien obra de acuerdo con estos criterios puede considerarse buen ciudadano e inmerso en la cultura cristiana y, según sea su aportación, hasta considerarse buen cristiano. Pese a lo dicho, a la luz de las lecturas de la misa de este domingo, creo hay mayores exigencias.
2.- Vuelvo a lo anterior. En situaciones de gran catástrofe natural o violento y extenso percance, ONG’s de categoría como la Cruz Roja, Médicos Sin Fronteras. Intermón, Manos Unidas, por citar las que ahora se me ocurren y son más conocidas, son la mejor y más inmediata respuesta al gran siniestro. Es bueno, pues, colaborar y buen hacer cristiano, repito. Pero en situaciones concretas en las que una sola persona o familia se ve implicada y la necesidad es inmediata de tal manera que no es posible esperar a que las oficinas de la asociación filantrópica más cercana estén abiertas, la respuesta personal, generosa, exigente, cristiana, debe ser inmediata y en algún caso, para no perjudicar la fama de quien lo solicita, tal vez deba ser r secreta, o por lo menos, discreta. No es suficiente decir a quien está desnudo y carece de sustento diario: “vete en paz, caliéntate y hártate, pero no le das lo necesario para el cuerpo ¿de qué sirve? La Fe, si no tiene obras, está realmente muerta” (carta de Santiago 2, 14ss)
3.- Es preciso dar de lo que uno tiene, sin calcular demasiado si más tarde va a necesitarlo. O es preciso dar en función de lo que uno está gastando para su propio bienestar o distracción. Por ejemplo, cuando se acerca Navidad y se compra lo que alegrará esos días, cuando vuelve uno de un viaje de vacaciones o turismo y calcula lo que ha gastado, cuando uno decide cambiar su PC o la impresora, con sus adminículos correspondientes, etc., etc. cuando para satisfacer su sed en vez de beber agua escoge un refresco, en función de estos y otros gastos que no son indispensables, que por correctos que sean no son estrictamente necesarios para continuar viviendo, sacar de donde sea, el dinero, la ropa, no la que sobra, sino la que el prójimo precisa, los alimentos que guarda en la despensa, entregarlos de inmediato, sin dudar, como deber y exigencia de conciencia cristiana. Este será el proceder del buen discípulo de Jesús.
4.- Cuando uno lee el relato del “Libro Primero de los Reyes” que se nos ofrece como primera lectura de la misa de hoy, la actitud del profeta Elías nos parece que es de injusta y soberbia insolencia. Y lo sería si se tratara de uno de aquellos, como tantos hay, que siempre están pidiendo, arguyendo personales apuros, pero que se escurre y huye, cuando alguien precisa ayuda, razonando razones razonables, que le impiden colaborar.
5.- No es este el caso de Elías, hombre de Dios, de austera vida, de generosa disponibilidad, que se juega la vida por la salvación de su pueblo, que recorre super maratonianas distancias para escuchar y obedecer a Dios. Pide, más bien exige, pan, para después él dar mucho más. Reclama por un momento pan y proporciona más alimento para siempre a la pobre viuda que encontró recogiendo leña.
6.- Con humilde sinceridad os cuento, mis queridos jóvenes lectores, que en mis tiempos jóvenes, que me desplazaba a la buena de Dios, con tienda y butano para calentar la comida, pero sin defensa, ni capital suficiente para situaciones inesperadas de tempestad y frío, cuando buscaba refugio, decía en mis adentros: Dios mío, que me dejen entrar en su casa como yo a otros dejo entrar en la mía. Y suplicaba un rincón, tal vez un pajar, o un almacén vacío. Si me creía merecedor de tal abrigo, es porque mi casa siempre ha estado disponible. Un souvenir que me trajeron de Asís y lucía en la puerta rezaba así: “la mia casa e aperta al sole, agli amici e agli hospiti”
7.- Comentando la tercera lectura. El relato evangélico seguramente transcurre en el llamado atrio de las mujeres. Recibía tal nombre porque en las escalinatas laterales se situaban ellas para contemplar a los varones que bailaban. Aun hoy en día, hablo por experiencia de hace unos años, no sé cuál es el proceder exacto del hoy que os estoy escribiendo. Por la bajada de la izquierda del Muro Occidental, mal llamado de los lamentos, hacia el atardecer de nuestro viernes, que allí ya es sabat, descienden alegre y multitudinariamente los jóvenes alumnos de las escuelas rabínicas, saltando y cantando y, en llegando al llano, bailan llenos de gozo. Jóvenes o adultos varones. No chicas, ni mujeres. Algo así debía suceder en este atrio al que vuelvo a referirme.
8.- En los ángulos de este espacio, imaginad una plazoleta de un pequeño municipio actual, el recinto que llamamos santuario, prohibida su estancia a los no judíos, había unos pequeños recintos destinados a almacenar la leña necesaria para los sacrificios, otra para inspeccionar a los que pudieran habérseles detectado lepra, pero que en realidad no lo era, otro para guardar el aceite de las lámparas y los perfumes (incienso, por ejemplo) y finalmente en el que se depositaban las ofrendas, “dinero del templo” , no cualquier moneda, que allí las comerciales, perdían totalmente su valor. El ámbito, aun siendo sagrado era jocoso, multitudinario y lugar de encuentro, comunicación personal y cierta convivencia y discusión entre amigos. Tal proceder del conjunto, significaba que el de una persona podía pasar perfectamente desapercibido, sin que nadie lo viera. La buena mujer, anciana, por lo menos viuda, esa situación en la que los que estamos situados sabemos que muchas amistades ya han muerto y nadie se preocupa de en qué pasa el tiempo, esa desamparada mujer, entrega o introduce su limosna, mucho más de lo que en justicia y prudencia le correspondía dar, sin que nadie mire, ni se preocupe. Nadie no, el Maestro está atento, le interesa más su humilde proceder, que el posible vaciado de las bolsas de los potentados. La viuda da más de lo que razonablemente le toca dar.
Así debe ser vuestro proceder, mis queridos jóvenes lectores. Nunca seáis prudentes, cuando se trate de ser generosos. El magnánimo siempre sale ganando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario