Por Javier Leoz
Amar a Dios es relativamente fácil: es una realidad tan invisible, nos exige tan poco que –conquistarle a nuestra manera- (como dirían los jóvenes) ¡está chupado! Pero ¿le amamos como Él quiere? ¿Le cortejamos como El merece? ¿Le festejamos totalmente? ¿Le buscamos desde abajo y con los de abajo?
1.- Sí, amigos; mirar hacia arriba, pensar en alto o en voz baja en Dios, no es muy comprometido a simple vista. Hacerlo, a través de la aduana de los hermanos; advirtiendo al que está en frente de mí como a un hermano (en el trabajo, en la vecindad, en la política, en la profesión, en el día a día) es todo un reto. Amar al prójimo, en muchísimos momentos, se convierte en todo una aventura; en una utopía. A veces, en algo insalvable y muy embarazoso que pone a prueba la autenticidad o falsedad de nuestra fe.
Pero, el Señor, nos advierte: el amor de Dios se filtra por el hombre y, el amor al hombre (el auténtico, que no conoce límites ni tregua, ni descansa –como diría San Pablo) tiene su origen y su fuente en Dios.
2.- Con el evangelio en la mano, la Palabra de Dios, nos invita a volcarnos con el de arriba y con el de abajo; a sonreír al guapo y al feo; a ayudar al que me cae bien y al que me cae mal; a perdonar al que está lejos y al que tengo cerca; a entregarme con el alegre y con el triste; con el pobre y con el rico…
¡Escucha, hermano mío! Nos dice Jesús en el Evangelio de este día. Ya sé que eres sabedor de los Mandamientos de mi Padre; que intentas amarle (aunque a veces lo olvides); que respetas su nombre (aunque algunos lo maldigan y blasfemen); que miras al cielo (aunque andas demasiado pendiente de lo que ganas en la tierra).
¡Escucha, hermano mío! Nos repite, Jesús: No arrincones ni el amor a Dios, ni tampoco el amor a los hombres. No te justifiques diciendo: ¡No puedo más! ¡Ya he cedido bastante! ¡Ya estoy canso de ser yo siempre quien perdone, quien se acerque, quien haga borrón y cuenta nueva, quien ponga la segunda mejilla!
¡Escucha, hermano mío! Nos responde Jesús: yo también ofrecí la segunda mejilla; compartí la mesa con el que me traicionó y hasta me fié de quien, en las horas más amargas de mi vida, tres veces me negó. Pero los amé con locura. ¿Sabéis por qué? Porque eran hermanos míos. Hijos de un mismo Padre. Y, por mi Padre y porque sé que le agrada a mi Padre, los amé con la misma fuerza que os amo a vosotros.
Que esta eucaristía, con la escucha atenta del Evangelio, nos ayude a descubrir esas dos vías que –juntas y en paralelo- van derechas a la gloria que Dios nos tiene prometida: verle y contemplarle cara a cara por el amor que le tributamos en la tierra y porque, en el hermano, supimos honrarle, cuidarle y respetarle.
¡Escucha, hermano mío! ¡No lo olvides!
Que en el Año de la Fe no olvidemos ninguno de los dos caminos esenciales a nuestra fe: el amor a Dios y el amor al hombre
HAZME VIVIR, SEÑOR, COMO TÚ DICES Y VIVES
Que haga, no aquello que el mundo espera,
sino aquello que Tú deseas:
para construir tu Reino siendo tu sal y tu luz
Con tu fuerza, Señor, y en tu Palabra
que viva con el fervor de tus discípulos
con la sencillez de María
o arropado con el testimonio de los mártires
Pero, Señor, que no viva de espaldas a tu Verdad:
que mi “sí” a tu voluntad,
se manifieste en un compromiso sincero por un mundo mejor
que mi “si” a tu Palabra
sea luego imagen real de lo que pienso y realizo
Que lejos de desafinar en mi existencia cristiana
sepa armonizar mi idea, con mi práctica
mis ilusiones, con mis realidades
mis anhelos, con mis luchas diarias
mi amistad contigo, con la fraternidad del día a día
HAZME VIVIR, SEÑOR, COMO TU DICES Y VIVES
Sin dividir mi estancia contigo, del servicio a los demás
la oración que te contempla y te necesita
del trabajo que me aguarda en la tierra que me espera
Sin olvidar que, aun mirándote con mis ojos,
o escuchándote con mis oídos
me faltará por recorrer el camino del recio compromiso
de la vida que se ofrece sin medida
de los gestos de perdón o de confianza.
HAZME VIVIR, SEÑOR, COMO TÚ DICES Y VIVES
Desviviéndote, en tu intimidad con el Padre
y deshaciéndote por la salvación de la humanidad
Guiándote por la mano del Padre
y dirigiendo con la tuya el camino del que te desea y busca
Proclamando la bondad de Dios en un mundo egoísta
y mostrando, con tus heridas y tu cruz,
que tu vida no es solo palabra…no solo proyectos…
que, tu vida, es hacer aquello que vives: ¡DIOS!
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