Por Antonio González-Moreno
1.- PRIMER MANDAMIENTO.- El de la primera lectura es uno de los más repetido a lo largo de los siglos. Es la oración llamada "shemá", que significa "escucha" en hebreo, palabra que inicia el texto sagrado y que hace una llamada de atención a quien va dirigida, subrayando además la importancia de lo que a continuación se dice. En efecto, en este pasaje inspirado se contiene el resumen de toda la ley divina, el mandamiento principal que, si se cumple fielmente, implica el cumplimiento de todos los demás.
Cuando Jesús es interrogado acerca del mandamiento más importante contesta recitando la "shemá". Y añade que el segundo es amar al prójimo como a uno mismo. En esto se encierra toda la Ley y los Profetas. Con su respuesta simplifica al máximo toda casuística de los escribas y fariseos, que desmenuzaban la Ley en mil preceptos nimios que complicaban la vida de los judíos, al mismo tiempo que vaciaban a la Ley de su espíritu.
Amar a Dios sobre todas las cosas y amarlo con todas las fuerzas de nuestro ser, he aquí el mandamiento primero que hemos de tener siempre en cuenta. Sólo Dios puede ocupar el centro de nuestro corazón, sólo él ha de ser amado por encima de todo. Ninguna criatura, ningún bien por grande que sea, puede sustituir el amor que a Dios debemos.
Son tan decisivas estas palabras para la vida, y para la muerte, del hombre que nunca se pueden olvidar. De ellas depende nuestra salvación temporal y eterna, nuestra dicha terrena y celestial. Por eso hay que gravarlas en lo más profundo del alma, tenerlas siempre presente. Los judíos tomaban, y toman hoy, al pie de la letra estas palabras y las escribían en rollos pequeños de papiro que se ataban en las muñecas y sobre la frente, para que nunca se apartaran de sus ojos. No es necesario llegar a esos extremos, pero si es necesario que nuestra vida esté impregnada y movida por el amor a Dios.
Son palabras que han de pervivir a lo largo de los tiempos. Palabras por tanto, que hay que transmitir de generación en generación, de padres a hijos. En definitiva es lo más grande que un padre puede enseñar y legar a sus hijos, el convencimiento de que sólo amando a Dios sobre todas las cosas nos redimirá y nos salvará. Transmisión que ha de verificarse por medio de palabras, pero sobre todo a través de una vida intachable que tenga como centro y como fin el cumplimiento amoroso, abnegado y heroico si es preciso, de la voluntad de Dios. Ese ha de ser el modo principal y mejor de enseñar a hijos y hermanos, a cuantos nos rodeen, persuadir a todos que el primer mandamiento, el que ha de decidir nuestra existencia para bien o para mal, es amar a Dios sobre todas las cosas y con toda el alma.
2.- EL MANDAMIENTO PRINCIPAL.- Las palabras y la conducta de Jesús despertaban la admiración y el respeto también en los escribas, aquellos doctos que estudiaban y explicaban la Ley. Hoy, como entonces, además de la gente sencilla, hay muchos intelectuales que se inclinan ante la sabiduría de Jesucristo y le siguen como al gran Maestro de todos los tiempos. En realidad cualquiera que mire y escuche al Señor sin prejuicios, con actitud sencilla, podrá percibir la magnitud excelsa del mensaje cristiano y su capacidad redentora para el hombre.
Los estudiosos de la Ley se perdían en mil disquisiciones y diatribas acerca de los mandamientos, intentando determinar con exactitud cuántos eran en total y cuál había de ser el orden de los mismos, según una determinada jerarquía de valores. Como suele ocurrir, no había acuerdo entre los estudiosos. Aquellos rabinos o maestros de Israel se dividían entre sí al tratar dicha cuestión. Uno de ellos, deseoso de saber la opinión del joven y prestigioso Rabí de Nazaret le pregunta acerca de cual era el principal mandamiento.
El Señor responde sin vacilar: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Y añade que el segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Mayor que éstos no hay mandamiento alguno. La repuesta satisface plenamente al escriba, que elogia abiertamente a Jesús, sin importarle que sus colegas despreciasen, e incluso odiasen a aquel Rabí sin escuela que venía de una humilde aldea cono Nazaret.
Amar a Dios y al prójimo, he aquí el resumen y la síntesis de toda la Ley de Dios. En realidad todos los demás mandamientos son derivaciones del amor a Dios, incluido el segundo que Jesús indica en este mensaje. El que ama a Dios, necesariamente ha de amar a las criaturas que han salido de sus manos, máxime a los hombres, que están llamados a ser sus hijos. Por otra parte el que ama a su semejante nunca le ofenderá en lo más mínimo. Si le ama de verdad no se atreverá ni a pensar mal de él. Más aún, procurará hacerle todo el bien que esté a su alcance, sin buscar contraprestación alguna, olvidándose de sí mismo y procurando agradar en todo sólo a Dios, centro supremo de nuestro amor.
Esto vale más que todo lo demás, que por mucho que nos parezca valer, de nada vale si no hay amor. Las mayores hazañas y los más grandes heroísmo, si no se hacen por amor de Dios. No son más que meras anécdotas, que quizá figuren rutilantes en el libro de la Historia, pero que no se escribirán en el libro de la vida, ése que se abrirá el día del juicio final para decidir, según su contenido, el destino definitivo de cada hombre.
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