En la profecía de Jeremías que nos describe la vuelta del destierro, hemos podido escuchar las palabras: “He aquí que…los reúno desde la extremidades del mundo, entre ellos, al ciego y al cojo…” La palabra más importante es sin duda alguna en este lugar la palabra “reunir”. Jesús ha venido para reunir en un pueblo, unido en una visión común.
La mayor parte de nuestra vida se halla condicionada no por lo que vemos, sino por toda una serie de supuestos o de postulados que hemos heredado de nuestra cultura y que nos han sido transmitidos a través de nuestra educación. No nos damos demasiada cuenta de hasta qué puno se halla nuestra vida controlada por diversos conjuntos de postulados o de hipótesis que se refieren bien sea a la realidad física que nos rodea, bien a nuestros sistemas filosóficos o teológicos. Un postulado es algo que tomamos como supuesto. Puede ser algo que ha sido demostrado o que no puede ser demostrado. Cada vez que, cuando pone alguien en duda una de nuestras afirmaciones o una de nuestras convicciones, le respondemos diciendo: “Pero, si eso es evidente!”, estamos expresando ese postulado. No pocas cosas que son evidentes para mi, no lo son necesariamente para esta u otra persona.
La identidad colectiva de un grupo, de una cultura, de una religión, se fundamenta en un conjunto de postulados. Postulados que nos abren a una determinada comprensión de la realidad, pero al mismo tiempo la limitan. Nos hacen muy difícil el comprender a alguien que parte de otro sistema de hipótesis o de supuestos. Se dan incluso hipótesis que son intrínsecas a nuestros sentidos. Tomemos el ejemplo de la vista. Nuestros ojos están hechos de tal manera que no les es posible percibir más que una muy pequeña parte de la gama electromagnética. No ven ni lo infrarrojo, ni lo ultravioleta. Estos límites afectan a la manera como nos es posible percibir el universo.
Jesús se hallaba rodeado de discípulos y de una muchedumbre que podían verlo con los dos ojos de su cuerpo, mas eran incapaces de reconocerlo como el Hijo de David, como el Mesías. Se llega entonces ese Bartimeo, que en su ceguera, tiene una percepción más profunda de la realidad, y que grita espontáneamente: “Jesús, Hijo de David”, De lo cual queda profundamente impresionado Jesús y le dice: “¿Qué quieres que haga por ti?” – “¡Que vea!, es su respuesta. Y Jesús lo cura.
Ahora bien no es nunca fácil el adaptarse a una nueva percepción de la realidad. Hace algunos años que se escribió una obra sobre las personas ciegas de nacimiento, que han conseguida la vista en su edad adulta como consecuencia de una operación quirúrgica (Marius von Senden, Space and Sight). Estas personas experimentan dificultades enormes para adaptarse a su nueva percepción de las cosas. Incluso cuando podían identificar con toda facilidad la forma y la dimensión de los objetos por el simple tacto, antes de la operación, no son capaces de distinguir una bola de un cubo sencillamente viéndolos. ¡El autor llega a mencionar incluso casos de personas que se ven obligadas a cerrar los ojos para poder subir o bajar una escalera!
¿Qué hace el mendigo tras su curación? Se pone de inmediato a seguir a Jesús en su camino. Era el camino que conducía de Jericó a Jerusalén, a donde se dirigía Jesús al encuentro con su Pasión. Nada sabemos de cómo pudo adaptarse a su nueva existencia…
Lo que podemos saber a partir de nuestra propia experiencia es que, cada vez que se nos da el ver un poco mejor algo de nosotros mismos, el percibir algo mejor quién es Dios, algo más de la complejidad de las personas y de las cosas que nos rodean, puede todo ello provocar cambios – no pocas veces dolorosos – en nuestras vidas. Es muy posible que hayamos seguido diciendo: “¡Jesús, Hijo de David! ¡Quiero ver!” Pero es posible que hayamos dejado de recitar esta oración, y preferido volver a la tranquilidad de nuestra vida anterior. ¡Las cosas, las situaciones y las personas son no pocas veces más agradables en la existencia que les atribuimos en nuestra imaginación que en la realidad!
Es más fácil construir mentalmente el mundo tal cual quisiéramos que sea que el adaptarnos al mundo que debemos construir con quienes nos rodean y con el resto de la humanidad: ““He aquí que…los reúno desde la extremidades del mundo, entre ellos, al ciego y al cojo…”, dice el Señor.
A. Veilleux
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