Este relato está redactado de forma que en él se destacan tres cosas:
1) La situación de Bartimeo: era ciego y mendigo.
2) La fe firme e insistente que tuvo este hombre.
3) Cuando la fe es así de fuerte, el que la tiene -en el caso de un ciego- empieza a ver la realidad tal como es.
Cuando en los evangelios se habla de ciegos que empiezan a ver, lo que menos importa es si se produjo o no se produjo un “milagro”. Lo que importa de verdad es el “significado” que tiene para nosotros el relato. Y la significación consiste en que, con demasiada frecuencia no vemos la realidad, sino nuestras interpretaciones o representaciones de la realidad. La fe, cuando es auténtica, nos hace ver la realidad de la vida y de la sociedad en que vivimos.
Pero la fuerza de este relato se comprende si se tiene en cuenta:
1) Que la ceguera era considerada entonces como un castigo de Dios (Ex 4, 11; Jn 9, 2; Hech 13, 11).
2) Que los ciegos se veían obligados con frecuencia a mendigar (Mc 10, 46; Jn 9, 1).
3) Que la curación de un ciego se veía como un hecho portentoso(Jn 9, 16).
4) Que la ceguera simbolizaba las tinieblas del espíritu y la dureza del corazón (Is 6, 9 s; Mt 15, 14; 23, 16-26; Jn 9, 41; 12, 40).
Es evidente que Jesús le devolvió a este hombre la vista, lo liberó de su condición de mendigo y le restituyó la dignidad que las creencias religiosas y la sociedad le habían arrebatado. La religión atribuye a castigos divinos lo que son desgracias humanas. Y la sociedad margina y desprecia al que no es reconocido y estimado, bien sea por su mísera posición económica, por su indignidad ética o por su mala imagen como creyente. Jesús rompe con todo eso. Para Jesús, lo decisivo es la integridad de la vida, la felicidad de las personas y la dignidad de los que la “buena” sociedad y la religión más “ortodoxa” consideran indignos.
Este relato está redactado de forma que en él se destacan tres cosas:
1) La situación de Bartimeo: era ciego y mendigo.
2) La fe firme e insistente que tuvo este hombre.
3) Cuando la fe es así de fuerte, el que la tiene -en el caso de un ciego- empieza a ver la realidad tal como es.
Cuando en los evangelios se habla de ciegos que empiezan a ver, lo que menos importa es si se produjo o no se produjo un “milagro”. Lo que importa de verdad es el “significado” que tiene para nosotros el relato. Y la significación consiste en que, con demasiada frecuencia no vemos la realidad, sino nuestras interpretaciones o representaciones de la realidad. La fe, cuando es auténtica, nos hace ver la realidad de la vida y de la sociedad en que vivimos.
Pero la fuerza de este relato se comprende si se tiene en cuenta:
1) Que la ceguera era considerada entonces como un castigo de Dios (Ex 4, 11; Jn 9, 2; Hech 13, 11).
2) Que los ciegos se veían obligados con frecuencia a mendigar (Mc 10, 46; Jn 9, 1).
3) Que la curación de un ciego se veía como un hecho portentoso(Jn 9, 16).
4) Que la ceguera simbolizaba las tinieblas del espíritu y la dureza del corazón (Is 6, 9 s; Mt 15, 14; 23, 16-26; Jn 9, 41; 12, 40).
Es evidente que Jesús le devolvió a este hombre la vista, lo liberó de su condición de mendigo y le restituyó la dignidad que las creencias religiosas y la sociedad le habían arrebatado. La religión atribuye a castigos divinos lo que son desgracias humanas. Y la sociedad margina y desprecia al que no es reconocido y estimado, bien sea por su mísera posición económica, por su indignidad ética o por su mala imagen como creyente. Jesús rompe con todo eso. Para Jesús, lo decisivo es la integridad de la vida, la felicidad de las personas y la dignidad de los que la “buena” sociedad y la religión más “ortodoxa” consideran indignos.
José María Castillo
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