13 octubre 2018

DOMINGO XXVIII T. ORDINARIO de Pedro Sáez


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El domingo pasado la Liturgia nos ofreció como tema a reflexionar las “palabras de vida eterna” de Jesús referentes a la relación Hombre-Mujer dentro del matrimonio. Quizás más exactamente: “el proyecto de Dios sobre la familia”.
Sin entrar en temas conflictivos escuchábamos la propuesta que Dios nos hace como orientación de la vida matrimonial: amaos, procread y dominad las cosas. Las complicaciones surgen cuando entran en escena los defectos o deficiencias humanas. Pero esto no depende del plan de Dios sino de nuestra debilidad a la hora de llevarlo a la práctica.
Hoy la orientación se refiere a otro tema:
LA CORRECTA UTILIZACIÓN DEL DINERO.
Asunto éste importante siempre, hoy de máxima actualidad, ya que la riqueza se han convertido en el nuevo becerro de oro, como dijo el Papa en su primera exhortación: “La Alegría del Evangelio”.
Contra la sabiduría mundana del dinero, que lo convierte en un poderoso caballero, que diría nuestro Quevedo, se alza la sabiduría divina que pone a cada cosa en su sitio. “En su comparación tuve en nada la riqueza”. (1ª Lectura, Sa. 7, 7-11)
Sabiduría que el autor de la Carta a los Hebreos ensalza como algo que es capaz de articular correctamente nuestra vida individual y social; una sabiduría capaz de informar las articulaciones y médula “iluminando sentimientos y pensamientos” (Segunda lectura 4, 12-13)
Decía el Papa que el culto al dinero ha dado a luz una economía sin rostro que contempla a la persona preferentemente como consumista. Una economía que ha convertido el mundo en un enorme mercado donde ganan unos pocos mucho a cuenta de que unos muchos ganen muy poco.

Las desigualdades en el mundo son sangrantes. Se ha marginado no solo el precepto del amor sino incluso el de la más elemental justicia. Es más, los juicios éticos sobre este tipo de riqueza son, en no pocas ocasiones, objeto de burlas por considerarlos desfasados. En otras, los que luchan honradamente contra la injusticia son condenados como revolucionarios que atentan contra la paz.
El Papa, en la citada Exhortación, señala como la causa de este desorden social “Que aceptamos pacíficamente el predominio del dinero sobre nosotros y nuestra sociedad…la crisis financiera que atravesamos nos hace olvidar que en su origen hay una profunda crisis antropológica: la negación de la primacía del ser humano”. Sobre los efectos sociales de esta forma de concebir la economía ya hablamos cuando comentamos el citado documento poco después de su publicación.
Hoy nos fijaremos especialmente en la repercusión que tiene la valoración del dinero en nuestra vida diaria de cristianos.
Jesús vio en las riquezas un peligro tal que llegó a decir que es difícil que un rico se salve. No que no se salven los ricos sino que la riqueza puede emponzoñar los corazones de tal manera que se constituye en un peligro potencial de condena.
Las consecuencias de la idolatría del dinero son tremendas: por dinero se roba, se mata, se traiciona a los amigos y a los ideales, se prostituye, se calumnia. El dinero puede hacer que aflore toda la inhumanidad que hay potencialmente dentro de nosotros.
En la obra citada de Quevedo se señala claramente ese peligro: Madre, yo al oro me humillo, porque hace todo cuanto quiere.Quebranta cualquier fuero. Da y quita el decoro. Rompe recatos. Ablanda al juez más severo.
El dinero es el gran corruptor de todo, incluyendo muy principalmente la dignidad personal convirtiéndola en indignidad personal. Por eso es extraordinariamente importante la advertencia de Jesús: si perdemos nuestra dignidad, si no nos salvamos como personas ¿para qué nos ha servido comprar el mundo con nuestro dinero?
En lo que sí fue tajante es en afirmar que la idolatría del dinero es incompatible con el seguimiento del Evangelio. No el tener dinero, sino idolatrar al dinero es lo que resulta incompatible con adorar al verdadero Dios. ¡Claro! O estás con uno o con el otro. En realidad se trata de elegir qué Dios regirá nuestra vida, el Dios predicado por Jesús de Nazaret o el dios ensalzado por la economía deshumanizada.
Entre los efectos negativos que puede provocar la riqueza está el de impedir a quien la posee sentirse totalmente libre a la hora de tomar una decisión. Es el caso del joven del Evangelio (Tercera lectura, Mc. 10, 17-30)
Es un muchacho bueno que cumple la Ley, le gustaría seguir a Jesús pero le da pena dejar su cómoda vida y prefiere la tristeza de no ser consecuente a su mejor deseo, seguir a Jesús, a la que le produce abandonar su riqueza.
Más pernicioso es el comportamiento del rico epulón que abotargado por sus placeres ni siquiera se da cuenta de la miseria del pobre Lázaro. El dinero le hace insensible al dolor ajeno. (Lc. 16, 1-31)
Algo parecido le sucede al que había ganado mucho dinero y piensa: Haré nuevos graneros y viviré como un príncipe. Olvida que sus riquezas han sido conseguidas con el sudor de sus trabajadores. Solo piensa en él, en lo bien que lo pasará en el futuro. Ninguna sensibilidad hacia los que le han enriquecido. (Lc. 12, 13-21) El dinero suele hacer pensar solo en uno mismo con olvido de los deberes de justicia respecto al reparto de lo conseguido mediante el esfuerzo de otros. Este es uno de los pecados graves señalados ya en el Antiguo Testamento: “Dale cada día su salario al trabajador, sin dejar pasar sobre esta deuda la puesta del sol, porque es pobre y lo necesita. De otro modo clamaría al Señor contra ti y tú cargarías con un pecado» (Deut. 24, 14-15). Un pensamiento que luego recogió Santiago: “He aquí que ya clama el jornal sustraído por vosotros a los trabajadores que segaron vuestros campos, y el clamor de los segadores ha penetrado en los oídos del Señor. (5, 4).
Finalmente, la riqueza entusiasma de tal manera a quien la posee que se olvida de que todo en esta vida es caduco y algún día se acabará. Gozoso con lo que tiene no piensa más que en el momento presente. En la parábola que pone Jesús, (Lc. 12, 21) al rico le recuerda que la muerte le arrebatará todo y que en ese momento podrá darse cuenta de que tiene las manos vacías. Será el momento en el que se preguntará ¿de qué me ha servido vivir pensando solo en tener?
Jesús evidentemente no condena tener dinero sino el conseguirlo injustamente, administrarlo egoístamente y emplearlo delictivamente. Luchemos por tener. ¡Por supuesto! Y por tener todo cuanto esté en nuestras manos. ¡Por supuesto también! El dinero, como valor de cambio, es imprescindible para la vida pero nunca lo convirtamos en nuestro dios, en nuestro supremo bien hasta convertirlo causa de nuestra propia prostitución como personas y como cristianos. Seamos siempre conscientes de que es un bien al servicio del hombre y empleémoslo de modo que con él no solo resolvamos los problemas humanos de la vida sino también nos ayude a alcanzar los bienes del cielo. AMÉN.

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