21 agosto 2018

Domingo 26 de agosto: 1ª lectura

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El Libro de Josué (de donde está sacada nuestra primera lectura) abarca una parte del siglo XII antes de Cristo, desde la época de la entrada en la Tierra Prometida, de las tribus del Pueblo de Dios liberadas de Egipto, hasta la muerte de Josué.
El libro nos ofrece una visión muy simplificada de la ocupación de Canaán: las doce tribus, unidas bajo el liderazgo de Josué, realizarán diversas expediciones militares fulgurantes y se apoderarán, casi sin oposición, de todo el territorio anteriormente en manos de los cananeos.
Históricamente, con todo, las cosas no sucedieron ni de forma tan fácil, ni de forma tan lineal: es más verosímil la versión presentada por el Libro de los Jueces y que habla de una conquista lenta y difícil (cf. Jue 1), incompleta (cf. Jue 13,1-6; 17,12-16), que no fue obra de un pueblo unido alrededor de un jefe único, sino de tribus que hicieron la guerra en solitario.

El Libro de Josué, antes de ser un libro de historia, es un libro de catequesis. El objetivo de los autores deuteronomistas que lo escribieron era destacar el poder inmenso de Yahvé puesto al servicio de su Pueblo: fue Dios (y no la capacidad militar de las tribus) quien, con sus prodigios, entregó a Israel la Tierra Prometida; al Pueblo le queda aceptar el don de Dios y responderle con fidelidad a la Alianza y a los mandamientos.
El texto que hoy se nos propone nos sitúa en la fase final de la vida de Josué. Sintiendo aproximarse la muerte, Josué reunió en Siquén (en el centro del país) a los líderes de las diversas tribus del Pueblo de Dios y les propuso la renovación de su compromiso con Yahvé. De acuerdo con Jos 24,15 Josué puso las cosas de la siguiente forma: “escoged hoy a quién queréis servir… yo y mi casa serviremos al Señor”.
En la versión del autor deuteronomista, a quien debemos este relato, Josué parece dirigirse a un grupo de tribus que comparten una fe común en Yahvé. ¿Estaremos ante una asamblea que reúne a esas “doce tribus” que, más tarde (en la época de David), van a constituir la unidad nacional? Algunos biblistas piensan que no. Entre las tribus presentes no estaría, ciertamente, la tribu de Judá, ya que los contactos de Judá y la “casa de José” sólo se establecieron en la época del rey David.
La “casa” de Josué a la que el texto se refiere está, ciertamente, constituida por las tribus del centro del país, Efraín, Benjamín y Manasés que, hacía mucho tiempo, se habían adherido a Yahvé y a la Alianza. ¿Y las otras tribus, invitadas a comprometerse con Yahvé? Probablemente, la invitación a escoger entre “el Señor” y los otros dioses (cf. Jos 24,14) se dirige a las tribus del norte del país que, sin duda, no abandonaron Palestina desde la época de los patriarcas (y que, por tanto, no vivieron la experiencia de Egipto, ni hicieron la experiencia del encuentro con Yahvé, el Dios libertador).
Tal vez la “asamblea de Siquén” referida en Jos 24 sea la primera tentativa histórica de establecer lazos entre las tribus del centro de Palestina (Efraín, Benjamín y Manasés, las tribus que vivieron la experiencia de Egipto, la liberación, el camino por el desierto y la Alianza con Yahvé) y las tribus del norte (Isacar, Zabulón, Neftalí, Asher y Dan, tribus que ni siquiera estuvieron en Egipto). La ligazón se realiza alrededor de la fe común en el mismo Dios. La unión de las diversas tribus del norte y del centro no se produjo, con todo, de una vez, sino que fue un camino lento y progresivo, que sólo se completó mucho tiempo después de Josué.
El punto de partida para el texto que se nos propone es el hecho histórico en sí (probablemente, una asamblea en Siquén, donde Josué propuso a las tribus del norte que aceptasen a Yahvé como su Dios). Por tanto, el autor deuteronomista responsable de este texto tomó un hecho histórico y lo transformó en una catequesis sobre el compromiso que Israel asumió con Yahvé. Su objetivo es el de invitar a los israelitas de su época (siglo VII antes de Cristo) a no dejarse seducir por otros dioses y a mantenerse fieles a la Alianza.
Estamos, por tanto, en Siquén, con “todas las tribus de Israel” (v. 1) reunidas alrededor de Josué. En la interpelación que dirige a las tribus, Josué comienza por nombrar algunos momentos capitales de la historia de la salvación, mostrando al Pueblo cómo Yahvé es un Dios en quien se puede confiar; sus acciones salvadoras y liberadoras en favor de Israel son una prueba más de lo suficiente de su poder y de su fidelidad (cf. Jos 24,2-13).
Después de esa introducción, Josué invita a los representantes de las tribus presentes a sacar las debidas consecuencias y a tomar su opción. Es necesario elegir entre servir a ese Señor que liberó a Israel de la opresión, que lo condujo por el desierto y que lo introdujo en la Tierra Prometida, o servir a los dioses mesopotámicos y a los dioses de los amorreos. Josué y su familia ya han optado: ellos escogen servir a Yahvé (v. 15).
La respuesta del Pueblo es la esperada. Todos manifiestan su intención de servir al Señor, en respuesta a su acción liberadora y a su protección a lo largo del camino por el desierto (vv. 16-18). Israel se compromete a renunciar a otros dioses y a hacer de Yahvé su Dios.
La aceptación de Yahvé como Dios de Israel es presentada, no como una obligación impuesta a un grupo de esclavos, sino como una opción libre, hecha por personas que han hecho una experiencia de encuentro con Dios y que saben que es ahí donde está su realización y su felicidad. Después de recorrer con Yahvé los caminos de la historia, Israel constató, sin lugar a dudas, que sólo en Dios puede encontrar la libertad y la vida en plenitud.
El problema fundamental señalado por el autor de nuestro texto, es el de las opciones: “escoged hoy a quién queréis servir”, dice Josué al Pueblo reunido. Es una cuestión que nunca dejará de sernos propuesta. A lo largo de nuestro caminar por la vida, vamos haciendo la experiencia de encuentro con ese Dios liberador y salvador que Israel descubrió en su marcha por la historia; pero nos encontramos también, muy frecuentemente, con otros dioses y otras propuestas que parecen garantizarnos la vida, el éxito, la realización, la felicidad y que, casi siempre, nos conducen por caminos de esclavitud, de dependencia, de desilusión, de infidelidad.
La expresión “escoged hoy a quién queréis servir” nos interpela a cerca de nuestra servidumbre al dinero, al éxito, a la fama, al poder, a la moda, a las exigencias de los valores que la opinión pública ha consagrado, al reconocimiento público. Naturalmente, no todos los valores del mundo son generadores de esclavitud o incompatibles con nuestra opción por Dios. Tenemos, sin embargo, que repensar continuamente nuestra vida y nuestras opciones, a fin de que no corramos detrás de falsos dioses y de que no nos dejemos seducir por propuestas falsas de realización y de felicidad.
El verdadero creyente sabe que no puede prescindir de Dios y de sus propuestas; y sabe que es en ese Dios, que nunca se olvida de aquellos que confían en él, en quien pueden encontrar su realización plena.
Israel aceptó “servir al Señor” y comprometerse con él, no por obligación, sino por la convicción de que ese era el camino hacia su felicidad.
A veces, Dios es visto como un competidor del hombre y sus mandamientos como una propuesta que limita la libertad y la independencia del hombre. En verdad, el compromiso con Dios y la aceptación de sus propuestas no es un camino de servidumbre, sino que es un camino que conduce al hombre a la verdadera libertad y a su realización plena.
El camino que Dios nos propone, camino que somos libres de aceptar o no, es un camino que nos libra del egoísmo, del orgullo, de la autosuficiencia, de la esclavitud de los bienes materiales y que nos proyecta hacia el amor, hacia el compartir, hacia el servicio, hacia la donación de la vida, hacia la verdadera felicidad.
Josué, el líder de la comunidad del Pueblo de Dios, tiene un papel fundamental en el sentido de interpelar al Pueblo y de dar testimonio de su opción por Dios. No es un líder que dice bonitas palabras y presenta bellas propuestas, que más tarde su vida desmiente lo que dice. Es un líder plenamente comprometido con Dios y que da testimonio, con la propia vida, de esa opción.
Josué podría ser un ejemplo para todos aquellos que tienen responsabilidades en la conducción de la comunidad del Pueblo de Dios en marcha por la historia. Su ejemplo invita a aquellos que presiden la comunidad del Pueblo de Dios a ser una voz de Dios que interpela y que cuestiona a aquellos que caminan a su lado; e invita, también, a los responsables de las comunidades cristianas a testimoniar con la propia vida aquello que enseñan al Pueblo.

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