Por Antonio García-Moreno
1.- VARÓN DE DOLORES.- "Le vimos sin aspecto atrayente, despreciado..." (Is 53,2-3). Estamos ante uno de las cantos del Siervo Paciente de Yahvé, uno de los pasajes más difíciles de entender, sobre todo entre los intérpretes judíos, los rabinos que se dividían a la hora de entender quién era ese misterioso y doliente personaje. La Iglesia, desde los principios, vio en esa figura, lastimosa y magnífica al mismo tiempo, a Jesucristo en su Pasión y Muerte, que con sus padecimientos cumple cuanto en dicha profecía se anunciaba, incluido el valor redentor de su sacrificio, así como el final glorioso de sus padecimientos.
Las palabras del profeta parecen proferidas ante la contemplación directa de cuanto ocurrió en la Pasión. En efecto, la figura doliente de Jesús inspiraba lástima y cierta repulsión. Eran tales sus heridas y sus padecimientos que el mirarlo causaba estupor. El cargó sobre el peso, terrible peso, de nuestros pecados, soportó en sus espaldas el castigo que habíamos merecido. Por eso Jesús, sabiendo lo que le esperaba, pide angustiado al Padre que le libre de aquella hora, estremecido y sudoroso, al mismo tiempo que llevado de su amor acepta sereno su inmolación.
2.- CRISTO ES NUESTRO MEDIADOR.- El hecho de que Jesús sea nuestro Sumo y Eterno Sacerdote, que ha penetrado en el Santuario de los cielos para interceder por nosotros, es un motivo más que suficiente para que nos llenemos de confianza y de gozo. Por ello el hagiógrafo nos exhorta a que nos mantengamos firmes en la fe que profesamos. Y también en la esperanza, pues sabemos que Jesús puede compadecerse de nuestros sufrimientos, ya que él mismo los ha padecido en su propia carne. En su afán de acercamiento se ha hecho semejante en todo a nosotros, menos en el pecado.
De ahí que nos diga también el autor sagrado que nos acerquemos llenos de confianza al trono de la gracia, es decir, al trono de Dios. Es cierto que si miramos hacia nuestro interior tenemos muchas cosas de la que arrepentirnos, motivos para pensar que Dios nos rechazará. Sin embargo, como dice San Juan, si nuestra conciencia nos acusa, Dios es mucho más grande y generoso, y tiene compasión de nosotros que, al fin y al cabo, hemos sido re-dimidos con la sangre de Cristo.
3.- UNA DOCTRINA SIN FRONTERAS.- Todos los años, en este inolvidable día, el Viernes Santo, la narración de San Juan se deja oír con toda su grandiosidad y belleza, con todo su misterio y su claridad. El IV Evangelio fue escrito el último de todos, después de muchos años en los que el hagiógrafo meditó cuanto había ocurrido, descubriendo en la intimidad de la oración, en la contemplación amorosa, el sentido profundo de aquellos hechos. Por ello su relato aparece nimbado de luz pascual.
Bajo la luz de la inspiración divina, el Discípulo amado recuerda al fin de su vida, y pone por escrito, los hechos y dichos de Jesús, completando los relatos de los otros evangelistas. Así nos habla del proceso previo que se celebró ante Anás que los Sinópticos omiten. A la pregunta del que había sido Sumo Sacerdote y jefe del clan familiar, el Señor responde que cuanto ha enseñado es público en Israel. Su doctrina fue predicada con libertad y franqueza, es una enseñanza universal que también hoy es hemos de proclamar sin rubor, con audacia y claridad.
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