Por Gabriel González del Estal
1. Lo vimos como un varón de dolores. En la liturgia de estos días de Semana Santa leemos y meditamos varias veces el relato de la pasión del Señor. Yo ahora quiero centrar mis reflexiones sobre algunas frases del cuarto cántico del siervo de Yahveh, tal como lo leemos hoy en la lectura inicial del profeta Isaías. No sabemos, exegéticamente hablando, a quién se refería el profeta Isaías cuando hablaba del “siervo de Yahveh”. Pero, en cualquier caso, es un cántico que nosotros, los cristianos, podemos muy bien aplicarlo a Jesús de Nazaret, en los momentos últimos de su pasión y muerte. Un cántico sublime, majestuoso y lleno de unción. Merece la pena leerlo y meditarlo con detenimiento y piedad. Realmente, Jesús, el Cristo, aceptó ser y vivir como un varón de dolores, y lo hizo por amor a nosotros. No es que a Cristo le gustara padecer, no era un masoquista; pero, si para ser fiel a la misión que su Padre le había encomendado, tenía que sufrir, aceptaba voluntaria y conscientemente el sufrimiento.
El sufrimiento por el sufrimiento no es recomendable, pero aceptar el sufrimiento por amor no sólo es recomendable, sino que es un deber de tenemos todos los hijos de Dios. La vida humana está llena de dificultades y problemas, a veces muy graves. Y es en la capacidad para aguantar y superar estas dificultades y sufrimientos donde se fragua la virtud y la santidad cristiana. Cristo prefirió sufrir hasta la muerte, antes que ser infiel a la misión que su Padre le había encomendado. Si nosotros no somos capaces de sufrir es que no somos capaces de amar. Para alcanzar la santidad a la que Dios nos llama tenemos que aceptar con amor el sufrimiento necesario.
2. Sus cicatrices nos han curado. Esto lo saben muy bien todos los santos, y todos los pecadores, cuando ante la dificultad y el dolor se han arrodillado ante el Cristo crucificado. Cuántas veces también nosotros, ante una grave enfermedad, o ante una dificultad que nos parece insuperable, hemos decidido seguir adelante y no desanimarnos, meditando, ante la cruz de Cristo, y contemplando las humillaciones y sufrimientos que tuvo que soportar nuestro Señor Jesucristo. La meditación en la pasión de Cristo nos conforta y nos hace espiritualmente fuertes, en momentos graves de desánimo psicológico o cobardía espiritual. Porque sabemos que Dios, nuestro Padre, mira misericordiosamente nuestros pecados y nuestras debilidades, en atención a su Hijo que aceptó morir en la cruz por amor. También debemos pensar que nosotros, cuando sufrimos por amor a los demás, para salvar a los demás, estamos imitando el gesto grande de amor de Cristo, cuando murió por nosotros en la cruz. Sí, también nuestras cicatrices, cuando son cicatrices causadas por un sufrimiento aceptado por amor al prójimo, pueden convertirse en cicatrices salvadoras, cicatrices de misericordia, de amor y de perdón.
3. A causa de los trabajos de su alma, mi siervo justificará a muchos. El “siervo de Yahveh” “tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores”. En esta tarde de viernes santo vamos a unirnos nosotros al “cordero llevado al matadero, sin abrir la boca”, para hacernos corredentores con Cristo y para ayudarle a quitar el pecado del mundo.
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