De Javier Leoz
Inicio de una
aventura, la de Jesús, latente en las tres lecturas de la liturgia de este
domingo ordinario: “Levántate y vete a….” “El momento es apremiante” “Se ha
cumplido el plazo”. Tres frases con sabor a llamada y envío, a redención y
desprendimiento: es la hora pública de Jesús, y en su reloj, todos tenemos la
nuestra. ¿Qué le respondemos?
1.Tenemos tiempo para todo menos
para lo esencial. Y, con nuestras prisas, dejamos de lado precisamente eso: lo
substancial. ¿Por qué la crisis que estamos padeciendo? ¿Dónde están sus causas?
¿Exclusivamente en el factor económico? ¡No! Hay que ir más allá. La sociedad,
sus dirigentes, se han empeñado en pervertir las disposiciones de muchas cosas,
en ensalzar el “todo vale” y las consecuencias no se han hecho esperar:
asistimos a una degeneración en diversos aspectos que, con el Evangelio en la
mano, no nos queda otra sino recuperar: volver de nuevo al camino verdadero. Sin
miedo a dejar aquellos paraísos personales o sociales que han sido causa de
sufrimiento y también de decadencia.
2.Hoy, en medio de las aguas turbulentas, el Señor
nos invita a desenmarañarnos de los caminos que sólo nos conducen a premios
efímeros, a promesas falsificadas o
ficticias. La conversión que nos propone Jesús es precisamente la que el Papa
Benedicto, recientemente, nos sugería: hay
que volver a Dios porque, a Dios, lo hemos orillado y la secuela más grave ha
sido que hemos caído en un humanismo deshumanizador y deshumanizante o en un
deshumanizado humanismo. No es juego de palabras, es así. Sólo cuando pongamos
a Dios en el centro de nuestra vida, clave y mensaje del Reino anunciado por
Jesucristo, llegaremos a esa armonía personal, social y universal que muchos se
empeñan frívolamente en conquistar al margen de toda referencia a Dios. ¿Es
posible alcanzarla sin Dios?
3.Estamos en un tiempo privilegiado
para la fe. La Nueva Evangelización, de la cual se habla tanto, nos exige
precisamente eso: desembarazarnos de aquellas redes que han servido en otro
tiempo pero que, ahora, se nos quedan cortas o débiles. No olvidemos que, la
exigencia a la conversión, sigue siendo la misma. Que las verdades
fundamentales de Jesucristo, y guardadas en el Depósito de la Fe de la Iglesia,
son inalterables. ¿Dónde fallamos entonces? La prueba de fuego está en el
entusiasmo de nuestra vida cristiana ¿Cómo es? ¿Respondemos con generosidad a
las llamadas del Señor? ¿Dejamos algo por El? ¿No respondemos, a veces, con
unos minutos semanales para la misa y poco más? El Señor, cuando pasó al lado
de los discípulos, no les invitó a romper con un trozo de aquellas redes que
eran su forma de vida. Les exigió algo más: si creéis en mí…dejadlo todo. Pero
con todas las consecuencias. Lo valoraron y, mirando al horizonte del mar y lo
que tenían entre manos, comprobaron que Jesús, sus palabras y sus obras, eran
un tesoro. Acertaron de lleno. ¿Es un tesoro para nosotros Cristo?
Dios, porque es bueno
y justo, confía en que vayamos cumpliendo con ese programa que se inició en el
día de nuestro Bautismo. SI hay plazo para que un artista entregue su obra,
para que un profesora acabe una asignatura o para que un pesquero regrese a
puerto….también los cristianos tenemos un vencimiento para dar muestras de
nuestro buen hacer, de que nuestra fe es sincera (no simbólica) y de que
nuestras obras y nuestras palabras son un perfecto acorde.
Ha pasado el Señor y,
lejos de mirarnos por encima de los hombros, nos mira frente a frente. Nos
sienta a su mesa. Nos habla. Nos explica las escrituras y parte para nosotros
lo más grande que tiene: su vida.
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