04 noviembre 2017

Seamos coherentes en el pensar, en el hablar y en el obrar

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1.En la cátedra de Moisés se han sentado los letrados y fariseos: haced y cumplid lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen… todo lo hacen es para que los vea la gente. La hipocresía es uno de los vicios que menos perdona la gente. Si uno hace algo mal y lo reconoce, e intenta corregirse, la gente siempre está dispuesta a perdonarle, pero si uno es hipócrita y hace lo contrario de lo que dice, la gente lo lleva muy mal. Esto es aplicable, sobre todo, a los que tienen algún cargo público, y también en la relación de cada uno de nosotros con los amigos y más conocidos. La humildad siempre atrae, la soberbia y la hipocresía nos apartan de los demás. Jesús les recomienda siempre a sus discípulos la humildad en el trato con los demás, no queriendo reconocer más títulos que el de hermano y servidor del prójimo.
La frase última de este relato evangélico, según san Mateo, resume muy bien todo su pensamiento: el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado. Así lo practicó siempre su madre, María, como nos dice en el “Magnificat” y así lo hizo el mismo Jesús que, siendo de condición divina se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo pasando por uno de tantos, como nos dice san Pablo. Todos nosotros, empujados por nuestro egoísmo, tendemos a ser dominadores y jefes, antes que súbditos y hermanos, por eso debemos estar siempre en guardia con nosotros mismos, haciendo todos los días examen de conciencia sobre nuestra humildad y espíritu de servicio. Ser hipócritas es ser mentirosos y a nadie nos gusta que intenten engañarnos. Todos los verdaderos discípulos de Jesús, todos los verdaderos santos del cristianismo, han sido humildes y servidores de los demás. Si queremos nosotros ser verdaderos discípulos de nuestro único Maestro, seamos, pues, humildes, sencillos y servidores.
2.- Y ahora os toca a vosotros, sacerdotes: si no obedecéis y no os proponéis dar gloria a mi nombre –dice el Señor de los Ejércitos- os enviaré mi maldición. Os apartasteis del camino, habéis hecho tropezar a muchos en la ley… por no haber guardado mis caminos y porque os fijasteis en las personas al aplicar la ley. El profeta Malaquías habla a un pueblo judío que acababa de salir del destierro hacia su patria y que estaba reconstruyendo el templo de Jerusalén. Los sacerdotes desempeñaban un papel muy importante en la restauración del culto y de la religión judía. Pero no actuaban según los intereses de Dios, sino según sus propios intereses. Eran egoístas, peseteros, y atendían mejor al que mejor pagaba. Aunque los sacerdotes judíos del tiempo del profeta Malaquías tenían una función muy distinta de la que tenemos los sacerdotes de la Nueva Alianza, no estaría mal que este texto del profeta Malaquías  nos hiciera a nosotros examinar nuestra relación con Dios y con el prójimo. No nos perdonará Dios fácilmente que seamos egoístas, peseteros, aduladores de los ricos y poderosos, dejando en segundo o último lugar a los más pobres y marginados de la sociedad. La conducta de Jesús fue exactamente lo contrario: aunque quiso ser amigo de todos, mostró una especial predilección por los más pobres, frágiles y últimos de la sociedad. Procuremos nosotros, los sacerdotes de la Iglesia Católica, imitar a nuestro Maestro, Jesús, y no a los sacerdotes de la Antigua Alianza. Y lo que digo de los sacerdotes, se puede decir también de todos los fieles de la Iglesia Católica. Pidamos todos a Dios, con palabras del salmo 130: Guarda mi alma en la paz, junto a ti, Señor. Mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros.
3.- Os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos… deseábamos entregaros no solo el evangelio, sino hasta nuestras propias personas, porque os habíais ganado nuestro amor. El ejemplo de Pablo debe servirnos especialmente a todos los sacerdotes de nuestra Iglesia, siendo generosos y amando cordialmente a todos los fieles con los que tenemos alguna relación pastoral. También el ejemplo de Pablo debe servir a los todos fieles de nuestra Iglesia, correspondiendo amorosamente a los trabajos de los sacerdotes. Los laicos son una parte necesaria e imprescindible de la Iglesia de Jesús, puesto que los laicos con sus pastores deben formar una única comunidad cristiana cuyo único Señor y Pastor supremo es nuestro Señor Jesucristo.
Gabriel González del Estal

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