1. Situación
Sólo con los años se llega a la sabiduría. Lo cual quiere decir que saber vivir no se aprende en los libros. Supone actitudes y, al final, cuando se llega a cierto «saber estar», la sensación es de don. ¿Por qué unos descubren el secreto de saber vivir y otros no?
La respuesta viene dada sólo a posteriori, después de años. Mientras tanto, la vida está llena de sorpresas, apenas responde a las expectativas que de ella nos hacemos; hemos de desaprender muchas cosas que nos enseñaron; hemos de arriesgar; no podemos asegurar el acertar…
¿Tiene algo que ver la experiencia de Dios con esta cuestión central? Algunos creyentes aprenden a vivir desde su racionalidad y reducen lo religioso a zonas particulares (lo espiritual trascendente: el culto, problemas del más allá, interioridad de la conciencia, búsqueda de unión con Dios…). Pero la fe no da recetas ni soluciones. La sabiduría de la vida atañe a la totalidad de la existencia, y uno es más sabio cuanto dispone de menos esquemas. Lo cual se aprende sólo en confrontación con el misterio de la existencia.
2. Contemplación
Lo que se dice de la sabiduría en la primera lectura suele decirse de Dios en otros textos de la Biblia; por ejemplo, coincide con lo que expresa el salmo responsorial. ¿Es Dios, en definitiva, la sabiduría? Desde luego. Pero aquí no se dice eso en un sentido filosófico, como un atributo esencial de la divinidad, sino como la experiencia de la aventura radical del saber vivir. Saber vivir es descubrir la vida en su profundidad misteriosa. Pues bien, eso tiene que ver con Dios, de tal modo que, con los años, va estableciéndose la correlación entre vida y Dios.
Más: Si la fe madura, Dios en persona viene a ser la fuente del vivir. De esto nos habla el Evangelio de hoy, la parábola de las vírgenes sensatas y necias, que esperan al Esposo.
¿Qué simboliza la lámpara encendida, en la que nunca falta el aceite?
3. Reflexión
La respuesta a la pregunta anterior: El amor. La sabiduría de la vida es el amor. En el Antiguo Testamento se dice que es el temor de Dios, es decir, el conocimiento vivencia] de Dios en cuanto Dios, correlativo al conocimiento del hombre en cuanto hombre. En el Nuevo Testamento ese conocimiento es el amor revelado en Jesucristo.
Amar es hacer de la vida deseo de Alguien. ¡Es tan distinto vivir de cosas, de tareas, de ideas, o vivir amando! ¡Es tan distinto percibir a Dios como idea, símbolo de una causa, la superconciencia moral, la omnipotencia providente o Alguien viviente, el Esposo que viene!
Pero si el amor fuese sólo deseo, terminaría por destruirse a sí mismo, pues sería apropiación. ¡Hay tan poca distancia entre el deseo y la fantasía, entre el deseo y la dependencia posesiva, entre el deseo y la autocomplacencia!
Por eso el deseo de la presencia del Amado ha de ser probado, purificado, transformado en amor de fe mediante la obediencia amorosa que espera. Las vírgenes necias de la parábola se dejaron el aceite porque su amor era ansioso, impaciente, posesivo. Las vírgenes sensatas saben que el amor se hace en la paciencia del cada día, en dejarle al Esposo que venga cuando quiera, en preferir Su voluntad a la realización de sus deseos.
4. Praxis
Si eres joven adulto, ¿cuáles son los valores que guían tu vida, en torno a los que estás aprendiendo a vivir? Distingue entre valores-ideas y valores-vivencias. No es lo mismo valorar mentalmente el amor e implicarse personalmente, de tal modo que sientas el vértigo de ser desposeído de ti.
Si eres maduro, ¿tienes la impresión de haber aprendido a vivir o, por el contrario, de no haber acertado en lo importante? Para un creyente, no es posible cambiar el pasado, pero siempre es posible releerlo, retornarlo, darle un nuevo sentido, y replantear el futuro.
Un buen signo de sabiduría: que la vida te ha despojado de esquemas y expectativas, pero que todo te ha llevado a lo esencial, al Amor, un amor simplificado, en que el deseo se nutre de obediencia y fidelidad humilde.
Javier Garrido
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