27 octubre 2017

Nuestra identidad cristiana

Señor Jesús,
¿cuáles son las señas de identidad de tus seguidores?
¿A qué tenemos que prestar
de una manera especial atención los que nos decimos cristianos, los que nos reunimos en las iglesias y participamos en alguna asociación o movimiento cristiano?

Cuando nos bautizaron,
antes de entrar en la Iglesia,
al acoger el cura a nuestros padres
y padrinos hizo la señal de la cruz
en nuestra frente
porque la cruz es la señal de los cristianos.

En la cruz terminó tu vida terrena, bueno, no en la cruz sino en la resurrección, porque Tú estás vivo, venciste la muerte y el pecado.
Esa cruz que marcaron en nuestra frente te representa, es tu marca,
somos de los de Jesús.
La cruz es la expresión máxima de amor: “No hay amor más grande que dar la vida…” Y a lo largo de tu vida Tú nos muestras que viviste para amar:
Amar a Dios y amar a los demás,
sin distinción de raza ni de cultura
es el distintivo de los cristianos.
Tu amor es universal y así quieres
que sea el nuestro.

Eso que Tú fuiste, que Tú viviste es lo que nos propones
como estilo de vida:
Amar a Dios por encima de todo y amar a los demás
como nosotros nos amamos
a nosotros mismos.
Incluso Tú añadirás en su momento una coletilla:
“amaos los unos a los otros como yo os he amado”.

Señor Jesús,
gracias por tus palabras tan esclarecedores, en ellas sintetizas nuestra manera de vivir, en ellas cifras nuestra identidad.

Gracias y enséñanos a amar como Tú amabas,
como Tú amabas a Dios
y como amabas a las personas.

¡Qué diferente sería nuestro mundo si procurásemos vivir tu proyecto,
si, unos y otros, viésemos en el amor nuestras señas de identidad!

Perdón, Señor Jesús
porque lo sabemos pero no lo cumplimos, no andamos, a veces,
por ese camino del amor.
Y eso que lo sabemos,
por ello somos doblemente culpables.

Perdón, Señor Jesús,
por todas las faltas de amor que se dan en nuestro mundo.

Yo te presento, Señor Jesús en mis manos temblorosas tantos gestos de estima que por todos los rincones del mundo
a diario se dan.
Únelos a tu amor
y haz de ellos la mejor ofrenda agradable a Dios Padre.

“Cuentan que en un lugar había un matrimonio que se querían a la manera de Dios.
Para el marido su dicha era fumar, echar en el aire algunas bocanadas de humo sentado en la sombra del árbol que había delante de su casa.
Ella tenía una cabellera negra, larga,
con un pelo muy reluciente.
Era la envidia de todas las mujeres del poblado. Llegaba el aniversario de bodas.
Cada uno por su cuenta pensó hacer un regalo al otro El marido se fue al mercado vendió su pipa
y con el dinero que había conseguido
compró unos peines
para la negra y hermosa cabellera de su mujer. Todo contento, silbando, su fue a casa llevando entre sus manos el regalo del aniversario. Al llegar le entregó los peines a su mujer.
Pero cual no fue su sorpresa cuando vio
que su mujer estaba rapada,
se había cortado el pelo, había vendido su hermosa cabellera para comprar con ella
tabaco para su marido.

Gracias Señor Jesús por todos los gestos de amor que se dan en nuestro mundo. Que pongamos, Señor Jesús, nuestro granito de arena
en esta sinfonía maravillosa,
en esta maravilla de amor.

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