17 septiembre 2017

Un ajuste de cuentas de G. Gutiérrez


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El corazón de la revelación bíblica es el amor gratuito de Dios. Esa oportunidad debe ser la norma de nuestra relación con otras personas.

El perdón es siempre gratuito.
El capítulo dieciocho de Mateo contiene una serie de indicaciones para la vida cotidiana de la comunidad cristiana. Una de ellas es la del perdónPedro quiere saber hasta dónde estamos obligados a perdonar (cf. v. 21). La respuesta del Señor coloca el asunto en un horizonte más amplio- siempre debemos perdonar. Eso es lo que significa la misteriosa expresión «setenta veces siete» (v. 22); tal vez haya una alusión —tomando la posición contraria— a Gén 4, 24. No hay límites, el amor no cabe dentro de obligaciones contables. El perdón mutuo construye la comunidad, implica confiar en las personas.

La afirmación de Jesús es ilustrada con una de las más bellas parábolas de los evangelios y que es propia de Mateo. El «ajuste de cuentas» (v. 23) se evaporará ante la justicia de Dios basada en la gratuidad del amor. Ante la petición del servidor, el rey le perdona la deuda. «Diez mil talentos»(v. 24) constituye una cantidad fabulosa e impagable (algo así como la deuda externa de los países pobres...)por eso la promesa del servidor no pasa de ser un intento para conmover al Señor (cf. v. 26). El perdón del rey es enteramente gratuito, lo hace simplemente por «lástima» (v. 27), por amor, no porque piense que un día recibirá lo que se le adeuda.

No tengas rencor a tu prójimo
El comportamiento del servidor contrasta con el que tuvo el Señor. Su compañero de trabajo le debe apenas cien denarios (el jornal de un trabajador era un denario), suma perfectamente pagable. Pese a eso la súplica del deudor no es escuchada. El «siervo malvado» (v. 32) no ha aprendido la lección. En estricta justicia él puede enviar a la cárcel a quien le debe, pero el rey le acaba de mostrar otra justicia, la que se basa en el amor gratuito que no pide nada a cambio. La que considera a las personas en ellas mismas, no por lo que tienen.
El Dios de Jesús ama porque es bueno. Ante la inmensidad de su amor los méritos de las personas son secundarios. Así también deben amar aquellos que creen en él. El amor de Dios es modelo de nuestra conducta. El Señor está siempre dispuesto a rehacer su alianza (cf. Edo 28, 7), esto implica que nosotros igualmente abramos nuestro corazón a los demás. Ante la gratuidad del amor—la pregunta «¿cuántas veces le tengo que perdonar?» (Mt 18, 21) pierde sentido. No hay nada más exigente que el amor gratuito y sin límites de aquel que es «Señor de muertos y vivos»(Rom 14, 9).
Ante los sufrimientos de los pobres del mundo, golpeados por un despiadado liberalismo económico, ante inauditos y cruentos conflictos bélicos, surgen hondos reclamos de justicia. De una justicia que va más allá de lo legal para ir hacia los derechos más fundamentales del ser humano. Amar gratuitamente, como Dios nos ama, lleva la justicia a la raíz y a la plenitud de sus exigencias.

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