17 septiembre 2017

Reflexión de Javier Garrido


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1. Situación

Toda vida en común exige mucha capacidad de perdón. Pero esta palabra la aplicamos más fácilmente a Dios que a nuestras relaciones. ¿Por qué? Quizá porque nuestra cultura contrapone perdón a dignidad, y estamos tan embriagados por nuestros derechos que olvidamos lo esencial: que sólo la fraternidad, el olvido de sí, suscita vida liberadora, rompiendo nuestras defensas egocentristas.
Jesús estableció una correlación directa entre el perdón recibido de Dios y el perdón ofrecido a los hermanos. Así, en el Padrenuestro.


2. Contemplación
Y así, en la parábola del Evangelio de hoy.
Lo sorprendente de esta parábola es su contexto: el discurso sobre la comunidad cristiana. Pensemos en nuestra familia (recordemos las reflexiones del domingo pasado), en nuestra comunidad parroquial, en nuestras relaciones de vecindario o de trabajo. ¿Por qué tiene tanta importancia la capacidad de perdón?
Pensemos en un problema concreto (alguna ofensa personal, rivalidad con alguien, deudas no pagadas...) y escuchemos las palabras de Jesús. ¿Cómo las sientes? ¿Te parece que te obligan a «hacer el primo»?
Lee ahora la primera lectura y pregúntate: ¿Me ha tratado a mí el Señor como trato yo a mi prójimo? ¿Se ha fijado El acaso en sus derechos?
Y ora con el salmo responsorial, descansando en el Señor la lucha interior entre el ideal cristiano de la generosidad y la resistencia del propio corazón, que se aferra a sus derechos. Si oras con esta vivencia de lucha, tal vez se te dé la libertad interior para amar y perdonar; tal vez te ayude a encontrarte con tu verdad. En todo caso, lo que no tiene sentido, ante la misericordia de Dios, es pretender justificarse.

3. Reflexión
En una vida en común, lo esencial depende del olvido de sí, del amor que pasa por encima de las necesidades de autoafirmación (revestidas, casi siempre, de «derecho»). ¿Por qué? Porque lo inter-personal no se fundamenta en la organización racional de fines y medios, sino en la vida de amor. Socialmente, la justicia distributiva tiene un papel mucho más determinante (deberá estar atemperada por la equidad y la compasión, desde luego). En la vida comunitaria hay que estar volviendo siempre a las fuentes del amor. En cuanto se habla de derechos, se desencadena la separación.
Con todo, insistir en la generosidad puede enmascarar injusticias graves dentro de esa vida común. De hecho, quienes llevan el peso del perdón suelen ser los que necesitan depender porque tienen miedo a la separación, o los que sólo saben amar y no tienen capacidad para analizar las situaciones, o los de siempre (la mujer, que asume el papel de perdedora o salvadora; los débiles que no pueden afirmarse, a los que utilizan los otros).
En este sentido, es necesario un aprendizaje de madurez afectiva, capaz de combinar perdón generoso y lucidez respeto a las situaciones concretas. Por ejemplo, hay personas que tienen que aprender a no pedir perdón antes de acostarse, porque es necesario, antes, hablar del conflicto vivido y objetivarlo. Otros, por el contrario, tienen que aprender a tener menos «razones» y a desarrollar la comprensión y la bondad.
En ciertas situaciones la única salida es amar a lo tonto, perdonando. En cualquier situación, el criterio último no es la justicia que reivindica, sino el amor desinteresado.

4. Praxis
Después de orar con la Palabra y las reflexiones anteriores, ¿cómo tendrías que abordar el problema que tienes con ese familiar tuyo?
Hay ciertas «heridas» que sólo se curan mediante el perdón, dejando de dar vueltas a reivindicaciones justas. Si no puedes olvidar, puedes pedir amor para perdonar. ¿Por qué no ofreces al otro un signo de reconciliación, aunque sea un saludo?
Sé autocrítico, porque muchos sentimientos nacen de actitudes enfermizas: suspicacia, complejos de inferioridad, etc.

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