Como seres humanos, estamos expuestos continuamente al pecado, es decir, a hacer cosas que nos alejen de Dios y de su amistad. Por eso, Cristo nos pide que si vemos a alguien pecar, debemos ayudarlo haciéndole ver su error e invitándole a que corrija. Si no lo hacemos, nos convertimos en sus cómplices. Si lo hacemos, podemos contribuir a su felicidad temporal y eterna.
Corregir al que vemos pecar puede ser conflictivo. Por una parte porque nosotros mismos hemos pecado alguna vez, y por la otra, porque a mucha gente le molesta ser corregida. Pero con valentía, con tacto y con amor, pensando en el bien del otro, debemos intentarlo.
Puede ser que aún así, la persona se moleste, pero nosotros habremos cumplido con un deber de cristianos. Y también puede ocurrir que la persona con humildad reconozca su falla y hasta nos agradezca el habernos tomado el tiempo de hablar con ella.
Seguir a Cristo a veces implica dejar el camino cómodo de la indiferencia. Esto es evangelizar. Aprovechemos la oración, ese maravilloso medio para entrar en comunicación con Dios, y pidámosle que nos dé mucho amor para que nada ni nadie nos detenga en la tarea de construir su Reino aquí en la Tierra.
¿Quién o quiénes de los que me rodean necesitan de mis palabras y de mi ejemplo?
¿Cuál es mi mayor “cruz”?
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