14 agosto 2017

Merece la pena

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Normalmente se enseña a nadar desde niños, ya que el aprendizaje es más fácil, pero también los adultos pueden hacerlo, nunca es tarde. Hoy en día se considera necesario aprender a nadar, no sólo para practicar deporte o para divertirse, sino porque en un momento dado puede salvar la propia vida o la de otros. Al principio, nos introducimos en el agua con flotadores, manguitos… y a nuestro lado está la persona que nos enseña a respirar, a movernos y, sobre todo, a no tener miedo a hundirnos y ahogarnos. Esta persona nos sostiene, nos da indicaciones, hasta que llega el momento en que nosotros tenemos que soltarnos y empezar a dar brazadas por nosotros mismos.
Hoy en el Evangelio Jesús quiere que Pedro, y nosotros, “aprendamos a nadar”. Jesús sabe que sus discípulos, más adelante, van a tener que llevar adelante la misión evangelizadora, a menudo en condiciones adversas, representadas en la barca sacudida por las olas, y por eso necesitan (necesitamos) “aprender a nadar”, es decir, a superar los obstáculos sin hundirse.

Jesús, como Maestro, actúa con sus discípulos como un instructor de natación: les acompaña, les enseña y da indicaciones, está a su lado… Ellos se sienten seguros teniéndole cerca, pero Jesús, como buen instructor, sabe que tienen que ir soltándose, y por eso después que se sació la gente, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla.
Jesús, para probarles, realiza un gesto extraordinario: la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. De hecho, así es como nos sentimos muchas veces al vivir como cristianos: estamos en un cambio de época, en general la Iglesia y todo lo relacionado con ella tiene “mala prensa”, muchos viven como si Dios no existiera y no lo echan en falta en absoluto, y sufrimos mucho por el silencio, incluso la aparente ausencia de Dios en algunas circunstancias.
Pero Jesús no ha abandonado a sus discípulos: se les acercó andando sobre el agua, e invita a Pedro a que “empiece a dar brazadas” por sí mismo: Ven, para que demuestre si de verdad ha aprendido a fiarse de Jesús. Y Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua. También nosotros tenemos momentos en los que parece que nuestra fe nos sostiene, y nos atrevemos a “nadar” a pesar de viento y olas.
Pero a Pedro, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: Señor sálvame. Muchas veces también nos damos cuenta de que no acabamos de fiarnos de Jesús: las dificultades que tenemos que afrontar hacen que surjan el miedo y las dudas, nuestra fe deja de sostenernos, y nos hundimos. Y Jesús nos dice, como a Pedro: ¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado? Y descubrimos que todavía no hemos “aprendido a nadar” bien, y no acabamos de fiarnos de nuestro Instructor.
¿Sé nadar? ¿Lo considero necesario? ¿Y como cristiano? ¿Sé moverme en mis ambientes con naturalidad? ¿Me fío de Jesús aun en medio de “vientos y oleajes”, o siento que me hundo en cuanto vienen las dificultades? ¿Me he preguntado alguna vez por qué dudo de Jesús?
Necesitamos urgentemente “aprender a nadar” para ser cristianos maduros y corresponsables, para movernos entre las aguas a menudo turbulentas de nuestra vida y nuestro mundo, para continuar la misión evangelizadora a la que el mismo Cristo nos envía.
Es verdad que necesitamos un tiempo de preparación, de “llevar flotadores”, un tiempo de formación que nos enseñe cómo proceder como cristianos, porque no podemos salir a la misión “a pecho descubierto”. Pero también es cierto que no podemos estar siempre con “flotadores”, permaneciendo indecisos, sin atrevernos a “soltarnos” como cristianos en el mar de la vida.
Como dijo el Papa Francisco en el Foro Internacional de Acción Católica: Eviten caer en la tentación perfeccionista de la eterna preparación para la misión y de los eternos análisis, que cuando se terminan ya pasaron de moda o están desactualizados. El ejemplo es Jesús con los apóstoles: los enviaba con lo que tenían. Después los volvía a reunir y los ayudaba a discernir sobre lo que vivieron.
Fijémonos de Jesús, nuestro Instructor, no dudemos de Él, porque no nos abandona nunca, siempre extiende su mano para impedir que nos hundamos y siempre nos ofrecerá los medios necesarios (oración, Eucaristía, reconciliación, formación…) para mejorar nuestra técnica como “nadadores” y sigamos anunciando su Evangelio, sin hundirnos a pesar de las dificultades.

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