14 agosto 2017

Con el agua al cielo


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Existen programas radiofónicos que son una especie de puerta abierta al desahogo, adonde llaman una serie de personas contando sus problemas, sus angustias…, la presentadora les escucha pacientemente, intenta orientarlas, y cada intervención culmina con un cúmulo de mensajes del exterior intentando aconsejar a las personas atormentadas por su penosa situación. Los intervinientes exponen con crudeza su problema y a mí me sobrecogen algunos y me hacen meditar: la mujer maltratada por su esposo, el joven con depresiones al parecer invencibles, dramas familiares protagonizados por hijos que no se hablan con sus padres, infidelidades inesperadas… Se me arruga el alma y llego a la conclusión de que todas estas personas están como suele decirse, con el agua al cuello.


Hago este comentario con ocasión del evangelio de hoy, donde vemos a Jesús andando sobre las aguas. Los apóstoles, acostados en su barca, lo ven sobrecogidos porque creen que se trata de un fantasma.

Jesús los calma: “Tranquilizaos, soy yo. No os asustéis”.
Pedro le insta: “Señor, si eres tú, manda que yo vaya hasta ti andando sobre el agua”.
Jesús le contesta: “Ven”.
Pedro saltó de la barca y echó a andar sobre el agua para ir hacia Jesús. Hacia viento. El apóstol se asustó. Al punto comenzó a hundirse y empezó a gritar: “¡Señor, sálvame!”.
Jesús le tendió la mano, lo sujetó y le dijo: “¡Qué poca fe tienes! ¿Por qué has dudado?”.
Si analizamos la escena, constatamos que Jesús, al observar que los apóstoles pensaban que se trataba de un fantasma y sintieron miedo y extrañeza, lo primero que hizo fue calmarlos: “Soy yo. No os asustéis”. Otro detalle curioso es que Pedro, el impulsivo, al escuchar al Maestro, le hace un reto obligándole a que realice un milagro: “Si eres tú, haz que yo pueda andar hasta ti sobre el agua”.
En tercer lugar, debido a que el viento era fuerte, el apóstol se asustó y empezó a hundirse. Y por último, el reproche de Jesús: “¡Qué poca fe tienes! ¿Por que has dudado?”…
Resumiendo: Dios es un sedante (“No os asustéis”) para quien está agobiado y con el agua al cuello. Sólo exige que confiemos en él. Y, si tenemos duda de ello, nos lo reprochará: “¡Qué poca fe tenéis! ¿Por qué habéis dudado?”.
Pero volvamos a los programas de radio, a ese inmenso océano de tristezas, penalidades y pobrezas que se nos sirven a diario a través de las ondas. Ante este panorama tan desolador y tan necesitado de que alguien los quiera, los escuche y les eche una mano, los cristianos no podemos permanecer impasibles, sino que hemos de sentir compasión y calambre en nuestras venas dormidas¿No veis que este colectivo de hambrientos está con el agua al cuello?… La mayor pobreza de la persona humana es sentirse sola. Y desgraciadamente existen en nuestro entorno multitud de solos, malviviendo con el agua al cuello. Son marginados, a la vera del camino. Y en más de una ocasión, tristemente, somos nosotros los marginadores y, ciegos voluntarios, les volvemos la cara.
Y por último, quisiera concluir esta reflexión acerca de la escena evangélica de hoy puntualizando que lo que Jesús pretende es dejar bien claro que quiere que nos fiemos absolutamente de él: “Soy yo. No os asustéis”, y que no dudemos de ello en ningún momento…
Esta confianza plena en Jesús la encontramos en la persona de Pedro: “¡Señor, sálvame!”. Prueba de ello es que siendo, como era, pescador y sabiendo nadar perfectamente, al ver que el viento le hundía, en ningún momento se le ocurrió bracear para salir del apuro. Su confianza en Jesús fue tal, que hasta se olvidó de que sabía nadar.
Pedro Mari Zalbide

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