15 agosto 2017

La Asunción de María

Hace ya muchos años oí decir al famoso jesuita televisivo José Antonio de Sobrino, en una homilía, un día como hoy, de la Asunción de la Virgen: “María, la primera cosmonauta de la historia…” Y así continuaba con su palabra seductora haciendo paralelismos entre María la Madre de Jesús y los primeros cosmonautas que subían al espacio en sus cohetes.
Como imagen no está mal. Pero no es esto exactamente lo que sucedió. La verdad es que la iconografía de las Inmaculadas y de las Ascensiones de los grandes pintores del barroco invita a esta imagen. Siempre hemos visto a una joven mujer de volátiles vestiduras siendo empujada por rubicundos angelotes hacia un cielo que se abre sobre ella.
Así como la teología cristiana habla de la Ascensión del Señor (Jesús resucitado asciende por su propio impulso hacia un cielo azul), la Asunción siempre ha significado que María es llevada al cielo, no por su propio impulso sino por acción de otros elementos, como los ángeles.

Todo esto pertenece al mundo de la simbología cristiana. Con el deseo de hacer visibles tanto la Ascensión como la Asunción, los artistas y los poetas han recurrido a imágenes que expresan que tanto Jesús de Nazaret como María su madre rompen el mundo de lo temporal y perecedero para alcanzar otro estado en el que todo es eterno e inmutable.
Los textos que hemos proclamado en la liturgia quieren aproximarse a esta simbología que no es fácil de relatar con nuestras pobres palabras humanas. El texto del Apocalipsis alude a una mujer vestida de sol y la luna por pedestal, que inspiró, sin duda, a muchos pintores y escultores. Y en la carta a los cristianos de la ciudad de Corinto, San Pablo alude a la primacía de Cristo en adquirir otro estado de ser diferente al perecedero y temporal: primero Cristo como primicia; después todos los que son de Cristo. Pero Lucas en el evangelio alude al canto del magni cat que la comunidad cristiana pone en boca de María: El poderoso ha hecho obras grandes por mí; enaltece a los humildes y a los soberbios los rebaja.
¿Qué quieren decir con todo esto? En primer lugar es que María, precisamente por su aceptación de lo que le anuncia el ángel (según cuenta San Lucas) es exaltada a lo más alto. Porque se humilló, precisamente por eso fue elevada en dignidad. Las Iglesias orientales hablan de la dormición de la Virgen: María cae en un profundo sueño (no muere como los mortales) y es trasladada al cielo. Incluso hay una leyenda según la cual fue trasladada con casa y todo al cielo… Lo cual es una preciosa metáfora que apunta hacia una realidad que nos es muy desconocida.
Una devoción popular excesiva y poco teológica ha convertido a María en una diosa. Tal vez exista ahí una herencia inconsciente de antiguos cultos anteriores al cristianismo. Pero para la teología cristiana, María no es una diosa. Dios es solamente uno aunque expresado en tres personas. Este Dogma fue proclamado por el Papa Pío XII, el 1o de noviembre de 1950, en la Constitución Munificentisimus Deus: entre otras cosas dice así: «Después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces y de invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para aumentar la gloria de la misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, con la autoridad de nuestro Señor Jesu- cristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que la Inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo».
Desde el Concilio Vaticano II, se ha unido el nombre de María a dos atributos: Madre de Jesús y Madre de la Iglesia.
Desde el Concilio Vaticano II se ha unido el nombre de María a dos atributos: Madre de Jesús y Madre de la Iglesia. María es Madre biológica de Jesús en cuanto hombre misteriosamente Dios. Y aquí los teólogos intentan expresar con las torpes palabras humanas uno de los misterios teológicos que tuvieron en jaque a la Iglesia desde los concilios de Éfeso y Calcedonia. La cuestión de la llamada theotókos, la Madre de Dios, promovió debates y herejías y también hizo a los primeros teólogos buscar lenguajes que pudieran aproximarse a expresar uno de los artículos del credo cristiano más difícil.
Pero María es nominada también como Madre de la Iglesia. De las entrañas místicas de María surge el caudal inagotable de la Iglesia, la comunidad de los seguidores de Jesús de Nazaret. No es que María fuera la fundadora de la Iglesia, pero sí que la comunidad de los creyentes ha considerado a María como origen y fuente de la Iglesia. Ahora bien, ¿por qué es importante que los católicos recordemos y profundicemos en el Dogma de la Asunción de la Santísima Virgen María al Cielo? El Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica responde a este interrogante: «La Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos» (número 966).
Desde estas dos formulaciones, Madre de Jesús y Madre de la Iglesia, la comunidad de los creyentes, y luego los teólogos, han intentado situar a María en el lugar apropiado de nuestro imaginario colectivo de creyentes. Y precisamente por esto, por ser una mujer singular, los creyentes y luego los teólogos y más tarde el magisterio de la Iglesia han formulado el dogma de la Asunción de la Virgen María. Por ser Madre de Jesús y Madre de la Iglesia, María alcanzó la plenitud anticipándose al destino nal de todos los seres humanos, como es su resurrección. María fue glorificada antes que todos nosotros. Y esa afirmación es expresada por los artistas y los teólogos con el símbolo de la Asunción: la subida, la elevación, la sublimación, la prematura llegada al final.
Una devoción popular excesiva y poco teológica ha convertido a María en una diosa. Pero María no es una diosa.
Leandro Sequeiros San Román, S.J.

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