22 julio 2017

¿Qué haces tú para construir la civilización del amor?


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1.- Jesús predicó el Reino. En los evangelios encontramos hasta 10 parábolas del Reino. Jesús hablaba en parábolas para hacerse entender mejor por la gente que le seguía. Un buen ejemplo para los predicadores de hoy día que muchas veces utilizamos un lenguaje elevado, clericalizado y desencarnado de la realidad. En el evangelio de hoy encontramos nada menos que tres parábolas o comparaciones de lo que es el Reino: la buena semilla sembrada en el campo, el grano de mostaza y la levadura. Las tres nos hablan de vida y de crecimiento, pero también del peligro que acecha e impide la realización del reino de Dios. Porque el Reino “no es de este mundo”, pero comienza aquí en este mundo, aunque todavía no ha llegado a su plenitud. Es el “ya, pero todavía no”. Jesús dejó bien claro que su Reino no es como los reinos de este mundo. En él es primero el que es último, es decir el que sirve, no el que tiene el poder. Muchas veces quisieron hacer rey a Jesús, pero Él lo rechazó porque había venido a servir y no a ser servido. Su mesianismo no es político ni espectacular, sino silencioso y humilde. En este sentido, recuerda San Agustín que “no dice que su reino no está en este mundo, sino no es de este mundo. No dice que su Reino no está aquí, sino no es de aquí”.

2. – La construcción de la civilización del amor. La consecuencia que se deriva del establecimiento del Reino en este mundo es que tenemos que trabajar para que haya unas condiciones de vida en las que reine la justicia, la paz y la fraternidad. Mientras esto no se consiga, no podemos estar contentos. No debemos huir del mundo, sino implicarnos en su transformación aquí y ahora, sin esperar a que llegue pasivamente el “Reino de los cielos”. Es decir, todos somos responsables de la construcción de la civilización del amor, de la que hablaba Pablo VI. Debe crecer y extenderse como el grano de mostaza y nosotros ser levadura que fermenta la masa de nuestro mundo.
3.- Se nos examinará del amor. Dios demuestra que es paciente con todos, bueno y clemente, como proclamamos en el salmo. Su juicio será al final de la historia, dejando mientras tanto que convivan el trigo y la cizaña. Pero también es sabio, pues no juzga por las apariencias y sabe distinguir quién actúa bien y quién actúa mal. Deja que crezcan juntos, pero al final separará a unos de otros. ¿En qué consistirá el juicio? Se nos examinará del amor, dice San Juan de la Cruz. Se nos juzgará de nuestro compromiso por el Reino. Y ese examen no consiste en una prueba final, sino que es una evaluación continua que se realiza todos los días. Los que no se comprometen a nada por escrúpulos de pureza, por miedo o por pereza son los más culpables de todos. Quizá no hicieron nada malo, pero tampoco hicieron nada bueno cuando estaba en sus manos hacerlo. ¿Qué haces tú para construir la civilización del amor?
José María Martín OSA

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