25 mayo 2017

Me voy pero volveré

Esta semana os ofreceré la oración tomada del Salmo 46, correspondiente al domingo de la Ascensión del Señor. El elegir esta opción, se debe a los muchos correos que he recibido diciéndome que, repitiese lo de optar por algún salmo, como referente, para la oración.
Estamos ante una festividad admirada y querida para todos nosotros, el próximo domingo, celebraremos el día de la Ascensión. Es una fecha que nos invita a subir alto, a acompañar a Jesús hasta el monte, como lo hicieron los discípulos el día que Él ascendió al Cielo. Y, sobre todo, a subir en compañía de la Madre.
Tampoco vamos a olvidar que estamos empezando el mes de Mayo, mes dedicado a María. Ella fue la primera en subir al monte y a su lado queremos subir, también nosotros.
Por tanto, empezamos nuestra oración, como se hacen las cosas importantes de la vida: En el nombre del Padre, del Hijo y de Espíritu Santo.
Estamos reunidos ante el Señor. Sentimos una gran alegría de llegar a su presencia. Y la fuerza de ese deseo da vitalidad a nuestra existencia. Además la necesidad de encontrarnos con Él, ya es para todos, nuestra mejor oración.
Por eso, aclamaremos, alabaremos, adoraremos, daremos gracias… al Señor, Rey del mundo.

Tenemos, un nuevo día por delante, para hacerlo; pero:
• ¿Para qué lo vamos a emplear?
• ¿Para estar triste, preocupado, temerosos?
• ¿Para quejarnos de los demás?
• ¿Para enfadarnos con ellos?
• ¿Para criticar, para hacer daño, para recordar problemas pasados?
• ¿O para sentirnos hijos de Dios?
En nuestras manos está la manera de vivirlo. Por eso quiero, desde aquí invitaros a subir al monte, cada día, con Jesús. A escuchar de sus labios ¡No estéis tristes! Me voy pero volveré.
EL SEÑOR SIGUE CONTANDO CON NOSOTROS
Cuantas veces, nos sentimos cansados de luchar; nos gustaría dejarlo todo y vivir una vida cómoda y vacía que no nos exigiese demasiado, pero no podemos engañarnos: el Señor ha contando con cada uno de nosotros.
No podemos seguir haciendo las cosas porque no nos queda más remedio. Tenemos que concienciarnos de que estamos vivos y de que, gracias a nuestra generosidad, muchos podrán seguir viviendo.
Aunque no nos hayamos dado cuenta Tú y yo y cada ser humano es una persona importante para Dios. En su corazón está escrito nuestro nombre, el tuyo en concreto. Para Él tienes un rostro, ante sus ojos eres un privilegiado. Por eso hoy es un día de agradecimiento, de gozo. Un día, para gritar de júbilo, y tocar para nuestro Dios.
Que alegría desborda el corazón, cuando nuestra oración se vuelve canto ante el Señor, y cada uno desde su situación particular es capaz de: alabar, bendecir y glorificar al Dios de la vida, al Señor del universo, al dueño de la historia.
Contemplemos el pasaje de la Ascensión. Jesús vuelve a subir al monte para despedirse de los suyos. Su misión sobre la tierra ha terminado. Y quiere volver al Padre para preparar sitio a todos los que ama.
Le sigue una gran comitiva. En cabeza van los apóstoles y entre ellos alguien muy especial. La Madre. Ella siempre mezclada con los seres humanos. Siempre huyendo de privilegios, pasando desapercibida; aunque sin saberlo brille con luz propia ante el mundo.
Desde allí la primera recomendación “no estéis tristes”. Me voy, pero no os dejo solos. Os amo demasiado para que esto tenga un final. Cuando llegue os mandaré mi espíritu y en Él estaré siempre con vosotros. Es verdad que no me veréis con los ojos, pero os aseguro que me sentiréis con el corazón.
INTRODUCIÉNDONOS EN EL SALMO
Varios autores, de los que han escrito sobre este salmo, coinciden en que todo él, aclama a Dios como rey universal; parece oírse en él, el eco de una gran victoria: Dios nos somete los pueblos y nos sojuzga las naciones. Posiblemente, este texto es un himno litúrgico para la entronización del arca después de una procesión litúrgica -Dios asciende entre aclamaciones- o bien un canto para alguna de las fiestas reales en que el pueblo aclama a su Señor, bajo la figura del monarca.
Nosotros con este canto aclamamos a Cristo resucitado, en la hora misma de su resurrección. El Señor sube a la derecha del Padre, y a nosotros nos ha escogido como su heredad. Su triunfo es, pues, nuestro triunfo e incluso la victoria de toda la humanidad, porque fue «por nosotros los hombres y por nuestra salvación que «subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre». Por ello, no sólo la Iglesia, sino incluso todos los pueblos deben batir palmas y aclamar a Dios con gritos de júbilo.
Este salmo tiene un puesto privilegiado en la liturgia de la Ascensión del Señor. Por medio de él, la Iglesia celebra el triunfo de Cristo al fin de su vida mortal y su entrada solemne en el Cielo, después de haber conquistado para nosotros la Tierra Prometida. El salmo, pues, nos ayuda a asistir al momento culminante de la Pascua del Señor Resucitado, a su entronización y glorificación.
“Pueblos todos, batid palmas,
aclamad a Dios con gritos de júbilo;
porque el Seño res sublime y terrible,
emperador de toda la tierra”
Cuando se plasmaron los salmos, no podían imaginarse que pudieran conectar, tan plenamente con los acontecimientos del evangelio.
Este salmo que es un canto de alegría y alabanza, encaja perfectamente con lo que más tarde pasaría al Ascender Jesús al cielo.
Todos tocarían palmas, cantarían… la manera de actuar de Jesús les sobrepasaba, lo veían sublime, emperador de toda la tierra.
Y Jesús, como en los grandes acontecimientos de su vida, vuelve a elegir la montaña. Posiblemente, nos estañe un poco, pero observamos que:
– En la montaña multiplica el pan para que llegue a todos.
– En la montaña muestra su gloria el día de la transfiguración.
– En la montaña entrega la vida por amor a la humanidad.
– En la montaña nos enseña a perdonar, a acoger, a suplicar.
– En la montaña nos entrega a María por madre.
Y ahora vuelve a subir a la montaña para despedirse de los suyos. ¡Debe de tener para Jesús un significado muy especial la montaña!
El monte significa superación, ascenso, escalar, abrir caminos… Y Jesús sabe muy bien que, el ser humano, es el continuador de la creación; es un productor de la tierra, un caminante en busca de Dios que es la perfección plena.
Fíjate si lo sabría bien que Él ya había dicho “ser perfectos como vuestro padre celestial es perfecto” ¿Acaso Jesús al decir esto ignoraba lo precario de la condición humana? Al contrario, Jesús conocía mejor que nadie la precariedad. Él había querido sentirla en su carne haciéndose hombre como nosotros… y sin embargo se atreve a decirnos que seamos perfectos.
Él sabía bien que cuando hablaba de perfección, se refería a la superación, al progreso, a la madurez… a dar pasos adelante para alcanzar nuevas metas, a desarrollar los dones recibidos para compartirlos con los demás, a esforzarnos por llegar a Él, única plenitud.
Pero nosotros vivimos inmersos en una gran competitividad. Hemos confundido nuestra superación con superar a los demás en cualquier sitio donde nos encontremos: en la familia, entre amigos, entre vecinos, en la Iglesia. Y este clima de competitividad nos lleva a permanecer recelosos, frustrados, expectantes… En lugar de ir hacia los demás estamos a la defensiva de ellos.
No dejemos que, el día de la Ascensión, sea para nosotros un día cualquiera. Tomémonos un rato para revisar nuestra vida. Démonos cuenta de nuestros logros. Pero también tengamos presentes nuestros fracasos, nuestras discordias, nuestras enemistades, nuestros orgullos, nuestras divisiones… tomemos conciencia de todo lo que esto nos hace sufrir, de qué manera oprime nuestro corazón; y no sigamos parado, demos un salto, subamos al monte con Jesús. Él tiene muchas cosas que decirnos a cada uno personalmente. Él es el Rey del mundo, el Señor del universo, el Libertador de todos los seres humanos. Por tanto, no dejemos ni un instante de aclamar, glorificar y ensalzar a, nuestro Dios, Emperador de toda la tierra.
EN SILENCIO ANTE EL SEÑOR
En ese momento, especial, donde la oración llega a nuestro fondo; vamos a decirle al Señor, como susurrando:
– A ti, Señor, abro hoy mi ser; mis ganas de vivir y mi entusiasmo.
– En tus manos pongo mi entrega, mi esfuerzo, mis miedos y también mis
ilusiones.
– Hacia ti quiero dirigir mis pasos, porque mi vida busca en ti: la luz y el calor.
– Quiero que, tú seas la referencia de mi caminar. El guía de mi sendero.
– Quiero que tus manos moldeen mi arcilla.
– Que tus ojos penetren mi mirada.
– Y tu ternera y bondad impregnen mi corazón.
Julia Merodio

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