14 abril 2017

Homilía para la Vigilia Pascual

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Después de lo vivido hasta ahora en esta Vigilia de Pascua, el evangelio de la resurrección que acabamos de escuchar nos puede valer como una síntesis que recoge las actitudes, las dinámicas personales y comunitarias que es bueno atender y cultivar en esta Vigilia y para el tiempo de Pascua en el que, a partir de esta Vigilia, nos introducimos.
El relato de Mateo nos invita a acompañar primero a las dos Marías, la Magdalena y la otra, en su salida buscando al Jesús crucificado. Es muy importante ver dónde estaba el Jesús muerto. El Jesús crucificado y muerto lo podemos llevar en nuestra propia carne y vida, y también en la carne y vida de muchos hombres y mujeres a los que conocemos en su variada fragilidad. Esas personas, nosotros con ellas, somos hoy el sepulcro de Cristo muerto en espera de resurrección. Vayamos con las dos Marías a las zonas de muerte. Con esperanza. Sabemos que no es un viaje inútil. Con amor. Sabemos que el amor es más fuerte que la muerte.

Los terremotos bíblicos, las idas y venidas de ángeles, las losas que se mueven y abren a la vida más que de ostentosas manifestaciones divinas nos hablan de esa incomprensible pero muy real fuerza de vida que Dios es capaz de introducir en nuestros cuerpos muertos, en nuestras vidas rotas, en nuestra situaciones personales y sociales ciegas, en nuestra historia tan cubierta de negros nubarrones. Lo vivido por Jesús, su triunfo sobre la muerte, anuncia el triunfo sobre cualquier muerte que nos atormente.
Hacen falta personas, comunidades humanas, cristianas o no, que tengan fe en esta fuerza misteriosa, llamada, como bien sabemos, “amor solidario”. Hacen falta personas que, próximas a las zonas de dolor, tengan capacidad para descubrir estos procesos hacia la vida que tantas veces se dan en el silencio, sin relevancia social, sin encontrar ecos en los medios de comunicación. Nosotros, los hombres y mujeres que componemos nuestra comunidad cristiana, estamos especialmente llamados a cumplir con esta función: detectar los pasos hacia la vida que se den entre nosotros. Ser gente contemplativa, que detecte el paso de Dios salvador por nuestras historias. ¿Lo estamos siendo? ¿Tenemos fe suficiente, confianza suficiente, tiempo suficiente, silencios suficientes para esta labor dentro de la comunidad? Las dos Marías se fueron muy temprano al sepulcro. Todo un símbolo.
Las dos Marías asumieron el papel encomendado por el ángel de ir contar a los discípulos lo que habían visto. Y lo hicieron a toda prisa, con temor, pero llenas de alegría. ¡Qué importante es comunicar, narrar las historias de vida, los pasos de la muerte a la vida que se puedan dar en nuestras personas, familias, comunidad cristiana, sociedad! Somos gente generosa en narrar calamidades; somos escasos, muy escasos, en contarnos a nosotros mismos, en contar vidas ajenas, hechos sociales cuando nos hablan del milagro de la vida. Y no hay cosa que más levante la esperanza que escuchar cómo la vida se va imponiendo a la muerte en las pequeñas o grandes batallas que la gente afrontamos cada día. En la sencillez de nuestras vidas es donde se manifiesta la resurrección de Jesús dinamizando la nuestra.
Y todo este proceso concluye en alegrías, en alegrías pascuales, que no son unas alegrías artificiales hechas de champán y pastas, sin más, al acabar nuestra celebración; sino alegrías que brotan del contacto con la vida renovada, alegrías con nombres y apellidos, con historias por detrás y por delante, que luego encuentran su expresión humana, cristiana, en la risa y el abrazo, en los dulces y bebidas, en el fortalecimiento para la vida que sigue, en el decrecimiento del miedo, en la holgura de la esperanza, en la paz, en el gozo. Cristo ha resucitado. Resucitemos con él.
Manuel Regal Ledo

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