La entrada de Jesús en Jerusalén se convirtió en un gesto profético; Jesús se mofa de los poderes imperiales que con este tipo de actos manifestaban su capacidad de oprimir y de imponer silencio y pavor a las víctimas. Ridiculiza el poder de quienes tiranizan y oprimen al pueblo (cf.Mt 20,15) y presenta su opción por otro tipo de relación social, no basada en el poder opresor, sino en el respeto, en la consideración con la gente más sencilla, en el servicio a este tipo de personas.
Y para eso, en vez de caballos engalanados, pide una burra, un animal humilde, popular, vinculado al trabajo, al servicio; en vez de tropas, hay un grupo de hombres, mujeres, niños y niñas del campo que venían también de peregrinación a Jerusalén; en vez de discursos laudatorios, hay gritos de personas que anuncian al que viene en nombre del Señor; y, en vez de larguísimas las de prisioneros sobre los que ejercer dominio, hay en el ánimo de Jesús una voluntad rme de hacerse servidor de todo el mundo, hasta la muerte. Ridiculiza un estilo de vida y propone otro, avalado por el mismo Dios.
La Pasión de Jesús narra la confrontación entre estos dos modelos de vida. Que en el domingo de Ramos reproduzcamos en nuestra celebración la entrada de Jesús en Jerusalén no es algo así como simpático, festivo, casi de juego, sino que nos provoca a tomar partido entre un modo y otro de ser persona, de establecer relaciones sociales, de construir nuestras comunidades y parroquias, nuestros pueblos y ciudades.
De vivir la fe y de ejercer la participación social, la política. Mucho que aprender, mucho que reflexionar y cambiar. Porque, ¿a quién vitoreamos, a quién ensalzamos, a quién votamos, a quién seguimos? ¿Tras de quién van nuestros pasos, nuestros corazones, nuestras vidas?
Esto nos puede valer de mucho para entrar con buen pie cristiano y con provecho en la Semana Santa. Entrar de la mano de Jesús. Desde ahí podemos leer hoy la Pasión segundo san Mateo, un relato muy denso, con diferentes escenas, personajes, fragilidades humanas; y, en contraposición, con una fortísima gura de Jesús, persistente en su voluntad de delidad a Dios, entendida como servicio total a la gente más débil y pecadora, con amargura, con dolor, con sufrimiento extremo; cosas todas que nos van llevando hacia el acto central de todo lo acontecido: el injusto ajusticiamiento, la muerte matada de Jesús en la cruz, al estilo de las personas ajusticiadas por marginales, por indeseables, por rebeldes, por oponerse al sistema de poder romano. En ese hombre así ajusticiado, en ese Jesús de Nazaret, está para nosotros que lo veneramos el rostro y la llamada de Dios.
La muerte de Jesús no es algo querido ni por Dios ni por el mismo Jesús; es aceptada, eso sí, como punto nal de un proceso de compromiso con un estilo de vida de servicio, que los poderes del momento, como los de todos los tiempos, vivieron como una verdadera amenaza. Esta muerte así vivida abrirá caminos de vida para el mismo Jesús y para quienes a él se quieran asociar. ¿Lo haremos nosotros?
Manuel Regal Ledo
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