Los humanos solemos tener un defecto incorregible; y es que somos muy proclives a hablar, pero no tanto a actuar; generosos a la hora de prometer pero desganados para el cumplimiento de lo prometido. Las palabras caminan a mayor velocidad que las obras, y ello redunda en que perdamos credibilidad… Jesús, en cambio, nos da constantemente lecciones de coherencia: para decir que él es la vida, antes resucita a Lázaro; y para manifestar que él es la luz, concede la vista a los ciegos…
Es el escenario que hoy nos ocupa. Un ciego de nacimiento, el runrún de quienes lo contemplaban con la pregunta de rigor (“¿quién pecó, él o sus padres?”),Jesús que extendió sobre sus ojos un poco de lodo, un pequeño lavado en el estanque de Siloé, y el invidente que comenzó a ver. El curado lo contó así: “Ese hombre que se llama Jesús hizo un poco de lodo, lo extendió sobre mis ojos, me mandó que me lavara, me lavé y comencé a ver”. “Y ¿dónde está ahora ese hombre?”, le preguntaron. Y el que ya vela respondió: “No lo sé”… Los fariseos se enzarzaron entre si y dividieron sus opiniones: unos decían que Jesús no podía ser un hombre de Dios porque no respetaba el sábado; en tanto que otros reconocían que un pecador no puede hacer tales prodigios como dar la vista a un ciego de nacimiento. Entonces le preguntaron al que había sido ciego: “Puesto que él te dio la vista, ¿qué opinas tu sobre ese hombre?”. A lo que él respondió: “Para mí, es un profeta”.
Escudriñando la conducta de Jesús en el caso que nos ocupa, yo distinguirla cuatro momentos o consideraciones dignas de ser tenidas en cuenta:
En primer lugar, Jesús se compadece ante la ceguera de nacimiento de aquel hombre. Le da pena. Se conmueve… Y reacciona de forma decidida: pasa inmediatamente del sentimiento a la acción.
Efectivamente, y es el segundo momento, para significar que él es la luz, y para que el poder de Dios resplandezca en aquel hombre, le concede la vista. Una vez más, las palabras van refrendadas y avaladas por los hechos.
Mi tercera consideración intenta subrayar que Jesús ha hecho este milagro desinteresadamente… No ha pretendido hacer publicidad de sí mismo; ni siquiera ha intentado captarle para su causa, para que sea seguidor suyo. Ha querido pasar en el anonimato. El mismo hombre sanado confiesa que no sabe dónde está ya el Señor Jesús. Y es que al Señor Jesús únicamente le interesaba devolver al indigente la salud y la alegría.
Por ello, y es mi cuarto apunte, Jesús desaparece de la escena para propiciar al auditorio una actitud de reflexión, de meditación sobre lo sucedido… Jesús nos ha dado una lección magistral acerca del comportamiento que hemos de adoptar con cualquier persona necesitada de nuestra ayuda. Como si nos dijera a cada uno de nosotros: “Vete y haz tú lo mismo”.
Yo compararía la escena de hoy con la belleza de un cuadro de gran valor artístico en que el autor ha sopesado todas las posibilidades, ha estudiado minuciosamente los colores e, intencionadamente, ha omitido estampar su firma, aunque fuera al menos en un rincón escondido del cuadro. Ha preferido que admiremos la belleza de su obra a que nos deshagamos en elogios hacia su autor… Yo diría que nos hallamos ante un milagro sin firma.
Pedro Mari Zalbide
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