05 marzo 2017

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Iniciamos la Cuaresma, cuarenta días de preparación a los grandes misterios cristianos: la muerte y la resurrección de Jesús.
 
La fidelidad de Jesús
Los tres evangelistas sinópticos colocan la experiencia del desierto en relación con la del bautismo de Jesús, presentado poco antes. Los tres dicen también que Jesús fue conducido por el Espíritu. Es el inicio de su misión, «para ser tentado» dice Mateo (4, 1). Los cuarenta días se refieren a la experiencia de Israel que camina cuarenta años en el desierto hacia la tierra prometida. La firmeza de Jesús ante las tentaciones corrobora el compromiso del bautismo recibido y abre pistas a su propia tarea. En los tres casos Jesús responde apoyándose en el Deuteronomio, el libro que reflexiona teológicamente sobre la experiencia del pueblo judío liberado de Egipto.

Las tres tentaciones se ordenan gradualmente. Jesús se niega a usar indebidamente su condición de Hijo de Dios y da una pauta a sus discípulos para que no pongan a su propio servicio la gracia recibida. Ser seguidor de Jesús no es un privilegio que nos sitúa por encima de otros, sino un servicio (cf. v. 3-4). Así lo mostrará Jesús cuando comparta el pan con la multitud (cf. Mt 14, 17ss). Se niega luego el Señor a tentar a Dios, más tarde rechazará siempre a aquellos que piden milagros para creer. Jesús jamás realiza un milagro para impresionar a las personas. Sus curaciones son signos de vida, no alardes de poder (cf. v. 5-7). Vida contra toda forma de muerte, como el pecado presente en la humanidad (cf. Gén 3, 1-7). Jesús es el nuevo Adán (cf. Gén 2, 7-9) que vence «el pecado en el mundo y por el pecado la muerte» (Rom 5, 12).
La tentación del poder
La tercera tentación revela lo que está en juego en la historia y en la proclamación del Reino. El monte es, en la Biblia, el lugar de la revelación de Dios. Se ofrece a Jesús el poder sobre «todos los reinos del mundo» (v. 8). La contraparte es rendir homenaje a quien tiene el proyecto contrario a Dios (cf. v. 8). Tentación también de la comunidad cristiana: entender su poder de servicio como un poder de dominación. Se trata de una perversión que nos amenaza continuamente; no podemos confundir una realización histórica, ya sea política o religiosa, con el reino de Dios. El reinado de Dios debe hacerse presente en la historia desde ahora, pero debe igualmente impulsarnos a realidades que se hallan más allá de la historia. La identificación que rechazamos convertiría a los dirigentes de esas realizaciones históricas en señores y dominadores. Frente a eso Jesús nos recuerda, hoy también, que sólo a Dios hay que servir (cf. v. 10).
Gustavo Gutiérrez

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