05 marzo 2017

Cuarenta días

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“La tentación vive arriba” es el título de una famosa película estrenada en 1955. Pero la tentación no solo vive arriba. Vive en todo lugar. El evangelio nos relata hoy – primer domingo de cuaresma – que Jesús fue tentado en el desierto. Al citar aquí la palabra desierto, no me refiero a un lugar geográfico, sino al desierto como estado de ánimo, como lugar en el cuál se experimentan muchas sensaciones, lugar de silencio, de búsqueda, de decisiones, de austeridad, de escucha, de oración, de reflexión, lugar de encuentro con uno mismo, con Dios. La tentación se define como aquello que nos obstaculiza en nuestro caminar, aquello que se opone, que nos impide seguir nuestra vocación. De tal manera que para el escritor británico, Oscar Wilde, “lo que da valor a una vida son las tentaciones a las que no ha cedido”. Es decir, las que ha superado, las que ha vencido.

Si la cuaresma es camino hacia la Pascua de Resurrección, tenemos que saber de dónde partimos. Arrancamos de nuestra realidad formada por las tentaciones, tendencias que nos empujan. En la cuaresma hay quienes concretan determinados propósitos: dejar de fumar, entregar una cantidad de dinero a una ONG, atender más a la vida religiosa, recuperar una amistad. En cuanto a los medios de vencer la tentación no se han inventado métodos mágicos. Siguen los tres clásicos: oración, limosna y ayuno. La Iglesia confía plenamente en esta terna. Me recuerda las entrevistas a deportistas, que, cuando se les pregunta qué hacer cuando el equipo no funciona. Coinciden en que la solución radica en trabajo, trabajo, trabajo. A lo que el creyente añade intervención de Dios.
Aunque el carnaval son tres días nada más, la impronta social supera ampliamente a la cuaresma a pesar de que ésta se alarga cuarenta días. La cuaresma agita poco el ambiente a diferencia de épocas anteriores. Afecta solamente a pequeños grupos o comunidades de creyentes y a relativamente pocos cristianos “versos sueltos”. ¿Qué es?, ¿Para qué sirve la cuaresma? Según una revista mexicana, si nosotros fuéramos automóviles, la cuaresma sería el momento de cambiar de aceite y de afinar el motor. Si fuéramos un jardín, la cuaresma sería el tiempo de fertilizar la tierra y arrancar las malas hierbas. Pero somos personas cristianas y la cuaresma debe servir para renovar nuestra vida, para que la Pascua sea eso: Pascua. Es decir, el paso de una vida floja, apagada a una vida generosa. Eso es lo que significa la ceniza. Servía para abonar y proteger a los árboles frutales; para limpiar la vajilla. La cuaresma es camino que nos lleva a la victoria, al triunfo de la Pascua. Pues la ceniza que se nos impuso el miércoles pasado proviene de los ramos bendecidos el año anterior y los ramos son símbolo de victoria.
Oración, ayuno y limosna. El ayuno que Dios quiere: “que dejemos de “morder “al prójimo en nuestras conversaciones” y comentarios, que tengamos hambre y sed de justicia, que de vez en cuándo nos comparemos con los que tienen hambre.
La oración que Dios quiere: hablar con Dios, como se habla con un amigo. La limosna que Dios quiere: que no seamos esclavos del consumo, de la moda, que veamos en el pobre a un hermano y le tratemos como tal, que apoyemos económicamente las causas justas. Estaría bien que iniciáramos la cuaresma listos para el combate, ligeros de equipaje, con entrañas de misericordia, pacientes con nosotros mismos. Al recibir la ceniza, hemos escuchado el mensaje “conviértete y cree en el evangelio”.
Josetxu Canibe

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